Jennifer Rubin
Trump, dispuesto a proteger a los «dreamers» a cambio del muro
Demócratas y republicanos negocian una reforma para no deportar a 800.000 migrantes.
«Quiero que la ley sea una ley fruto del amor». Con estas palabras, tan exuberantes como vaporosas, se refería el presidente Donald Trump a las negociaciones para proteger a los 800.000 «dreamers». Esto es, a los jóvenes inmigrantes que juró expulsar si el Congreso no les brinda la protección que el propio Trump derogó. «Tenemos algo en común y me gustaría que esto se resuelva. Ojalá logremos una respuesta para el DACA». Así saludó Trump a la delegación de senadores y congresistas, republicanos y demócratas, convocados para discutir el futuro de los 800.000 niños y jóvenes que llegaron a EE UU, junto a sus padres, inmigrantes ilegales, y que han desarrollado la casi totalidad de sus vidas en Estados Unidos. La mayoría ni siquiera ha visitado sus países de nacimiento. Muchos de ellos no hablan español.
Si no se cierra el acuerdo, informa Gregory Korte en el «USA Today», hasta 1.000 personas al día perderán su estatus de residentes temporales. De paso cita las dramáticas palabras del senador demócrata Richard Durbin: «Hay vidas en el alambre [pero] tenemos tiempo de hacerlo».
En una indignada columna, Jennifer Rubin, del «Washington Post», se preguntaba si los demócratas serán capaces de «frenar el cruel uso que Trump hace de los inmigrantes como peones». Rubin se hace eco del comunidado del senador demócrata Robert Menendez, convencido de que la utilización de los niños del DACA, así como la revocación del estatuto de refugiado temporal a más de 250.000 salvadoreños que residen en EE UU desde 2001, significa que la «Administración Trump continuará dirigida por unos impulsos nativistas que le impiden tomar en consideración los hechos concretos antes de ejecutar importantes cambios en nuestro sistema migratorio». Una opinión que coincide con la de Anastasia Tonello, comentarista de Fox News, que en una polémica columna ha escrito que el «ataque de Trump contra la inmigración ilegal está dañando a América y amenaza con debilitar y empobrecer al país». Quién sabe si Trump, experto en descolocar a quienes tratan de encasillarlo, no acabará por sorprenderlos.
El DACA [Deferred Action for Chilhood Arrivals, en inglés], el programa instaurado bajo la Administración Obama para impedir las expulsión de los «dreamers», corre peligro de muerte. Ya la pasada semana la Casa Blanca hacía público un borrador con las peticiones que exigía a cambio de no forzar la deportación de los menores. Entre otras, que el Congreso autorice un gasto cercano a los 18.000 millones de dólares a fin de levantar parte del célebre y polémico muro en la frontera con México. Trump también aspira a miles de millones para sufragar la contratación de hasta 10.000 nuevos agentes de inmigración.
El propio presidente comentó en la reunión que está dispuesto a aceptar la indignación de sus bases, deseosas de una política lo más dura posible en materia migratoria, con tal de alcanzar un acuerdo que regularice la situación de más de once millones de ilegales, incluidos los «dreamers» y sus padres. En contrapartida, solicita una lluvia de millones para financiar su megalómana promesa del muro fronterizo, pero la posibilidad de lograr lo que nadie ha conseguido en los últimas décadas, una ley migratoria acorde a las exigencias y necesidades de los nuevos tiempos, ha desatado una oleada de optimismo entre quienes hasta ayer mismo se mostraban convencidos de que todo iría a peor. «Usted ha creado una oportunidad aquí», le comentó el senador republicano Lindsay Graham, «y tiene que cerrar el trato». Si lo lograra se trataría del triunfo más importante de su primer año de mandato, cambiaría su proyección pública y, sobre todo, afectaría para bien la vida de millones.
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