Política

Guerra en Ucrania

Lugansk, el bastión que ha declarado la «guerra» a Kiev

Policías ucranianos se defienden durante un ataque de manifestantes ayer Donetsk
Policías ucranianos se defienden durante un ataque de manifestantes ayer Donetsklarazon

Una estrella roja oxidada por el paso del tiempo corona la principal explotación minera de Lugansk. Su entrada principal está presidida por un monumento del 19º aniversario del Partido Comunista de la Unión Soviética. Recorrer esta provincia del este de Ucrania es revivir los símbolos del comunismo. Convertida en uno de los dos grandes fuertes prorrusos de esta zona del país, Lugansk tiene marcado el derrumbamiento de la URSS en cada uno de sus rincones. Ahora, sobre estas tierras impera la ley de un autoproclamado Gobierno prorruso. Es tan evidente que las autoridades ucranianas ya no pintan nada aquí que muchos puestos de control para acceder a la región están abandonados y los que quedan ni se molestan en parar a los coches. Y es que después de que el presidente interino ucraniano, Oleksander Turchinov, confesara que la «operación antiterrorista» había sido un fracaso, tanto Lugansk como su vecina Donestk se han convertido oficialmente en territorio rebelde.

Las barricadas de neumáticos y alambres rodean el edificio del Ayuntamiento de Lugansk; en sus puertas cinco encapuchados con armas automáticas impiden la entrada a todo aquel que no trabaje en el consistorio. Confiesan que no han interrumpido la jornada laboral de los funcionarios. «Sólo estamos aquí para asegurarnos de que se va a celebrar el referéndum, no queremos atacar a nadie», explica Alexander, el comandante de las milicias separatistas al cargo de la operación. Todos llevan armas y van uniformados.

A tan sólo 500 metros del Ayuntamiento, donde se atrincheran los insurgentes, se ha levantado un campamento prorruso que rodea el edificio de los servicios secretos. Para entrar hay que pasar por un examen exhaustivo. Una vez dentro la imagen recuerda a la de la plaza de la Independencia de Kiev; la diferencia es que aquí están en contra del Gobierno interino ucraniano, elegido después de las revueltas que derrocaron al expresidente Viktor Yanukovich. «Tengo nietos e hijos y no quiero que me gobiernen unos golpistas, nadie nos ha preguntado si queremos acercarnos a Europa o a Rusia. Nosotros queríamos una Ucrania unida y ahora la han roto», reclama Igor, un minero retirado que apenas cobra cien euros de pensión.

Lugansk ha seguido el mismo guión que su provincia vecina, Donestk, un patrón de ocupación y asalto prorruso perfectamente trazado. Hace más de tres semanas empezaron las protestas y la toma de edificios en ambas ciudades, poco después se declararon sendas «repúblicas independientes» para convocar un referéndum previsto para el 11 de mayo. Es tan grande el paralelismo que las dos capitales de provincia tienen a día de hoy casi los mismos edificios ocupados: el ayuntamiento, la sede de la televisión y la fiscalía. Las milicias separatistas de Doneskt tienen en su poder también el inmueble del Gobierno regional.

Los asaltos en las provincias rebeldes también siguen el mismo patrón: rompen ventanas, puertas y se atrincheran en los edificios ante la pasividad de la policía local. Sus uniformes son muy parecidos: vestimenta militar y armas automáticas. Cuando se les pregunta de dónde han sacado todo el armamento, los rebeldes prorrusos contestan que lo han tomado de las comisarías ocupadas. Dicen no seguir órdenes de nadie, pero lo cierto es que siempre actúan de la misma forma.