Guerra comercial
Gira asiática de Trump: ASEAN como escenario, Xi y Kim como actores principales
Donald Trump y Xi Jinping se reunirán en el marco de la cumbre en un intento por cerrar un acuerdo que ponga fin a la guerra comercial entre China y EE UU
Kuala Lumpur se ha transformado en un búnker. Dieciséis mil efectivos policiales custodian una metrópoli paralizada, con arterias urbanas selladas en un despliegue de seguridad que evoca los preparativos de un asedio estratégico. La 47ª Cumbre de la ASEAN ha convocado a los titanes del poder, entre ellos el presidente estadounidense Donald Trump y el premier chino Li Qiang, en un foro que trasciende la diplomacia: marca la adhesión de Timor-Leste, la primera expansión del bloque en dos décadas. Sin embargo, este no es un cónclave rutinario.
La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, pilar de estabilidad en el Indo-Pacífico desde su génesis en 1967, enfrenta un trilema de proporciones históricas: la guerra civil que desangra Myanmar, la rivalidad de las dos mayores potencias que fractura el orden global y la imperiosa necesidad de materializar la Visión Comunitaria 2045, un proyecto clave para posicionar al sudeste asiático.
Trump: El elefante en la sala
Navegando un precario cese al fuego Israel-Gaza, una feroz guerra comercial con China y la sangría en Ucrania, Trump aterriza en Kuala Lumpur no como aliado, sino como un vendaval que amenaza con desestabilizar el delicado equilibrio del Indo-Pacífico.
El duelo entre Washington y Pekín está en su apogeo. Aranceles punitivos y restricciones al comercio de bienes esenciales han sacudido los mercados globales, y la esperada reunión entre Trump y Xi Jinping —aún no confirmada por China— promete poco más que un precario control de daños. Se habla de alivios arancelarios menores o acuerdos sobre exportaciones estadounidenses como soja o aviones Boeing, pero nadie espera un gran avance. Fiel a su estilo, Trump ha insinuado una charla extensa para "resolver problemas y compartir recursos", pero Pekín guarda silencio, dejando el encuentro en el limbo.
La odisea asiática de Trump es un entramado de coerción y augurios. En Tokio, la premier Sanae Takaichi, heredera del nacionalismo de Shinzo Abe, comprometerá un aumento del gasto militar al 2% del PIB y flujos de capital hacia Silicon Valley y Detroit. Con Xi, el menú es un campo minado: el déficit comercial, la escalada de incursiones chinas en el espacio aéreo taiwanés y el apoyo tácito de Pekín a Moscú bajo el yugo de sanciones occidentales. Trump también persigue pactos con Canadá, Malasia e India, mientras lidia con fricciones en Corea del Sur, donde el presidente Lee Jae Myung, un reformista con sueños de distensión, implora un gesto hacia Pyongyang, quizás una visita al DMZ, aunque el plan pende de un hilo.
Así pues, Trump no parece un invitado cómodo. Su regreso a la región tras su fugaz paso por la cumbre de Filipinas en 2017, donde abandonó el Foro de Asia Oriental, despierta entusiasmo básicamente por lo que representa. Para la ASEAN, su presencia es un sello de relevancia global, una señal de que el bloque aún importa en el tablero geopolítico. Pero Trump, con su evangelio de "América Primero" y su obsesión por el control, no encaja con la filosofía de consenso y paciencia que define al bloque. Este mismo año, su abandono prematuro del G7 y el caos que dejó en la ONU confirman su alergia a los foros donde no puede imponer su narrativa.
El sudeste asiático no está en el radar de Trump. Su administración ha golpeado a la región con aranceles draconianos, recortes de ayuda y políticas migratorias restrictivas, sin ofrecer una estrategia coherente. Solo el presidente filipino Ferdinand Marcos Jr. ha logrado una audiencia en la Casa Blanca, mientras que líderes de potencias regionales como Indonesia o Singapur, aliados clave, se conforman con meras llamadas telefónicas. Para Trump, inmerso en un mundo de grandes potencias, incluso Indonesia —con sus 280 millones de habitantes— parece un actor secundario.
