Nueva York
Así contactó Snowden con la periodista que reveló la noticia: «Quiero su código encriptado»
Todo lo que haces, cada amigo que tienes, cada compra que realizas, cada calle que cruzas, implica que estás siendo vigilada». Ser «seleccionada» para dar a conocer la mayor filtración de información clasificada de la historia reciente de Estados Unidos tiene sus riesgos. Laura Poitras –una de las periodistas más premiadas por sus documentales críticos con el Gobierno del país más poderoso del mundo– lo supo desde el primer momento en el que recibió un email con un texto más bien escueto: «Quiero su código encriptado. Necesitamos un canal seguro».
El hecho de que alguien le pidiera comunicarse por un sistema de máxima seguridad y anonimato le intrigó lo suficiente para leer el segundo mensaje: «Tengo información sobre el entorno de [los organismos de] inteligencia. No será ninguna pérdida de tiempo para usted». Enero de 2013. Cinco meses más tarde, el mundo entero conoce cómo las autoridades norteamericanas espían los registros telefónicos de millones de estadounidenses. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) tiene acceso a los servidores de las compañías de internet más importantes, incluidas Facebook, Google y Apple.
Laura empezó a tener un contacto casi diario por email con aquel hombre misterioso. Pero no era la única. Paralelamente, la historia se repetía en Brasil, país en el que reside Glenn Greenwald, colaborador del rotativo británico «The Guardian». Este abogado retirado, reconvertido en bloguero defensor de las libertades civiles, sin embargo, no daba ningún tipo de credibilidad a los mensajes de aquel enigmático individuo. Es más, ni siquiera prestó atención a las instrucciones que le envió vía YouTube para descargarse un programa que impedía que sus conversaciones fueran controladas.
En marzo todo toma un nuevo impulso. Glenn recibe una llamada desde Nueva York. Se trata de Laura. Su amiga y compañera le pide que se tome en serio el asunto porque se está fraguando algo importante. La reputación de la premiada periodista era de sobra conocida. Pero... ¿Glenn? ¿Por qué el espía le necesita para cerrar el triángulo amoroso? Cualquier americano habría acudido a «The New York Times» para revelar una información tan suculenta. Pero el hombre misterioso había quedado consternado al enterarse de que el rotativo había ocultado durante un año las órdenes dadas por George Bush para espiar a los estadounidenses sin orden judicial tras los atentados del 11-S.
Tenía que encontrar otra vía y cuando supo del perfil del bloguero pensó que era el candidato perfecto. Sus libros –«How Would a Patriot Act» («Cómo actuaría un patriota»), «A Tragic Legacy» («Un legado trágico»), ambos críticos con la gestión del presidente republicano– le inspiraban confianza. Laura y Glenn comenzaron a trabajar juntos. El primer documento que recibieron fue el del programa Prism, utilizado por la NSA para acceder a los servidores de internet. Era suficiente para justificar un viaje a Hong Kong y encontrarse finalmente con su enigmática «garganta profunda».
La historia de Prism fue publicada por «The Washington Post» después de que Laura se pusiera en contacto con Barton Gellman, otro periodista de investigación. Después de aquello, la realizadora decidió implicarse por completo con su compañero y el rotativo «The Guardian». Cuando ambos llegaron al hotel donde los habían citado no lo podían creer. Aquel hombre que podía acceder al mismo correo de Obama resultó ser un joven de 29 años con un cubo de Rubik jugueteando entre sus manos. Se trataba de Ed Snowden. Se había trasladado allí hacía tres semanas, consciente de que su vida ya nunca sería igual. Atrás quedaban sus días como analista de infraestructura para NSA en Hawái. Había sido ingeniero de sistemas, administrador y consejero superior para la CIA.
El trío se reunió en su habitación. Tan sólo había un poco de ropa, un libro, dos ordenadores portátiles, el cubo de Rubik y un cocodrilo de peluche. Después de una hora escuchando al informático, el bloguero y la periodista creyeron ciegamente lo que les estaba contando. El joven accedió a ser grabado. Era consciente de que después de esa entrevista se convertiría en el fugitivo más buscado del mundo.
La última noche que pasaron juntos tras una semana recopilando datos, Ed se sentó en la cama con los brazos cruzados mientras escuchaba el discurso de Obama por televisión, una vez empezaron a ser publicadas las exclusivas: «No se puede tener el cien por cien de la seguridad y luego también querer el cien por cien de privacidad y molestias cero», decía el presidente. «Éste es el verdadero problema, que a la sociedad no se le ha dado a elegir», contestaba el informático.
En su última entrevista, citó a Benjamin Franklin: «Aquellos que entregan la libertad por seguridad no tendrán, ni tampoco se lo merecen, ninguna de las dos». La frase la dijo lentamente, mientras le grababan.
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