Muere Thatcher
Un legado en el tiempo
Decía Churchill que existen tres tipos de personas: aquellas que se preocupan hasta la muerte, las que trabajan hasta morir y las que se aburren hasta la muerte. Margaret Thatcher fue una de esas personas que trabajó hasta que la salud se lo permitió. Pero no fue sólo su formidable dedicación a los asuntos de Reino Unido lo que la convirtió en una figura política que ha trascendido a su tiempo, clave en el desarrollo de la segunda mitad del siglo XX y cuyo legado sigue vigente.
Seguidores y detractores, nadie discute que la dimensión política de Thatcher es enorme. Yo tuve ocasión de coincidir con ella en una reunión a la que asistimos algunos diputados de la entonces Coalición Popular. Estábamos en 1986, sólo un año después de que nuestra formación se hubiese inclinado por la abstención en el referéndum de la OTAN convocado por Felipe González. Con enorme crudeza afeó nuestra conducta, explicando que para ser creíble uno tiene que decir en la oposición lo mismo que hubiese dicho en el Gobierno. Principios y convicciones sobre tacticismos políticos. La acción de los gobiernos, como la de las personas, en modo alguno puede abstraerse del curso de la historia, de los cauces previos del tiempo y del espacio. Entender la acción de gobierno de Margaret Thatcher exige una mirada retrospectiva que, no obstante, tiene su proyección en el presente.
El primer vértice de su política se disputa en el terreno interno. Thatcher heredó una Gran Bretaña que ella entendía estaba arruinada como consecuencia de las políticas keynesianas que se impusieron tras el «crack» del 29. Políticas económicas que se inspiraban en una lucha decidida contra los monopolios y oligopolios, con una regulación estricta de los mercados financieros y unas política monetaria y presupuestaria muy beligerantes para compensar la atonía de la demanda interna. Políticas que cristalizaron en los 30 años gloriosos que siguieron a la II Guerra Mundial.
En los años setenta, cuando Thatcher empieza a ser considerada una figura política relevante, el modelo keynesiano empieza a dar muestras de agotamiento por tres factores: la subida de los precios del petróleo, la competencia de los países emergentes y un cambio demográfico que pone en riesgo los pilares mismos del Estado del Bienestar. La tasa de fertilidad empieza a caer y la expectativa de vida, a crecer. Este cambio de escenario provoca una revolución en el terreno de las ideas: se entierra a Keynes y se ensalza a Friedman. Es la época de las privatizaciones de muchos servicios públicos, de la gestión privada de los que quedan bajo la tutela estatal y, sobre todo, la época de la autorregulación. Época, por cierto, que sólo termina con el colapso de Lehman Brothers.
Otro de los vértices del legado de Thatcher está en el proceso de refundación europea. No obstante, a ojos de la historia, la labor de la «premier» en Bruselas fue más controvertida. Si, por un lado, resulta incontestable que fue ella quien asumió la firma del Acta Única que consagraba tres principios básicos: la conversión del Mercado Común en un mercado interior sin barreras, la construcción de la cohesión social y la puesta de los raíles de la Unión Económica y Monetaria; por otro lado, la realidad es que Thatcher fue incapaz de ir más allá.
Sin embargo, su auténtica visión estratégica adquirió dimensión de gran estadista al aumentar el foco frente al mapa mundial. Esos años se producen dos hechos concurrentes: la elección de Reagan, con quien Thatcher establece una relación absolutamente privilegiada al reforzar el eje transatlántico; y la elección de Gorbachov, primer dirigente soviético consciente de las debilidades estructurales de la URSS y de su incapacidad de defender los regímenes comunistas de la Europa del Este. La caída del muro arrastra a la URSS, los países ex comunistas abrazan la democracia y hasta la China de Mao sucumbe a los encantos del capitalismo. Como escribió Hubert Védrine, «los valores occidentales (democracia y economía de mercado) parecen que van a extenderse al resto del mundo sin que ninguna potencia e ideología alternativa pueda hacerles sombra».
En los años que siguieron, el mundo se convirtió en un lugar más seguro y eso es algo de lo que muy pocos líderes mundiales podrán presumir en sus exequias. Por desgracia, la caída de las Torres Gemelas, la Guerra del Golfo y los acontecimientos posteriores nos han hecho despertar de ese sueño. El coraje y determinación de Margaret Thatcher en defender las libertades y la democracia como modelo de crecimiento le han valido un hueco preferente en la historia universal.
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