Kiev

Putin pierde la guerra económica

Putin esta semana antes del Consejo de Ministros, en Moscú
Putin esta semana antes del Consejo de Ministros, en Moscúlarazon

Las sanciones por Ucrania y la caída del precio del petróleo empañan el poder ruso

Vladimir Putin cierra el año más agitado de su carrera, actor protagonista de una disparada tensión geopolítica, más propia de la Guerra Fría. Sólo hace 12 meses que el presidente ruso fue elegido persona del año por la revista «Time», después de que su causa ganase adeptos, incluso en Occidente, gracias principalmente a la mediación en Siria y al asilo concedido a Snowden. Pero aquella portada es historia. Maidán lo cambió todo. La caída de Yanukovich fue un golpe de Estado teledirigido a ojos del presidente ruso pero, sobre todo, un ataque occidental al espacio de influencia de Moscú, la gota que colmaba el vaso de la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, incumpliendo la promesa que James Baker, secretario de Estado de EE UU en la Administración de George Bush padre, hizo a Gorbachov en 1990 durante una visita a Moscú en la que se negoció la unificación de Alemania. La Alianza no se expandiría más al este de Berlín, un pacto de palabra del que no hay constancia por escrito, pero al que Putin ha apelado repetidamente este 2014 que termina. Ante la perspectiva de un Gobierno proeuropeo en Kiev (que se alejaba de la Unión Euroasiática promovida por Moscú) y con la incorporación a la OTAN de otro país vecino en el horizonte, el presidente se revolvió anexionando Crimea y patrocinando a los separatistas de Donbás, movimientos que le han granjeado gran popularidad interna, pero que aíslan a Rusia en el concierto internacional y cuyas consecuencias comienzan a hacerse ahora visibles, en las primeras rampas de una recesión que se prevé severa. Las sanciones le cuestan al país 32.000 millones de euros al año, según datos del Ministerio de Finanzas, pero es el precio del petróleo, estabilizado en el barrio de los 60 dólares el barril, el que hace temblar de veras a la economía rusa, pues la mitad de los ingresos del Estado proceden de la exportación de hidrocarburos. El Gobierno ha tenido que revisar a la baja no una sino dos veces el Presupuesto de 2015 (la última esta semana), redactado inicialmente contando con el Brent a 96 dólares. Los indicadores económicos no podrían ser peores. La iniciativa privada está ahogada por el tipo de interés, que el Banco Central subió al 17% en plena caída del rublo, mientras que la congelación salarial unida a una inflación en doble dígito por la caída del rublo impacta en el consumo.

Si el precio del barril de petróleo no remonta en la primera mitad de año, y por ahora nada parece indicarlo, Rusia afronta una contracción del PIB del 4,7% en 2015. El resultado último es un empobrecimiento de la población, siendo las más afectadas las clases medias urbanas, que se habían acostumbrado durante los años de bonanza a ciertos estándares de vida, que incluían productos importados y viajes al extranjero, que se ven ahora obligados a recortar sino directamente a abandonar. Son además las clases con mayor acceso a información, es decir, las más susceptibles de generar una masa crítica, sin embargo, su descontento por el deterioro económico no ha erosionado por el momento la popularidad de Putin, pues su habitual granero electoral yace en provincias, en zonas rurales, en el funcionariado y los empleados de empresas estatales y sus familias.

La imagen del presidente, inamovible en el barrio del 80% de aprobación en las encuestas, escenifica su poder sin sombra dentro de Rusia, el que le permite emprender aventuras geopolíticas. La narrativa oficial del Kremlin se repite sin fisuras en los medios estatales (los únicos que llegan a muchas zonas del país), mientras que al frente del mayor emporio de comunicación privado Putin ha colocado este año nada menos que a su amante, la ex gimnasta Alina Kabaeva. Ese relato oficial consiste en blandir el supuesto auge del fascismo en Ucrania y la amenaza exterior que se cierne sobre Rusia para apelar al patriotismo y a cerrar filas con el Gobierno en tiempos difíciles. Por otra parte, la oposición política en Rusia está dividida y sin altavoz. Y en caso de que alguna cabeza opositora incómoda logre sobresalir, el aparato del Estado siempre puede recurrir a la justicia, como enseñó el caso de Alexey Navalny, líder muy popular entre jóvenes urbanos, inhabilitado para la política por una condena en un caso fabricado (robar madera en Siberia).

Por último, en Rusia rige una estricta ley antiprotestas, que hace casi imposible cualquier tipo de manifestación. Una ley idéntica a la que aprobó Yanukovich en Ucrania en enero reavivando el movimiento Maidán. Sin embargo, en Rusia su aprobación pasó desapercibida. Con todos estos ingredientes, el 2015 de Putin se avecina incómodo, con el conflicto congelado en Donbás tensando las relaciones internacionales, si bien resulta difícil imaginar que la recesión económica pueda derivar en un descontento que amenace su poder.