Gastronomía

Portugal en 7 bocados

Portugal en 7 bocados
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Escribía en mi Instagram en una foto mía en blanco y negro, de perfil, posando en Lisboa: “hay sitios a los que sólo puedes regresar con la misma energía”, para no olvidar quién has sido y quién no quieres ser. Sin lugar a dudas, Portugal tiene ese “no-sé-qué” (JNcQUOI) que te da la “fortaleza” (Do Guincho, para los michelines) para enfrentarse al “infierno” (mar), cuando tu alma viaja en soledad acompañada. Sin ponerme tan metafórica y ambigua (si leéis la crónica completa, entenderéis mis entrecomillados, cual juego de palabras como guiño a algunos de los restaurantes), Cascais, Lisboa y Setúbal sabe a marisco, huele a vino y se pinta de verde; o se siente con paciencia, amor frío y soledad compartida. Después de una caótica pero intensa semana, aquí viene mi veredicto final recogido en “7 bocados de Portugal”. (Y no, no comí, en esta ocasión, bacalao).

1. Fortaleza do Guincho: ¿merecida estrella Michelín?

Lo de las estrellas Michelín es un tema complicado: o eres un fanático de todos aquellos restaurante que reciben esta cotizada distinción y, por lo tanto, sabes a lo que vas; o ir a comer a un restaurante con Michelín es un auténtico fracaso. Esto mismo ha pasado en esta ocasión en FORTALEZA DO GUINCHO. Y es que, aunque hicieran la vista gorda al aceptar a mi compañero en bermudas y zapatillas (el pobre, desconocía mi encerrona), el menú cerrado por 140 euros por comensal ha resultado, cuando menos, desafortunado. La comida fue agradable en tanto en cuanto el sitio era imposible de superar: una mesa al lado de los ventanales que dan a la famosa Playa de Guincho de Cascais.

El vino que escogí fue un blanco de 2018, DEU LA DEU, un “alvarinho” (Doc Vinho Verde) de Adega (bodegas) Cooperativa de Monçao. El precio de la botella no llegaba a los 30 euros (28 euros, exactamente). Sin embargo, en uvinum.es está a 7,29 euros.

Para contaros exactamente qué es eso de VINHO VERDE, he de deciros que es una denominación de origen portuguesa (que no tiene nada que ver con el color del vino, aunque estos blancos tienden a tener un amarillo verdoso, como en España ocurre con algunos -normalmente suelen ser los mejores- verdejos de Rueda). Esta DO es la mayor denominación del país luso en cuanto a la superficie. Como divulgadora de vinos que me catalogo, hago mención a la explicación del portal mivino.es que lo explica muy bien: “La correspondiente zona de cultivo en la provincia de Minho comienza al sur de la ciudad de Oporto y termina 150 kilómetros más al norte, en la frontera con España. En esta región densamente poblada, todavía más de 30.000 vinicultores trabajan una superficie de unas 35.000 hectáreas de viña. La producción anual de vinho verde con sello DOC es de unos 960.000 hectolitros, de los que más del 60 por ciento se dedica a los vinos blancos. Así, la provincia de Minho es la primera región productora de vino blanco de Portugal”.

Al margen de este pequeño gran inciso sobre el vino (ya que a lo largo de todo el viaje esta era siempre mi elección, Vinho Verde), no me voy a detener demasiado en explicar plato a plato que degustamos en este restaurante ubicado en el interior de un Hotel de cinco estrellas, dado que podría aburrir a las vacas. Seguramente las habitaciones tengan más sentido que esta desmedida estrella michelín, ya que, tengo que confesaros: me quedé con hambre.

¿Originalidad? Mucha. ¿Emplatación? Muy óptima, especial, diferente y con claros guiños a la región. Uno de los primeros platos que probamos me recordó muchísimo al famoso ‘jardín’ de Roncero. Por otro lado, no menos alabanzas se merecen las diferentes mantequillas que probamos, que simulan las clásicas piedras de Guincho. (Fijaos el impacto del “jardín” que mi memoria se ha quedado con la “pijada” del jardín y el riego automático que conducía alguna salsa exótica, antes de lo que me he comido). Más allá de la estética de las mantequillas, el sabor que supo a cabra. (Sí, podéis reiros). Los lácteos no son lo mío.

