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Milagro alemán para países con poca fe

En la mentalidad española pervive la idea de que las cosas se hacen bien porque no hay interferencias políticas

Milagro alemán para países con poca fe
Milagro alemán para países con poca felarazon

En la mentalidad española pervive la idea de que las cosas se hacen bien porque no hay interferencias políticas

En nuestro país, Alemania ha tenido buena prensa entre los sectores conservadores, que han visto en los alemanes un modelo de rigor y de exigencia, ajeno a los vaivenes de la política y capaz de aceptar disciplinadamente los dictados de lo que parece razonable. No siempre fue así, ni todos los conservadores españoles padecieron esta fascinación. El joven Menéndez Pelayo abominaba de las «nieblas hiperbóreas», es decir, norteñas. Juan Valera, más moderado, recordaba una escena de sus años de diplomático en Nápoles, cuando intentaba convencer a los italianos de la excelsa contribución alemana a la cultura (Goethe, Beethoven, Hegel y «tutti quanti») y sus interlocutores aducían siempre: «Ma cosa volete, sono barbari!».

Hoy la reputación de Alemania en España se basa, como siempre, en la fama de eficacia y seriedad. La admiración por Alemania, antes limitada a círculos conservadores o de derechas, se ha generalizado al conjunto de una sociedad desconcertada, en busca de modelos vitales. En la mentalidad conservadora española, sin embargo, pervive la consideración de Alemania como un país donde las cosas se hacen bien naturalmente, sin interferencias políticas ni de otras clases. Se admira Alemania como civilización, en una palabra.

Por parte de la izquierda, también subsisten algunos reparos antiguos, de cuando Alemania representaba la reacción, excepción hecha de los krausistas, que rivalizaban con los alemanes en el gusto por las «nieblas hiperbóreas». Esta disposición cambió cuando los alemanes ayudaron al PSOE y Felipe González organizó aquí un simulacro de socialdemocracia, que era algo muy distinto de lo que había hecho posible el «milagro alemán» de posguerra. Ha vuelto a primer plano ahora que Alemania, la economía más poderosa de la zona euro, exige que se apliquen medidas de austeridad a cambio de mostrarse más generosa.

Aunque ninguna de estas dos actitudes esté completamente infundada, las dos olvidan algún aspecto importante, y muy en particular uno, que es la importancia de la política y el estilo de hacer política propios de los alemanes. Efectivamente, ese culto a la eficacia que parece presidir la vida alemana está muy lejos de basarse en la reverencia hacia lo que parece indiscutible. Al revés, se basa más bien en la búsqueda permanente del consenso y del acuerdo. El liderazgo de Angela Merkel, por ejemplo, se basa en la negociación y en la explicación permanente, que apela, más allá del sentido común, a la capacidad de los alemanes para entender las razones de una política. Y la socialdemocracia, en Alemania, no es un slogan para machacar a una derecha despreciable por serlo. Es exactamente lo contrario: la búsqueda de la sostenibilidad de un sistema de protección social a través del ajuste permanente, que sólo se consigue mediante el diálogo. En este sentido, todos los partidos son socialdemócratas. En Alemania no se gana por dar puñetazos sobre la mesa y excluir al adversario. Gana quien es capaz de tomar la iniciativa en el diálogo permanente.

La llegada de Mariano Rajoy al gobierno pareció abrir un periodo prometedor para las relaciones entre España y Alemania. Sólo ha sido en parte. Como era de esperar, el Gobierno español no se ha adherido al slogan según el cual Merkel y los alemanes son los principales patrocinadores de la política de austeridad y, en consecuencia, responsables de la prolongación de la crisis. Aun así, el Gobierno español tampoco se ha alineado con Alemania, y en bastantes ocasiones ha preferido ir de la mano de los franceses y los italianos. Es una consideración táctica, que permite capear algunas de las críticas de la oposición. El Gobierno de Angela Merkel sabrá comprenderla, incluso cuando gane las elecciones y continúe la política que ha seguido hasta ahora: autocontrol, austeridad y diálogo. Podrá haber alguna rectificación, pero no va a haber marcha atrás ni volverán los tiempos felices para los despilfarradores del esfuerzo ajeno.

Por otra parte, los españoles hemos imitado a Alemania en un aspecto inesperado. España se ha convertido, como nuestro vecino del norte, en una economía exportadora. Aunque haya mucho que aprender, España ha hecho un esfuerzo gigantesco, que los alemanes reconocen. También reconocen algunas de las ventajas de España y la sociedad española: el clima, la vida extrovertida, la falta de inhibiciones. España siempre ha contado con la simpatía de los alemanes, aunque muchos de ellos han conservado los antiguos prejuicios acerca de las diferencias culturales. Cataluña, por ejemplo, siempre ha sido vista como la más laboriosa de las regiones españolas. Como los alemanes conocen en primera persona los estragos del nacionalismo y no se hacen –a diferencia de la izquierda en España– ninguna ilusión acerca de lo que el nacionalismo quiere decir, tal vez hayan empezado ya a cambiar de opinión.

La época de los «trabajadores invitados»

Alemania es el país más poblado de la Unión Europea, con 82 millones de habitantes. Una sexta parte procede de la antigua RDA. En los años cincuenta recibió a millones de «trabajadores invitados», en su mayoría del sur de Europa. En la actualidad, viven más de 15 millones de personas de «trasfondo migratorio», definición que aplica la Oficina Federal de Estadística para referirse a todos los inmigrantres, incluidos a sus hijos nacidos en Alemania. Siete millones de ellos son «extranjeros» y unos ocho, de nacionalidad alemana. Los turcos están a la cabeza de la inmigración con 2,5 millones, seguidos de los ex yugoslavos (1,5 millones). El número de musulmanes es de 4 millones.