Represión en Venezuela
Persecución madurista
Catorce hombres encapuchados de los servicios de inteligencia chavistas secuestraron al diputado opositor de Primero Justicia Juan Requesens y su hermana, Rafaela Requesens. Esta última fue liberada una hora después; sin embargo, su hermano sigue en manos de una Justicia injusta, una Justicia carcelaria. Las últimas palabras del diputado a su hermana y antes de ser separados, fueron: «Te amo. Diles a los bebés (sus hijos) que los amo, ¡Fuerza!».
Una vez consumado el intento de ataque en contra de Nicolás Maduro durante un acto militar, era de esperar que el Gobierno activara sus peores mecanismos de persecución en contra de actores políticos que le son adversos, pero sobre todo molestos, incómodos.
Juan Requesens no tiene ningún vínculo con el supuesto magnicidio del pasado 4 de agosto, eso es claro. La operación fue atribuida a militares venezolanos –seis de ellos han sido capturados– y, según fuentes del periodista peruano residenciado en Miami Jaime Bayly, a uno de ellos lo han asesinado tras torturarlo.
A esta hora, la Asamblea Nacional Constituyente, servil a Maduro, se ha planteado nuevas acciones para despojar de inmunidad parlamentaria a otros actores políticos opositores. Queda claro que la operación frustrada le llega al mandatario chavista en un momento ideal. Con una crisis económica y social indetenible, el sucesor de Chávez tiene una nueva oportunidad para ocuparse de todo menos de resolver los problemas del país. Lo ocurrido el 4 de agosto será tema principal en la agenda del Gobierno y los medios de comunicación nacionales e internacionales ocuparán sus espacios en lo que diga el dictador venezolano sobre el atentado, no sobre la crisis.
El pasado miércoles, el canciller venezolano, Jorge Arreaza, se reunió con el encargado de negocios norteamericano en Caracas, James Story. Le fue entregada una petición de extradición de un venezolano que reside en el Estado de la Florida y que supuestamente está vinculado con el atentado. Adicionalmente, Maduro llegó a afirmar que «confía en la buena fe del Gobierno del presidente Donald Trump para que en suelo estadounidense no se preparen asesinatos en contra de civiles ni militares venezolanos». Es claro; ni el Ejecutivo de Estados Unidos extraditará a venezolanos residentes en su país ni Donald Trump invertirá esfuerzos ni tiempo en mandar matar a Maduro. Las palabras y acciones del autócrata venezolano no son más que retóricas baratas sacadas de un guion desgastado de la dictadura cubana.
Este nuevo capítulo del atentado recién comienza. El discurso del magnicidio cobrará fuerza en la medida en que la persecución siga amenazando la libertad de aquellos que dan su vida por liberar a Venezuela y que actualmente hacen vida política en el país caribeño. Por lo tanto, seguiremos siendo testigos en las próximas horas de un hostigamiento y asfixia a los pocos espacios libertarios que se respiran en el país. Por desgracia, el régimen madurista da nuevos pasos en la consolidación de su férrea e implacable dictadura.
* Director general de Motta Focus
motta@mottafocus.com/@mottafocus
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