Bruselas
«Venezuela tiene visos de país fallido»
Ex ministro de Comercio en Venezuela y ex director ejecutivo del Banco Mundial. Ahora publica el libro «El fin del poder»
Moisés Naím conoce como pocos los problemas que sufre en la actualidad Venezuela, el país donde nació en 1952. No en vano, fue ministro venezolano durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez, a finales de los ochenta, durante el célebre "Caracazo", y principios de los noventa. En su nuevo libro, "El fin del poder"(Debate), expone la tesis de que el poder hoy es más fácil de obtener pero más difícil de utilizar. A nivel internacional, Naím -que fue director ejecutivo del Banco Mundial- sostiene que los grandes líderes están maniatados, como Gulliver, por miles de pequeños micropoderes que limitan su capacidad de actuar y que esta parálisis política refuerza los extremos, como el Tea Party en EE UU, o los grupos radicales que surgen en Europa ante la inoperancia de Bruselas para sacar de la crisis a la UE.
-¿Cree que Venezuela encaja dentro de la teoría que defiende en su libro sobre la degradación del poder?
-Así es. En los últimos años, el poder de Hugo Chávez venía declinando, con una oposición cada vez mejor organizada que lo retaba constantemente. En el plano internacional también había perdido fuerza y se estaba quedando aislado. Últimamente sólo se codeaba con sus amigos autócratas. La vitalidad de Chávez también decayó notablemente y cada vez tenía a más gente en la calle protestando. Ahora, Maduro vive con un legado envenenado, con un modelo económico insostenible, una tasa de inflación muy alta, una corrupción atroz y unas pugnas feroces dentro del chavismo mientras Cuba sigue dirigiendo las riendas de la economía venezolana. Venezuela tiene visos de país fallido.
-¿Cree que ésta será la década de América Latina?
-América Latina se ha beneficiado del aumento de precios de las "commodities"impulsado por la demanda de los países asiáticos. Este crecimiento se ha ralentizado y por tanto crecerá a tasas menores. La región tiene oportunidades, pero hay países que no están posicionados. Argentina, por ejemplo, parece un país condenado, con un problema de aprendizaje de su clase política practicando constantemente el autogol.
-En el libro pronostica grandes cambios en los próximos años. ¿Se atreve a imaginar cómo serán?
-Sí, claro. Estamos a las puertas de un gran oleada de cambios políticos, que pasa por que los partidos recuperen la competitividad y vuelvan a conectar con la gente. Los jóvenes que piden derechos propenden a unirse a ONG. Esos idealistas no quieren afiliarse a un partido políticos porque éstos son vistos como grupos excluyentes, corruptos y poco motivadores. Y esto es terrible. No puede haber una democracia basada en ONG. La gente quiere salir a la calle pero no tiene canales organizados. Eso ha pasado en Turquía, Brasil, México, Grecia y hasta en Suecia. Esta oleada no vendrá desde arriba ni saldrá de grandes cumbres sino que será caótica y dispersa.
-Dice que el fin del poder es la consecuencia de tres revoluciones. ¿Puede describir cuáles son?
-Quienes tienen poder hoy día pueden hacer menos con ese poder que los que les precedieron en el cargo. Los poderosos están más limitados. Y eso es consecuencia de tres revoluciones. En primer lugar está la "revolución del más". Cada vez hay más gente, más países, más democracias, más partidos políticos, más armas, más medicinas, más producción... Zbigniew Brzezinski describió la transformacion del mundo con esta frase: "Hoy es mucho más fácil matar a un millón de personas que controlarlas". Para gobernar, influir o reprimir a más gente y con un nivel de vida más alto, los poderosos necesitan de métodos diferentes. Este cambio del "más"implica una "revolución de la movilidad". Todo se mueve más y, por tanto, las fronteras se han difuminado. El poder necesita audiencias cautivas y fronteras fuertes, pero ahora las fronteras son más porosas y eso tiene consecuencias. Esta situación genera una "revolución de la mentalidad". Cada vez hay más clase media en todo el mundo con unas expectativas crecientes que genera sociedades en rápida transformación. Y esto también es global, pasa tanto en países ricos como en los pobres. Las barreras que protegen a los poderosos son menos fuertes, lo que les permite a sus rivales tener más posibilidades.
-¿Qué país ha sido el que más ha perdido en este escenario?
-Todos los países han perdido. Es muy fácil caer en la tentación de decir que Estados Unidos es el país más perjudicado. Pero en geopolítica no importa el poder absoluto sino el poder relativo. No importa tanto cómo está EE UU sino el poder de EE UU en relación al poder de sus rivales.
-¿Será China una potencia hegemónica?
-China va a ser muy importante, pero no hay que olvidar que China tiene dos condicionantes. Uno es su sistema de gobierno y el otro es que es un país muy pobre.
-¿La ONU ha dejado de ser un árbitro valioso en los grandes problemas del mundo?
-Si no existiera habría que inventarla. Lo que sucede es que los gobiernos representados en la ONU se han debilitado y cuando se reúnen para resolver problemas mundiales cualquier solución que adopten tiene costes altos ya que no gozan de un mandato fuerte de sus propias sociedades. A nivel multilateral, la ONU está siendo socavada por falta de poder. Una tendencia actual es que ha aumentado el número de problemas que no pueden ser solucionados por un solo país. Esa brecha es muy peligrosa, es lo que yo llamo el déficit más peligroso del mundo. Esta parálisis política se ha vuelto muy visible en algunos países, donde cada vez hay mayor polarización y un diseño institucional que hace muy difícil que el gobierno pueda tomar decisiones efectivas.
-Usted apuesta por el minilateralismo como la vía más eficaz para tratar de avanzar sobre los grandes problemas del mundo.
-Eso es. Ahora se celebran muchas grandes cumbres. Eso es bueno, pero generalmente no pasa nada en ellas. Para resolver los grandes problemas mundiales, intentar buscar acuerdos entre el menor número de países es más efectivo que buscar un acuerdo entre 180 países. El número promedio de países necesarios para buscar un acuerdo a un problema global oscila entre 12 y 15 países. Ahora bien, el minilateralismo tiene defectos y es que suele excluir a los países más pequeños y no es el sistema más democrático.
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