Navidad
Fiesta a muerte
Itziar viene de San Sebastián exclusivamente para pasar fin de año en la capital. No se encontrará con ninguna fiesta multitudinaria como el año pasado pero sí podrá acudir a uno de los muchos eventos que se celebran con aforos que oscilan entre las 150 y 3.000 personas (o hasta 10.000, como en el caso de Fabrik). En internet se anuncian decenas de discotecas y locales tradicionales con aforos y propuestas de lo más diversos, por ello, la donostiarra llega con su entrada elegida, pagada y más que planeada. «Llevo bajando tres años a Madrid para celebrar el fin de año. Alguna vez he acudido a espacios públicos, pero esta vez, después de la catástrofe del Madrid Arena, ni uno sólo va a abrir para despedir el año». La joven estudia Hostelería en Zarauz y tiene 21 años, la edad media de cualquier «habitante del planeta festivo» de Nochevieja. «Por mi "onda", me hubiera gustado ver a un buen DJ, pero ya sé que este año no habrá festivales multitudinarios ni "disc-jockeys"de renombre. Eso se suele reservar para el día siguiente. La noche de las campanadas al final, lo que queremos es "pachanga", reírnos, escuchar música disco, algo de house, reggaeton o aquello que oyes en la radio. Quieres reírte, beber una copa de más y estar en buena compañía. Los amigos lo son todo. Eso sí: que no nos den garrafón y que no se suban a la parra con el precio», explica mientras hace su mochila. Saldrá junto a cinco amigos mañana lunes, muy temprano. Al llegar a la capital, pasarán las horas de luz caminando y «comiendo bocatas de calamares», «podríamos haber elegido Barcelona –prosigue-, Sevilla o Valencia, pero eso nos lo echamos a suertes y vamos donde decide la mayoría». Al llegar la hora prevista, enseñarán sus entradas de 45 euros con opción a barra libre en New Garamond –que bien hubiera podido ser MOMA o Kapital–. «De haber ido a Fabrik, serían 27 euros». Al día siguiente, no saben si les darán chocolate y donuts como otros años, o tendremos que salir a una cafetería para hacer esponja».
De 03:00 h hasta las 15:00
Los más fiesteros, años anteriores acudían a un macrofestival como el de Vista Alegre, pero este año se contentarán con la única alternativa que hay en la capital: el evento «GOA», en la sala Fabrik, «que empieza a las tres del primer día del año y termina a las tres del día siguiente. Ahí sí escucharemos pinchar a DJ y también una fiesta "remember"con música disco de toda la vida como grandes éxitos de la Motown», explica Diego, de Tomelloso, que no tiene previsto llegar a su casa hasta el día 3 en el autobús de línea.
No obstante, la multiplicidad de ofertas es tremenda. Según la edad, economía y gustos, uno puede salir de casa a las ocho de la tarde y regresar a la hora de comer del día de año nuevo, cenado, bebido y dormido, por 170 euros. La opción estriba en elegir bien. «Yo de dormir, paso. De hecho, después de los churros del día uno, haremos un "break"y empalmaremos con el día siguiente hasta la salida del tren», explica Itziar.
Pasados los primeros turrones, el presunto «fin del mundo» según el calendario maya y los primeros excesos navideños, miles de jóvenes –y no tan jóvenes– se preparan para ahogar sus penas de fiesta o compartir la noche de fin de año rodeados de amigos, alegría y jolgorio. Para algunos, supone la única noche del año en que sus padres les permitirán no tener hora de regreso; para otros, «es el pan de cada fin de semana, «pero éste, ¡¡¡a lo bestia!!!!», resume Juan. Ni la crisis, ni la ausencia de pagas extra, ni los suspensos, ni acontecimientos sombríos como las cinco chicas muertas en el Madrid Arena les arredran a la hora de atender a cuantas ofertas pululan por la red, con precios que oscilan entre los 15 euros y los 200 para los señoritos que esperan cena, cotillón, orquesta, y volver a casa dormidos y bien comidos... «Si tienes menos de treinta años y sólo quieres divertirte; lo de menos es el gasto», dice uno de los jóvenes.
Algunos empresarios –que no desean ser mencionados– confiesan que la recesión les hace temer no recuperar el desembolso de invertir en un gran disc-jockey como cabeza de cartel, que puede llegar a superar los 50.000 euros por sesión, eso sin contar con el personal de seguridad, los camareros, el servicio de guardarropía, etcétera. «Ser empresario de un local nocturno, en una tesitura como la actual, no es muy fácil», resume uno de los relaciones públicas de Fabrik. No en vano, muchos empresarios del sector reconocen estar aplicando precios de hace 15 años para poder mantener el negocio. «Si el 50 por ciento de los jóvenes está en paro, sus padres no han tenido paga extra y la economía aprieta, hay que bajar el precio o no te comes un churro», resume el dueño de un local.
No obstante, los eventos con más afluencia anunciados en las redes que corren de boca en boca de los jóvenes son los celebrados en el Teatro Kapital (con aforo para 2.000 personas), Fabrik (con capacidad hasta 9.000) y Oh Cabaret (donde podrían entrar con tranquilidad 1.500 almas).
Con menos capacidad, nadie quiere perderse otras fiestas como las convocadas por Keeper, Cocó o Moma.
La opción del botellón
«La calle es el último reducto para paladares agradecidos, bolsillos vacíos, juventud, temor a los imponderables y con ganas de divertirse en la celebración del año nuevo», resume el antropólogo José Dueso. «Ocurre –prosigue– desde que el mundo es mundo, en todas la fiestas paganas conocidas: tomar la calle como espacio de diversión, festividad y advenimiento de acontecimientos nuevos».
Eso, a día de hoy, se resume en una palabra: bo-te-llón. Desde los cientos de personas que acudirán de manera espontánea, como Luis, «con el cava en la mano para comerme las uvas y celebrar el año nuevo» hasta los hijos de quienes esto escribimos o leemos, que invadirán parques, plazas o aparcamientos de casi todas las ciudades «con el único objetivo de no pagar ni cotillón, ni fiesta, ni copas, porque es carísimo», como resume Isabel, de Zafra, quien asegura que en «la Plaza Nueva, nos ponemos hasta el tapón por 18 euros de media Eso sí, las chicas pagan el precio a medias, y los chicos, entero, con lo que nos sale más barato con la discriminación positiva», dice riéndose.
El Ayuntamiento focaliza los botellones en un lugar concreto para evitar destrozos en otras calles y tenernos más controlados. Pero lo mejor «es que nos movemos de un botellón» a otro. Es decir: nos vamos bebidos de un tumulto al de dos calles más allá, y el segundo nos sale gratis. Y más a las chicas, que siempre somos bienvenidas como en los garitos. Con lo cual, mis amigas y yo iremos circulando de tunda en tunda, a precio de nada.... Porque, ¿sabes?–continúa Isabel con desparpajo–, mis padres están en paro y no andan para llenarme el monedero. Yo, como todos los de mi generación, soy una superviviente... También de las ''fiestukis''».
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