Casa Real
El reinado de los libros
Quien acude a una feria de libros, siquiera inconscientemente, rastrea entre títulos en busca de sentir lo que R. W. Emerson apuntó en sus diarios: «Cuando leo un buen libro, uno que abre un universo de posibilidades literarias, desearía que nuestra vida durara 3.000 años». Lo malo es que no sucede lo que otro filósofo, Arthur Schopenhauer, propuso con tanta ironía como desamparo: «Junto con los libros debiera venderse el tiempo suficiente para leerlos». En personalidades con una agenda apretada llena de compromisos públicos y de gran notoriedad, la elección de lo bueno y del escaso tiempo para dedicarlo a la lectura se hace, por supuesto, perentoria. La Reina Letizia no compró nada de esos autores en la Feria madrileña, pero «casi»: se llevó el reciente «Volar», extractos del diario de H. D. Thoreau, uno de los amigos de Emerson, en torno a sus observaciones sobre aves, y el volumen 4/2 de los «Escritos» de un contemporáneo de Schopenhauer, Søren Kierkegaard. A lo que acompañó de otro de los germanos más famosos, Friedrich Nietzsche, en su faceta menos conocida, la de poeta.
Pero hoy el lector habitual no responde a un mismo corte y se nutre tanto de este tipo de lecturas de máximo nivel intelectual, que reflejarían un gusto profundo por el pensamiento y la palabra, como con novelas de entretenimiento y ensayos de autores de actualidad. Fue precisamente el caso de la Reina, que junto con obras de premios Nobel como Mario Vargas Llosa, que acaba de presentar su historia «Cinco esquinas», o la última en recibir el galardón sueco, Svetlana Alexiévich, con «La guerra no tiene nombre de mujer», sobre aquellas que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, adquirió cómics con trasfondo literario y novelas con argumentos desenfadados, como «Providence», de Alan Moore, y «Funny Girl», del inglés, adaptado al cine varias veces, Nick Hornby, respectivamente. Ante la infinita oferta, uno ha de convertirse en lector poliédrico, y la tendencia a leer versos –destaca entre las elecciones el complejísimo «Alfabeto», de la danesa Inge Christensen, necesitado de estudiar su estructura y emparejarla con la de la ciudad de Copenhague para que se ilumine su contenido– se combina con autores de «thrillers» o con trabajos de tinte político. Es el caso de lo último de Nativel Preciado, «Hagamos memoria», en que la periodista repasa sus cuatro décadas de oficio y reflexiona sobre el desencanto ciudadano ante los políticos. Y así una veintena de libros que, tal vez, regalen un instante de suspensión del reloj. Para no necesitar que la vida dure 3.000 años. Ni querer comprar más tiempo.
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