Europa

Sevilla

Alfonso Díez: «Nuestro amor no tenía edad»

El futuro del viudo de la Duquesa de Alba no lo conoce ni él mismo. No tendría ningún problema en trasladarse a Sevilla, aunque aún tiene mucho que pensar. Su prometido la ganó porque durante más de treinta años la estuvo esperando hasta que el destino volvió a reunirlos

Su primera aparición pública. A mediados de 2008, se dejan ver en el Cristo de los Gitanos, confirmando su relación
Su primera aparición pública. A mediados de 2008, se dejan ver en el Cristo de los Gitanos, confirmando su relaciónlarazon

Con aires de coplas comienzo este artículo, y es que la Duquesa de Alba, para el mundo, Cayetana, para los amigos, Tana, para los íntimos, ha sido en el mejor de los sentidos la mujer de las mil caras y una de ellas era la de su amor a la copla, por eso consideraba como diosas de un arte antiguo a Pastora Imperio, Lola Flores, Rocío Jurado... Pero lo que procede es relatar los últimos meses que ha vivido esta Grande de España. Como es tradicional en verano, los Duques se trasladaron a su casa de San Sebastián. Ella iba bastante mermada de salud, sobre todo en lo que se refiere a movilidad. Por primera vez, se trasladaban desde la ciudad vasca a Sevilla, sin disfrutar de ese periplo viajero por diferentes puntos de España que recalaba siempre en alguna playa, aunque ella no perdiera el ánimo ni en sus últimos días, pues pensaba que podría seguir su ruta habitual. Me contaba el duque, su esposo, que todos los días «me pedía que marcháramos para Ibiza». Después, las salidas fueron siendo escasas y, a pesar del ánimo y las ganas que ponía, regresa al sevillano Palacio de las Dueñas maltrecha. Así, hasta que el miércoles, cuando se presenta la enfermedad con aires de triste final. España entera ha seguido sus últimos días minuto a minuto. Como era de ley, a su muerte la Duquesa, que siempre han amado los sevillanos, fue trasladada al Ayuntamiento, para que un río de gentío, tan grande y caudaloso como el del Guadalquivir, pasara en forma de hombres y mujeres a decirle a la mujer que sienten como suya que no se fuera, que se quedara con ellos para siempre. Llegué al velatorio con Natalia Figueroa y su hija Alejandra Martos; venían de Madrid exclusivamente para este acto y me pidieron que fuéramos los tres juntos. Natalia es amiga de Cayetana de toda la vida. La entrada en el fastuoso salón Colón del consistorio sevillano era verdaderamente impresionante: teníamos delante de los ojos: cientos de corona de flores. Y el féretro envuelto con las banderas de España y de la Casa de Alba, una cruz alzada y dos grandes retratos del Señor de los gitanos y Nuestra Señora de las Angustias coronada, titulares de su hermandad para la que fue un verdadero sustento en lo económico. Un desfile de gente que reza ante el féretro. A ambos lados del mismo se sitúan los bancos para familiares y allegados. Los más afectados, Eugenia, duquesa de Montoro, y el duque viudo, que hace una declaración de amor eterno en la dedicatoria que orla la gran corona de flores; por cierto, blancas éstas y blancas también las cintas que la orlan. Le pedí permiso para transcribir lo escrito y fue entonces cuando se abrazó a mí llorando. «Me han salido del alma», me dijo y añadió «que el amor que nos teníamos siempre fue muy joven, no tenía edad». « No sé si he sabido decirte lo que te he querido, te quiero y te querré». Verdaderamente, el suyo fue un gran amor.

