América

La Haya

El mito de la guerra contra Cataluña

La Guerra de Sucesión fue un conflicto internacional impulsado por las potencias marítimas europeas

ASEDIO FINAL.Grabado de la ciudad de Barcelona durante el 11 de septiembre de 1714
ASEDIO FINAL.Grabado de la ciudad de Barcelona durante el 11 de septiembre de 1714larazon

La Guerra de Sucesión fue un conflicto internacional impulsado por las potencias marítimas europeas

La Guerra de Sucesión Española (1702-1714) fue una contienda compleja, pero una de sus causas medulares fue la lucha por el dominio del tráfico comercial internacional y, en especial, del ultramarino. Ese aspecto convirtió una guerra de origen exclusivamente dinástico, en un enfrentamiento plurinacional en el que Holanda y Gran Bretaña impulsaron la guerra tanto en el exterior como en el interior peninsular, atendiendo a sus intereses comerciales. Los aliados –sobre todo los británicos– jerarquizaron la importancia de los frentes de guerra y aceleraron, ralentizaron o dieron por finalizadas las operaciones militares cuando sus objetivos en materia económica quedaron temporalmente satisfechos.

Las potencias marítimas decidieron apoyar la causa austracista contra Felipe V y Luis XIV el 15 de mayo de 1702, mediante la declaración de la Gran Alianza de La Haya. Antes de que ese manifiesto formal se produjera, los distintos territorios peninsulares –incluida Cataluña en las Cortes de Barcelona de 1702– juraron obediencia a Felipe V. A cambio se hicieron importantes concesiones en materia económica. Se otorgó la categoría de «puerto franco» a la Ciudad Condal y el permiso para enviar dos embarcaciones anuales a América sin tener que pasar por el obligado registro sevillano. También se consolidó la libre exportación de vino, aguardiente y productos agrícolas o textiles a los puertos peninsulares sin recargo, lo que suponía una medida proteccionista para los productos catalanes al tiempo que se aprobaba la constitución de una Compañía Náutica Mercantil y Universal estructurada por acciones. Esas prerrogativas daban satisfacción temporal a los anhelos de una burguesía comercial cuyo máximo representante teórico, Narcís Feliú de la Penya, valoró esos logros como los «más favorables que había conseguido la provincia».

En el ámbito internacional, salvo el Emperador Leopoldo I, que al conocer la noticia de la muerte de Carlos II y el contenido de su testamento declaró la guerra a Francia al considerar vulnerados sus derechos hereditarios, la mayor parte de los estados europeos reconocieron al nieto de Luis XIV como rey de España. Tanto el Parlamento inglés como los Estados Generales de las Provincias Unidas, conformados por políticos con grandes intereses comerciales internacionales, debieron considerar el riesgo económico de una guerra. De este modo, Felipe de Anjou fue reconocido rey de España por los holandeses, en febrero de 1701, y por los ingleses en abril del mismo año. La Guerra de Sucesión comenzaba en Europa dejando sólo en sus reivindicaciones dinásticas al emperador Leopoldo I de Austria durante diez meses, desde el 16 de noviembre de 1700 hasta septiembre de 1701.

Sin embargo, las decisiones tomadas por Felipe V a favor de la presencia de comerciantes franceses en América poco tiempo después de ser proclamado soberano despertaron sospechas entre las potencias marítimas. Recelos que se confirmaron cuando, a comienzos de septiembre de 1701, se fundó la Compañía Francesa del Asiento de Negros que ponía en manos de comerciantes galos el monopolio de introducción de esclavos en América. Cuando ingleses y holandeses vieron legitimada la introducción de mercaderes franceses en el comercio americano –y más concretamente en la trata de esclavos en la que ellos participaban desde mediados del siglo XVII– dejaron de ser neutrales en el conflicto sucesorio.

Durante los dos primeros años de guerra los principales frentes estuvieron situados en el corazón de la Europa continental. El conflicto en el interior peninsular comenzó tímidamente en 1704. Antes hubo operaciones costeras fallidas de los aliados, como los intentos de tomar Cádiz o el Puerto de Santa María. Cuando Portugal pasó a la órbita de la Gran Alianza por el tratado de Methuen (27-12-1703) –que supuso una apertura recíproca de mercados de modo que los paños ingleses entrarían en Portugal y Brasil sin impedimentos, mientras los vinos portugueses lo harían en Gran Bretaña– las consecuencias estratégicas fueron muy importantes. Desde Lisboa la flota aliada, mayoritariamente británica, lanzó ataques contra las ciudades costeras peninsulares que dieron su fruto el 6 de agosto de 1704 con la ocupación del Peñón de Gibraltar en nombre de Carlos III de Austria aunque bajo bandera británica. Sin embargo, los aliados no contaban con un enclave terrestre de entidad que se convirtiera en capital de su rey alternativo. Necesitaban encontrar un lugar vulnerable donde existiera un cierto grado de colaboración de la población civil.

