Venezuela
«Y va a caer, y va a caer, este Gobierno va a caer»
Un enfermo en silla de ruedas, un juez purgado por el Gobierno y un joven de Petare, el barrio pobre más grande de América Latina, dejaron a un lado la angustia cotidiana para pedir el fin del chavismo
Un enfermo en silla de ruedas, un juez purgado por el Gobierno y un joven de Petare, el barrio pobre más grande de América Latina, dejaron a un lado la angustia cotidiana para pedir el fin del chavismo
«Los venezolanos estamos pasando hambre, estamos débiles de cuerpo, pero muy fuertes de espíritu», dijo María Gómez, una mujer que llegó a Caracas para manifestar su descontento con el Gobierno de Nicolás Maduro. Tuvo que sortear varios puestos de Policía que se colocaron en los accesos de la capital, para obstaculizar la movilización nacional convocada por la oposición con el propósito de que el referéndum revocatorio presidencial se realice este año, de modo que pueda haber un relevo en el Poder Ejecutivo lo antes posible.
María, de 67 años de edad, caminaba con entusiasmo por la avenida Francisco de Miranda, uno de los principales ejes viales de la ciudad. A las 9:30 cayó una llovizna que, lejos de disminuir la algarabía de la multitud, apenas refrescó a los manifestantes que comenzaron a salir a las calles a primera hora de la mañana.
Como lo habían solicitado los promotores de la jornada, la mayoría vestía camisetas blancas. Pero la marcha era multicolor: el amarillo, azul y rojo de la bandera nacional se mezcló con las insignias de todos los partidos políticos que integran la Mesa de la Unidad Democrática, la alianza opositora. Los que exigen que Maduro abandone el poder por la vía de los votos también se concentraron en las avenidas Libertador y Río de Janeiro. Las tres suman 18,7 kilómetros y pertenecen a los municipios opositores Chacao y Sucre, pues el Gobierno no permitió el paso al céntrico municipio Libertador, donde tienen su sede los cinco poderes públicos.
«¡Y va a caer, y va caer, este Gobierno va a caer!», coreaban los que procedían de Petare, el conglomerado de barrios pobres más grande de América Latina. En uno de esos barrios vive Kysbel Vargas, de 25 años de edad: «Yo quiero un mejor futuro para mi hija. Ya estoy cansada de hacer colas interminables para comprarle comida, leche pañales... Ya basta de tantos niños muertos por desnutrición, porque la escasez es bestial. Y la inseguridad aumenta cada día más. Yo corro el riesgo de ser víctima del hampa, porque tengo que salir de madrugada en busca de dos kilos de arroz, pero mi familia es de ocho personas y eso no nos alcanza. Quiero un cambio para mi Venezuela bonita».
La joven cuenta que está sin trabajo: «Yo trabajaba en un ministerio, pero me botaron porque me negué a asistir a las marchas que convoca el oficialismo. El chavismo es inclemente con quienes piensan distinto». La salsa de Rubén Blades, los tambores de origen africano y otros ritmos populares animaban sin descanso a la multitud.
En términos de emociones, fue un día inusual, pues la esperanza superó la angustia, como lo dijo Pedro Alberto, de 78 años de edad, que se desplazaba en una silla de ruedas, con la ayuda de una de sus hijas. Pedro es diabético y el año pasado le amputaron una pierna: «La falta de medicinas es un suplicio. Yo necesito insulina y me cuesta mucho conseguirla. Nunca en el país tuvimos una situación tan terrible y me siento obligado a hacer lo que esté a mi alcance por un mejor futuro para mis nietos».
El juez superior penal Ángel Zerpa, destituido por sentenciar en contra de los intereses del Gobierno, fue uno de los miles de venezolanos que participó en la protesta: «Esta manifestación tiene un gran sentido democrático, pues se trata de la posibilidad, expresamente establecida en la Constitución, de revocar a un presidente que perdió la legitimidad por su mal desempeño y por sumir a los venezolanos en la crisis económica y social más profunda de la historia del país».
La mayoría de los establecimientos comerciales cerraron sus puertas, pues a pesar del despliegue policial para garantizar la seguridad de los manifestantes, el oficialismo insistió en atemorizar con la idea de eventuales episodios de violencia. Pero la jornada transcurrió en paz, lo cual desvirtuó la tesis gubernamental del golpe de Estado.
Un helicóptero de la Policía judicial hacía vuelos rasantes sobre la multitud. Y los manifestantes reprochaban con gritos que el Gobierno hubiera prohibido el tráfico aéreo, incluso de drones, con el objetivo de impedir que proliferaran las fotografías cenitales que mostraran la magnitud del evento.
Tal como estaba previsto, a las 12 del mediodía todos los que participaron en la «Toma de Caracas» cantaron el himno nacional, pero no en actitud solemne sino festiva: la gente se abrazaba, brincaba y tocaba cornetas.
Quince minutos después apareció el líder opositor Henrique Capriles Radonski en la emblemática plaza Francia de Altamira, bastión de la oposición. Iba bañado en sudor, portaba una bandera venezolana cuyos colores se repetían en la gorra, la camiseta y el rosario colgado al cuello. La gente lo vitoreó con la consigna más repetida durante la jornada: «¡Revocatorio ya!».
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