Columna de Carla de La Lá
10 souvenirs que me llevo de 2020
Y no me refiero a la mascarilla, ni a los acreedores, ni a las canas verdes, ni a las lorzas.
Todavía es pronto para valorar la apisonadora Covid y aunque salimos de este año confusos, disfóricos y a veces, desquiciados, yo diría que algunos efectos secundarios, serán positivos.
Me conmuevo echando el recuerdo un año atrás y me enternece la visión de nuestra vieja normalidad brindando por los felices años veinte, quemando la tarjeta en los regalos navideños, alternando, disfrutando sin parar… Y luego el año que nos ha tocado a esta sociedad blandita con poca o ninguna tolerancia al sufrimiento, a esta generación mía que no conocía el dolor (la del ibuprofeno y el lexatín), ni el aburrimiento (la del streaming y el smartphone) … Nosotros, los de la leche sin lactosa, los del vino sin alcohol, las galletas sin gluten y los pasteles de chocolate sin azúcar ni hidratos de carbono… Nosotros que no perdonábamos el gimnasio; los feministas, los ecologistas, los hiperviajados… sin poder salir de casa. Nosotros, los del selfie en restaurante de papel pintado, confinados, arruinados, sin comprender.
En 2020 no hemos hecho grandes negocios, ni compras, no hemos conocido a mucha gente, ni hemos disfrutado de vistosos planes, no hemos acudido a fiestas, ni celebraciones pero ahora que estamos sobrios del todo, a salvo de la melopea de cursilería navideña y lejos de almibarados análisis de fin de año quiero levantar mi copa por todos ustedes y recordarles que este 2020 histórico (y también bastante histérico), hemos hecho juntos un extraordinario viaje espiritual del que yo, por ejemplo, me llevo varios suvenires (y no me refiero a la mascarilla, ni a los acreedores, ni a las canas verdes, ni a las lorzas).
1) Unos grados menos de arrogancia: soy de una generación que creció en la falsa ilusión de control y en la paranoia del bienestar como derecho, pero ahora sabemos que nunca hemos controlado el mundo, ni tampoco nuestro fuero interno. Lo que sí tengo claro, desde mi pequeñez particular es que cuando seamos más humildes con respecto a nuestra capacidad, comenzaremos a mejorar; ni la ciencia, ni los hombres, tenemos el control; el coronavirus pone de manifiesto que somos vulnerables y la única forma de vida sensata conlleva aceptar todas las posibilidades.
2) Tolerancia a la frustración: como buena hija de mi tiempo, el tiempo de la recompensa inmediata, no me manejaba demasiado bien en la resignación ni en la renuncia. Sin embargo, 2020 nos ha enfrentado cara a cara con la incertidumbre, no sabemos qué pasará dentro de una semana, quince días, el coronavirus nos obliga a enfrentarnos psicológicamente con lo inesperado y con la fatalidad pero ¿existió la seguridad verdaderamente?
3) Necesidad de trascendencia: Cuando todo va sobre ruedas uno puede cometer la torpeza de olvidar la espiritualidad o algo peor, de sentirse Todopoderoso; por eso, considero buena una eventual sacudida terrestre, donde se doblen un poquito nuestras débiles rodillas y seamos conscientes de que solamente hay un rescoldo infalible e inmutable en nuestra existencia: Dios.
4) Necesidad de Vitamina C: este año he adoptado nuevos hábitos de salud y para ello me he acercado a la tecnología y los últimos avances de la nutricosmética, en concreto empecé a tomar a diario liposomas de Altrient, Vitamina C… Como saben, el sistema inmunitario, no espera.
5) Deseo de cuidar el mundo: Lo que está claro es que como civilización lo hemos hecho mal, no hemos cuidado el planeta, ni la naturaleza ni a sus gentes; como dicen los neuróticos de la sostenibilidad, ya era preciso que algo nos frenara y nos situara en perspectiva para resetear.
6) Regreso a la naturaleza: necesito praderas, sembrados, dehesas, al igual que Elis Regina que cantaba bossa nova como si quisiera salir volando, toda ella swing, elegancia y extrañeza, “Eu quero uma casa no campo, Meus discos e livros e nada mais…”. Estos meses encerrada en un piso céntrico he descubierto que quiero vivir en el campo, “y ver a las ovejas y las cabras pastando solemnes en mi jardín”, algo sencillo, silencioso, eremita, rústico, rodeada de árboles, vacas y cerdos ¡Hacer chorizos!
7) Entereza: No soy temerosa (Las mujeres cristianas nos reímos del porvenir. Pr. 31,25); sin embargo, ahora me siento más fuerte que en 2019 porque esta vida es una pista americana donde hemos venido a entrenarnos, como un juego en el que tenemos que atravesar diversos escenarios, cada uno de los cuales alberga un examen, sin dramatismos, como el Un, Dos, Tres…
8) Gratitud: Hay que dar las gracias cada día por todo lo bueno que tenemos y hemos vivido, pero sobre todo por lo malo que nos pasa. ¿Cómo? El sufrimiento, educa la inteligencia y los obstáculos sirven para restar imbecilidad. No hemos venido a la vida para estar cómodos. Las pruebas son de agradecer porque son lo único que nos hace avanzar como individuos, elevarnos sobre nuestras carencias. Una ración equitativa de dolor sirve para situarnos y continuar avanzando.
9) Amor: “La vida del hombre es una larga marcha a través de la noche, rodeado de enemigos invisibles, torturado por el cansancio del dolor […] Muy breve es el lapso durante el cual podemos ayudarlos, en que se decide su felicidad o su miseria. ¡Ojalá nos corresponda derramar luz solar en su senda, iluminar sus penas con el bálsamo de la simpatía, darles la pura alegría de un afecto que nunca Se cansa, fortalecer el ánimo desfalleciente, inspirarles fe en horas de desesperanza! “(Bertrand Russell, Misticismo y lógica). Ya lo ven, darnos a los demás (y no sólo a la familia). Atender, escuchar, confortar y encontrar el placer inmenso que existe en ello. Amar a los demás es la mejor escuela afectiva y emocional, y la única manera de llegar un día a querernos a nosotros mismos.
10) Autoconocimiento: a una sociedad absolutamente volcada en el consumismo y la vanidad, de pronto, le es impuesto un parón obligatorio enfrentándola a sus más impensables temores, la bancarrota, la familia, el aislamiento, el aburrimiento, la enfermedad, la muerte, y lo que es peor: reflexionar acerca de quién es verdaderamente.
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