Antes de seguir con Cayetana quiero dejar claro que para todos los que hemos compartido cercanía con la pareja, la figura de Alfonso Díez ha sido fundamental en la felicidad de la Duquesa. Este hombre espigado era hasta hace cinco años anónimo, dedicaba su vida al trabajo, a sus aficiones –como la música y el cine– y a su interés por las antigüedades, de las que posee un gran conocimiento. Pasaron treinta años desde que conoció a Cayetana y hasta que un día casualmente se volvieron a encontrar. A partir de ese momento, todos los focos mediáticos cayeron de golpe sobre él. Aunque su vida haya seguido siendo la misma, salvo los encuentros con su dama, se convierte en un claro objeto de la curiosidad general, sometido al juicio de muchos sin que tan siquiera lo conozcan. Si hablas con él un rato descubres a un hombre con muy buena planta, simpático, educadísimo y gran conversador. Su pasado, como el de cualquiera, es suyo, y el futuro ni él mismo lo conoce. El tiempo pone todo en su lugar. Cuando se da cariño y generosidad, todo resulta bastante más fácil. En cuanto a cambiar de residencia y trasladarse a Sevilla no le resultaría ningún problema pues ha tenido Madrid como segunda residencia. En la ciudad que tanto le gustaba a Cayetana se ha encontrado como si fuera de la misma, nacido allí. Hay muchas iglesias en las que perderse, antigüedades que valorar, museos que disfrutar. Más tarde, fue buscando otras actividades que llenaron su tiempo. Después de la boda, contra el pronóstico de muchos, se convirtieron en una pareja perfecta, mérito que no hay que escatimar ni regatear a Alfonso, ya que en todo momento se plegó a los deseos de su esposa, que como mujer de gran personalidad no era fácil en la convivencia diaria. Nuestra protagonista es personaje de poliédrica personalidad. Porque es Duquesa de Alba cuando regala un manto bordado en oro a la Virgen de las Angustias. Es duquesa de Berwick en el momento en que decide ayudar con mucha generosidad a la restauración del templo de su Cristo de los Gitanos. Marquesa del Carpio cuando compra un caballo de picar en la plaza de toros de Sevilla, porque ve que el animal ya no está para esa tarea. Marquesa de Almenara cuando envía un cheque al padre Pateras para que pueda terminar un pabellón donde se refugian los que cruzan el Estrecho con el Levante y las olas como enemigos. Es condesa de San Esteban de Gormaz cuando ayuda a alguna vecina cercana a Dueñas que pasa por un mal momento. Es condesa de Aranda por su curiosidad por todo lo que sucede a su alrededor. Es condesa de Gelves en el ballet. Marquesa de La Algaba en los toros. Condesa-duquesa de Olivares en la Feria... Siempre, y sobre todo, es y será Cayetana. Si le preguntas a la mujer sobre su casa, sobre su patrimonio, sobre esa estrella que la ha guiado pero que pesa tanto, te contesta que ha sido hija única y heredera titular de la Casa de Alba. Por tanto, a su disposición han estado todos los bienes de la misma, aunque siempre tuvo en cuenta que recibía un legado de siglos, que no sólo ha conservado, sino que a través de los años ha aumentado y saneado, demostrando un interés absoluto por cada piezas, cada obra de arte, conociendo dónde estaba cada una, sabiendo su historia. Por tanto, considera que ha cumplido con su deber como Alba. Sobre sus seis hijos, asegura que siempre los ha querido y protegido. Por eso dejó en vida repartida la herencia que los ampara a todos. De algún modo también ha querido dejar herederos a los españoles, ya que a través de la Fundación Casa de Alba lega los palacios de Monterrey, en Salamanca, y de Liria, en Madrid, donde se conserva una de las colecciones de pintura más importantes de Europa (con obras de grandes maestros como Goya, Fray Angelico, Raimundo de Madrazo, Ingres, sin olvidar a los grandes contemporáneos, como Chagall, que la entusiasmaba, o los impresionistas), además de otros muchos objetos de gran valor artístico que quedarán siempre en España y podrán ser visitados por todo el que lo desee. Éste es el legado que ella deja a su patria.

El humor, por encima de todo

Sobre todas las cosas, Cayetana se declaraba monárquica, católica y sevillana. Por ello, a la hora de convivir con Alfonso, la única forma de poder hacerlo dadas sus creencias era mediante la celebración de una boda religiosa. Añade, con su tremendo sentido del humor, que ella no se podía permitir «vivir en pecado» y que, al contrario que sus hijos, nunca se divorciaría. No es ninguna contradicción que se considere justamente moderna y avanzada y, sobre todo, libre. Que agradece el afecto de muchas amigas y amigos y las gentes que en cualquier punto de España le han demostrado a través de los años su simpatía. Y entre todos ellos destaca su gran cariño por Carmen Tello. Por eso fue la madrina de su boda, por eso estuvo cerca en uno de los días más importantes para ella. Le confesó que quería a Alfonso Díez porque es bueno y cariñoso, además de divertido, cosa a la que daba una enorme importancia. Su prometido la ganó porque durante más de treinta años, de alguna forma, la estuvo esperando hasta que el destino un buen día volvió a reunirlos para siempre. Que seguirá viviendo en Sevilla, la ciudad que tanto ama y que es parte de su felicidad. Deja claro que contra las envidias y los rumores malévolos, tiene el mejor antídoto: ilusión y mucho cariño que dar y que estas dos cosas rompen cualquier barrera que quieran poner en su vida. La Duquesa Cayetana, como siempre en su vida, y hasta su muerte, lo ha tenido todo muy claro.