Política

Moscú

Ucronía ucraniana

¿Qué pasaría si este país artificial se partiera en dos? La zona occidental quedaría fuera de la UE; la otra, arropada por Moscú

La Razón
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Ucrania es una nación artificial. Su propio nombre indica que durante siglos ha sido, única y exclusivamente, la zona de frontera de Rusia. De hecho, hasta que el imperio alemán decidió convertirla en un estado tapón desde el que poder atacar a Rusia, el nacionalismo ucraniano brilló por su ausencia. El desplome de la URSS a finales del siglo XX cambió dramáticamente el panorama y permitió la independencia de naciones reales –Estonia, Lituania, Letonia– y la creación de otras –Ucrania, Bielorrusia– mediante el simple desgajamiento territorial. Los nacionalistas ucranianos se las prometieron muy felices desde el primer momento convencidos de que la utilización de los mitos, la creación de una extensa red clientelar y el adoctrinamiento masivo acabarían por crear lo que entonces sólo existía en el papel.

Pasaron por alto dos fenómenos innegables: el que, al menos, la mitad de la nación no era nacionalista y el que su incompetencia económica y moral no sería compensada por la Unión Europea. Cuando en 2004, la denominada «Revolución Naranja» – una colosal estafa política sustentada en la agitación callejera– entregó el poder nuevamente a unos nacionalistas que acababan de perder las elecciones, la conclusión a la que llegaron fue que Ucrania era su feudo y que podrían perpetuarse indefinidamente en el gobierno porque Occidente seguía enfermo de una visión, ya superada, de la Guerra fría. Se equivocaron.

La mitad de Ucrania que se siente rusa, que nunca ha soportado que les impongan el ucraniano como único idioma y, a la vez, que le prohíban su lengua madre; que está harta de escuchar que Stalin sólo reprimió a los ucranianos cuando cuenta con muertos en el Gulag en sus familias; que se indigna al ver los nacionalistas enarbolando esvásticas y honrando a la división SS ucraniana Galitzen y, sobre todo, que no soporta una astronómica corrupción nacionalista votó a Yanukovich no porque confiara en tan tortuoso personaje sino, simplemente, porque no era peor que nacionalistas como Timoshenko y constituía la única alternativa. Y una vez más, los nacionalistas volvieron, como una década atrás, a intentar revertir un resultado electoral adverso. Salieron a la calle con unidades confesamente nazis y con manifestantes no pocas veces pagados desencadenando la violencia contra la Policía. Ahora se habla de una posible guerra civil seguida de un desmembramiento. ¿Qué sucedería en el ucrónico supuesto de una partición? La zona oriental seguiría siendo independiente, pero cercana a Moscú. Putin no necesita en absoluto utilizar los tanques para asegurarse la amistad de una nación limítrofe y no desea problemas adicionales cuando, vez tras vez, gana partidas en el tablero internacional. La gente volvería a hablar tranquilamente en ruso, tendría la doble nacionalidad –que muchos ya disfrutan– y respiraría aliviada por haber perdido de vista a los nacionalistas. La zona occidental estaría en peor situación. En una UE rebosante de problemas internos, no podría entrar siquiera porque las medidas exigidas para recibir préstamos destruirían el sistema clientelar nacionalista. Por otro lado, los nazis ucranianos –en comparación con los cuales los griegos de Amanecer Dorado parecen unas monjitas– tomarían el poder. Como ha denunciado Shlomo Willem, rabino jefe de Zhytomir y de Ucrania Occidental, ya ahora es rara la semana que no perpetran agresiones contra objetivos judíos. Sin oposición alguna, en apenas unos meses, de Ucrania occidental huirían judíos, inversionistas, extranjeros y cualquier persona con sentido común. Se habría llegado así al final de un ciclo más que previsible hace años, pero que casi nadie quiso contemplar pensando que el futuro sería un sueño. La realidad es que los hechos son testarudos y esa ucronía sólo podría calificarse como pesadilla.