Aun así, la ASEAN lo corteja con un pragmatismo que roza lo maquiavélico. Su ausencia sería un réquiem para la credibilidad del bloque. En Malasia, donde pancartas anti-Trump claman contra el "imperialismo yanqui", los líderes optan por la diplomacia sobre la confrontación. Prabowo Subianto, el presidente indonesio, ha recalibrado la postura de Yakarta en Oriente Medio para ofrecer a Trump una victoria simbólica. Más audaz es el cese al fuego entre Tailandia y Camboya, que Trump reclama como parte de sus "ocho conflictos resueltos". Sus amenazas arancelarias forzaron la mesa de negociación, pero Malasia con diplomacia mantuvo a la ASEAN al mando, relegando a EE.UU. y China a roles secundarios. El desafío es aplacar el narcisismo trumpiano sin ceder el timón regional.
Sueños grandes, obstáculos mayores
Malasia, como anfitriona, ha puesto el listón alto. La Visión Comunitaria ASEAN 2045, lanzada en mayo, busca catapultar una región de 700 millones de personas y un PIB de 4 billones de dólares a la cuarta economía mundial para 2045. Con cuatro ejes —político-seguridad, económico, sociocultural y conectividad—, el plan es audaz, pero los cimientos son frágiles. El Acuerdo Marco de Economía Digital (DEFA) es su joya de la corona. Si se concreta este año, sería el primer pacto digital regional del mundo, con el potencial de generar una economía digital de 2 billones de dólares para 2030. Pero armonizar estándares en ciberseguridad, comercio electrónico y gobernanza de IA entre países con brechas tecnológicas abismales —de Singapur a Camboya— es un desafío colosal.
El país anfitrión también ha delineado prioridades económicas: impulsar el comercio, fomentar la inclusión, fortalecer la conectividad y blindar la resiliencia digital. Sin embargo, el comercio intra-ASEAN apenas representa el 21% del total, un contraste desolador con el 60% de la Unión Europea. La Secretaría de la ASEAN, con un presupuesto anual de 20 millones de dólares, es un David frente al Goliat de las ambiciones del bloque. La toma de decisiones por consenso, diseñada para preservar la unidad, suele traducirse en compromisos tibios que frustran el progreso.
Birmania: La vergüenza regional
La crisis en Birmania es una herida abierta. Cinco años después del golpe militar, la guerra civil ha generado 3,5 millones de desplazados, 1,4 millones de refugiados y miles de víctimas civiles. La doctrina de no injerencia, pilar de la ASEAN, se ha convertido en un lastre. El Consenso de Cinco Puntos de 2021, que exigía diálogo y cese de la violencia, es un documento olvidado. La junta, impermeable a la presión regional, planea elecciones en diciembre que carecen de legitimidad. Malasia ha intentado mediar, pero sus esfuerzos, como la visita de su canciller a Naypyidaw, han sido estériles.
El impacto trasciende fronteras. Tailandia lucha con oleadas de refugiados, Malasia enfrenta migraciones irregulares, y redes criminales en zonas rebeldes alimentan el tráfico humano y estafas digitales que afectan al mundo. La creciente influencia de China, que negoció un cese al fuego en enero y facilitó la entrega de Lashio a la junta, expone la irrelevancia de la ASEAN en su propio patio trasero. Pekín parece dictar los términos en Birmania.
Baile de superpotencias
La presencia de Trump inyecta una dosis de imprevisibilidad en la cumbre. Su diplomacia transaccional, que brilló en el Golfo con acuerdos por 2 billones de dólares, no encaja en el Indo-Pacífico, donde la estabilidad depende de redes de interdependencia, no de hegemonías. Su intención de presidir la ceremonia del cese al fuego entre Tailandia y Camboya, excluyendo a China, es un intento de proyectar poder, pero también una trampa para la ASEAN, que debe evitar ser empujada a elegir bandos.
China, por su parte, es una fuerza inescapable. Como el mayor socio comercial del bloque, con un intercambio anual cercano al billón de dólares, su Iniciativa de la Franja y la Ruta teje infraestructuras desde Laos hasta Malasia. Sin embargo, su asertividad en el Mar de China Meridional, evidenciada por el reciente choque con un buque filipino cerca de la isla Thitu, enciende alarmas. Filipinas, bajo Marcos Jr., ha virado hacia Washington, ampliando el acceso militar estadounidense a sus bases. Vietnam, en cambio, juega un doble juego, fortaleciendo lazos estratégicos con EE UU y aliados mientras mantiene su dependencia económica de Pekín.