Murcia
Y a los 60 años nació
Juan José no podía demostrar su nacionalidad ni casarse porque carecía de partida de nacimiento. Una denuncia de LA RAZÓN le ha ayudado a conseguirla
En Murcia un hombre acaba de nacer con casi 60 años. La noticia no es una broma tonta ni el argumento fantástico de películas como «El misterioso caso de Benjamin Button». Ésta es la historia verídica de Juan José García Soriano, nacido en el Sáhara en 1953 (todavía territorio español), que quedó privado de identidad oficial por una serie de problemas con el registro y la posterior independencia de España del África occidental. Su partida de nacimiento había desaparecido. Sin más. «Usted no existe», se empeñaban en decir los responsables de los registros de Guadalajara, Murcia y Madrid, las tres ciudades en las que Juan José reclamó durante cuatro años. Pero ahora, después de rellenar solicitudes, cumplimentar instancias, formular peticiones, hacer colas, coger número, esperar y más esperar, por fin le llegó el documento oficial que acredita su nacimiento. «¡Ya existo, ya tengo nombre!», bromeaba el pasado miércoles por teléfono desde su casa de Murcia.
Y ahora, finalmente, puede cumplir su sueño aplazado de casarse con su novia, Rosario Micol, de 51 años, con la que convive desde hace cinco. «No sólo es la ilusión que nos hace la boda, por supuesto», cuenta contento. «Es que estábamos desesperados porque el tiempo seguía pasando... Ya somos mayores... y si nos pasara cualquier cosa a alguno de los dos, Dios no lo quiera, no tendríamos ningún derecho respecto al otro. Rosi ni podría pedir días libres para visitarme en el hospital, oficialmente no somos nada. Si me ocurriera algo grave, ella quedaría indefensa...», reflexionaba el hombre con nombre.
Derecho a existir
El pasado 23 de junio, LA RAZÓN publicó el caso de Juan José García. Contó sus desesperaciones y recogió su protesta. Entendía que había problemas mayores en una sociedad, noticias más importantes para la Prensa, pero su frustración y su constancia le hicieron no claudicar en su «derecho básico de existir», como dice en un tono agridulce. Tras la publicación del reportaje en este diario, los trámites se agilizaron. «Podrá ser coincidencia o no, pero al poco de salir el artículo, me llamaron para decir que ya estaba listo».
Su reacción fue de sorpresa y de alegría. Pero también de cierto enfado sostenido. «Estoy celebrando algo que no se debería celebrar: tener un documento que todo el mundo tiene», declara. Tras la llegada de la primera carta de confirmación en julio (su partida de nacimiento ya estaba en curso), el incansable Juan José se trasladó al registro central de Madrid y al de Guadalajara. No quería aguardar ni un día más. Como se le había cruzado el verano («en agosto el país se paraliza»), el documento en sí aún tardaría varios meses. Así que Rosi y él copiaron el tomo y el libro desde la pantalla de ordenador del registro (con permiso de la responsable) y lo buscaron por tres vías: desde una gestoría dirigida por un amigo en Madrid, desde un bufete de abogados de un familiar, en Alicante, y a través de internet.
Los tres caminos fueron más rápidos que el oficial. El pasado 22 de noviembre, el Registro central envió un exhorto a la pareja señalando la próxima llegada de su partida de nacimiento. Añadía la misiva que se había producido alguna irregularidad. «Sí, claro que hay irregularidad, decía que algo raro pasaba... Increíble. ¡Claro que era raro! Llevo cinco años pidiendo mi partida de nacimiento!», exclamaba Juan desde Murcia. A la llegada de la carta oficial, Juan tenía nueve copias de su partida (tres recibidas por internet, tres desde la gestoría y tres desde el bufete de abogados).
En estos días la pareja busca la fecha de boda y, dado que «la burocracia parece no acabar nunca en este país», espera a la primera comparecencia en la que deben demostrar que el dosier de documentos está en perfecto orden. «Nos han dicho unos que un mes y otros, que hasta seis», asegura Juan José. «Yo ya ni cuento, pero el tiempo a estas edades pasa más rápido. Mis padres son ya mayores y queremos que asistan a la boda», agrega. Y aquí exige un cambio que muchos ciudadanos han reclamado en algún momento de sus vidas: «Que se agilicen los trámites, por favor; que se contrate a más personal o más eficiente; que se invierta lo que se necesite para modernizar el sistema; que se haga lo que se tenga que hacer para evitar problemas como el mío y otros mayores», zanja.
Esta historia terminará en boda. De eso no hay duda, aunque Juan José todavía no lo cree del todo. «A mí no me quiere casar nadie», se ríe. «En cuanto pasemos las comparecencias, vamos al juzgado sea invierno, verano, nieve o truene», añade. «Tenía la ilusión de casarme a los cincuenta y tantos [cumple 60 en abril] y no sé si me dará tiempo», piensa en alto. Su padre ha cumplido ya 88. Su madre, 85. «A estas alturas de la película, me siento contento pero cansado; feliz pero casi agotado; emocionado pero harto. El "embudo"burocrático conlleva una inacción dolorosa», protesta.
La boda iba a ser íntima pero, visto el tiempo de espera, quizás cambien de opinión. «A Rosi no le importaba algo sencillo, pequeño; es muy discreta, introvertida. Pero ahora ya no sé, con lo que hemos luchado, estamos pensando en hacer una fiesta, por todo lo alto, que no te quiero ni contar...».
Nacer en el Sáhara, vivir en el limbo
Los problemas políticos de España con el Sáhara afectaron a muchos ciudadanos, no sólo a los nacidos allí de padres españoles, sino sobre todo a los nacidos de padres no españoles o los nacidos en territorio saharaui. No tienen Estado. Viven en un limbo absoluto. A Juan José le duele la situación. La pérdida de su partida de nacimiento no es nada comparado con lo que sufrieron y sufren los saharauis.
«Dicen que se quemaron muchos archivos en aquellos años, que se destrozaron edificios... Fue la guerra la que terminó con todo», contó a este periódico. El caso de Juan José no es aislado. Muchos han perdido su «identidad oficial», entre otros muchos derechos. Juan José ha peleado mucho para conseguirlo, no sabe si otros han tenido tanta suerte.
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