En Cataluña el bando austracista tuvo múltiples procedencias y defendía distintos intereses pero el factor más destacado de movilización fue la francofobia y el secular sentimiento antifrancés arraigado y engrandecido por la desconfianza de la burguesía autóctona ante un temido competidor comercial. Si había un grupo mayoritario entre los austriacistas catalanes éstos eran los individuos pertenecientes al círculo de los negocios. Un colectivo consciente de la incompatibilidad de sus intereses con los de los comerciantes franceses, dispuesto a intervenir en los asuntos de la monarquía española en su conjunto en defensa de sus intereses para lo que no dudó en apoyar a un rey de España alternativo.

Los núcleos austracistas de Barcelona y Mataró estuvieron bien conectados con cónsules holandeses y mercaderes ingleses como Mitford Crowe. Esta conexión fue esencial para que se fraguara en 1705 el Pacto de Génova (20-6-1705,) firmado por una delegación catalana, dotada de escasa representatividad institucional, y por una peculiar comisión inglesa encabezada por el mercader Crowe. El tratado comprometía a Inglaterra a defender la causa austracista y los fueros catalanes mediante un apoyo militar a crédito.

El 22 de agosto de 1705 las naves aliadas se colocaron frente a la playa del Besós donde desembarcaron unos 17.000 hombres. Las autoridades de Mataró proclamaron rey al archiduque y desde allí se encaminaron a Barcelona, que capituló el 9 de octubre de 1705. El Consell de Cent y la Generalitat no tomaron partido hasta que la victoria aliada se hizo evidente. El archiduque, establecido en Barcelona como soberano español, convocó Cortes catalanas (5-12-1705). La mayor parte de las concesiones de tipo económico no eran más que la ratificación de las ofrecidas por Felipe V en 1702.

Respecto a las cuestiones comerciales, cuando el archiduque Carlos logró hacer su primera entrada en Madrid (25-6-1706), los británicos aprovecharon la situación y encargaron a su embajador, James Stanhope, que lograra un tratado análogo al concluido con Portugal para asegurarse un mercado exterior que no sólo comprendiera la Península, sino todo el continente americano. En él se contemplaba que el comercio inglés quedara exento del pago de derechos de consumo en territorio peninsular y, sobre todo, incluía un artículo secreto que abría a los británicos el comercio directo con América en igualdad de condiciones con los españoles. Se contemplaba además la creación de una Compañía para el comercio con las Indias Españolas, formada por negociantes de las dos naciones. Mientras se fundaba, los súbditos ingleses podían despachar anualmente 10 navíos de 500 toneladas para comerciar en los puertos americanos. El 21 de noviembre de ese mismo año Inglaterra logró afianzar más todavía sus intereses comerciales al negociar con el pretendiente austriaco un acuerdo, que por primera vez tenía rango de tratado internacional, para introducir esclavos en la América hispana.

Dada la importancia de las cesiones contempladas en los acuerdos de 1707, el archiduque titubeó antes de ratificarlos pero acabó cediendo, en enero de 1708, ante la necesidad urgente de disponer de ayuda británica después de la derrota de Almansa (25-4-1707).

La evolución de la guerra retrasó unos años la obtención de las ansiadas ventajas comerciales por parte de Inglaterra y el monarca signatario español no fue Carlos III de Austria sino Felipe V. La paz llegó porque Inglaterra negoció al margen de sus aliados y con una relativa desconexión de los acontecimientos bélicos. Cuando el 17 de abril de 1711 murió el nuevo emperador José I, hermano del archiduque, toda la cuestión sobre la sucesión española se alteró. El archiduque pasaba a ser el Emperador Carlos VI. El equilibrio de poder quedaría seriamente quebrantado si además se convertía en rey de los españoles.

Los ingleses fueron ágiles en la defensa de sus intereses. Iniciaron conversaciones por separado con los franceses y el 8 de octubre de 1711 firmaron los Preliminares de Londres en los que reconocían a Felipe V como rey de España a cambio de ventajas políticas y, sobre todo, comerciales: el asiento de negros y el navío de permiso bajo cuya cobertura pudieron ejercer un fructífero contrabando. Estos acuerdos bilaterales entre Francia y Gran Bretaña, ratificados más tarde en Utrech (abril-julio de 1713), produjeron indignación en La Haya, Viena y Madrid pero el gobierno británico supo utilizar los panfletos y la Prensa para crear un estado de opinión interior en contra de sus antiguos aliados.

En 1712 las tropas británicas destacadas en Cataluña y Portugal pasaron a reforzar Mahón y Gibraltar, las dos únicas plazas de gran importancia comercial que les interesaba conservar. Los catalanes, únicos defensores de un rey ausente instalado en Viena, sufrieron no sólo el cerco borbónico de Barcelona sino el bloqueo portuario de sus antiguos aliados británicos hasta la caída de la ciudad el 11 de septiembre de 1714.

Pretendiente y Rey

Archiduque Carlos

Quien fue coronado como Carlos III, de la dinastía de los Austria, desembarcó el 13 de octubre en Barcelona donde tuvo muchos apoyos por cierta fobia antifrancesa

Felipe de Anjou

Muerto sin descendencia Carlos II, el heredero fue Felipe V, de la dinastía de los borbones, cuya coronación fue aceptada sin problema para la totalidad de España