La Razón del Domingo
Imposición de decidir
He estado buscando con detenimiento en los derechos humanos de la Revolución Francesa y en la declaración universal de la ONU, pero no he encontrado por ningún lado el «derecho a decidir». Lo más similar es, en la ONU, el reconocimiento al derecho de autodeterminación de los pueblos, pero sólo se admite en tres casos: el de situación colonial, ocupación militar o «apartheid». Más allá de que siga pendiente eso de explicar dónde empiezan y acaban los «pueblos», está claro que no podremos aplicar esos supuestos a menos que los catalanes reconozcamos la posibilidad de estar practicando en nuestra región el «apartheid» mental con los emigrantes y sus descendientes. Todo el asunto está plagado de paradojas grotescas. Como ser las dictaduras quienes más gustan de referéndums. La democracia de los totalitarios siempre termina llevando adjetivos, y su derecho, complementos. La democracia de verdad nunca es arbitraria y no necesita adjetivos, ni su derecho muletillas. Tiene su expresión en el Estado de Derecho, el espíritu de las leyes y el respeto a ellas. Aún no nos han explicado qué cosa va a decidir ese derecho a decidir. ¿Derecho a decidir expulsar a alguien? ¿A llevar gente al lazareto? ¿Derecho al canibalismo? ¿A gustar de las señoras (o de los caballeros) con delirio? Cuestiones como ésas son imposibles de dilucidar con un referéndum. Es hilarante embarcarse en una votación por el derecho a decidir para terminar sancionando a tus propios diputados por decidir libremente. Que el nacionalismo necesite referendos para vivir, sin ser capaz de prosperar por sí mismo en el Estado de Derecho, nos indica hasta qué punto ha llegado su decadencia y cómo ha perdido su sentido en el mundo moderno, incapaz de dar respuestas para el universo globalizado que vivimos.
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