¿Recomendaría probar este restaurante? Sólo en dos casos: si sobra el dinero, y no importa “invertirlo” en gastronomía; o si uno es un fanático de las “estrellas Michelín”. Para el resto, no. No merece la pena.

2. Mar do Inferno: y mariscada de infarto

Situado en el estratétigo punto del Cabo Do Inferno, rincón famoso por los millones de turista que se fotografían ahí, uno de mis restaurantes preferidos de Cascais, sin lugar a dudas, es MAR DO INFERNO. Esta famosísima marisquería no goza de ningunas vistas en especial, pero cuenta con el mejor género de marisco y pescado posible, que se encuentra en un enorme expositor nada más acceder al restaurante. El sitio está siempre lleno, y ofrece la gastronomía típica portuguesa. En nuestra caso, nos decidimos por la mariscada, perfecta para dos personas (e incluso para tres), que, por 90 euros, tienes de todo (¡que tiemble Portobello! Ah, no, que ha cerrado...): desde percebes, almejas a la marinera, nécoras, buey, cangrejo, gambas (estas fueron las únicas que dejamos en el plato) e incluso langosta. No hizo falta ningún plato más, además del entrante “impuesto” por el maitre (y que, por supuesto, fue cobrado): algún queso oloroso que no probé (no como queso tampoco; ¡vaya foodie! xD ).

Maridamos el marisco con una botella de vino de Douro DOC, MONTE CASCAS, que en Internet se encuentra por 10 euros, y en el local no superaba los 25. Un vino que deja mucho que desear. Error el mío el haberlo escogido. Sin embargo, con aquella mariscada cualquier vino era bueno. ¿Y el bacalao p’a cuándpo? Me he quedado con las ganas de volver y probar otros platos, así que espero repetir pronto.

3. Furnas do Guincho: mariscada con gancho

Otro sitio típico de Cascais, en primera línea de mar, que combina terraza cubierta con salón es el clásico y archiconocido FURNAS DO GUINCHO. Una especie de MAR DO INFERNO pero con vistas y algo más desafortunados en la cocina. Dado que reservamos con tiempo, nos tocó una mesa privilegiada que daba salida a unas rocas y en donde se podía disfrutar del mar y las clásicas olas, y hasta cierto silencio (si no fuera por la familia numerosa que nos había tocado en la mesa de al lado).

Situada entre la Playa de Guincho y el Cabo de Inferno (para situar a mis lectores), empezamos la comida con unas fresquísimas ostras (que lejos quedan de las ostras de Normandía que hay en nuestro amado Mercado de San Miguel en el corner de las ostras), y continuamos el almuerzo con unas almejas a la marinera (que, aunque estuvieran muy sabrosas, sigo sin comprender a qué viene tanto perejil en este plato) y un calamar troceado que flotaba sobre alguna salsa no identificada. Seguro que el pincho de gambón con calamar a la brasa iba a estar mucho mejor, pero en esta ocasión consideramos no pedirlo. Maridamos esta comida con un vinho verde, un coupage de las uvas Alvarinho y Trajadura (la versión en portugués, y en tierras portuguesas, de nuestra Albariño y Treixadura gallega). CASA DO TOJEIRA, 2018.

El precio estimado de la comida, a la que hay que sumarle dos gintonics de postre, no superó los 140 euros el total. ¿Lo recomienda? Sí, pero hay que elegir mejor los platos. Yo no acerté demasiado.

4. JNcQUOI y un “no se qué” de Asia en Lisboa

Ubicada en el pleno “barrio de Salamanca” de Lisboa (para que me entendáis), JNcQUOI es uno de los sitios más de moda de la capital. La marca podríamos decir que se divide en dos locales con cocina totalmente diferente, y situados a escasos metros uno del otro. En lugar de optar por la comida internacional, nos decidimos por el asiático. Podríamos estar ante el mejor asiático de la ciudad. Sí: lo confirmo. Fue, además, idea de mi acompañante.

Decorada de la manera más variopinta y recargada, aunque con su particular encanto, la carta abarca la comida japonesa, la tailandesa, la cantonesa, entre otras.

Nos decidimos por el surtido de niguiris (¡impresionante el de pez mantequilla! Repetimos, de hecho), las gyozas que venían acompañadas de una sopa de ave que había que extraer de la propia gyoza, y el pato laqueado, una auténtica explosión para el paladar. Acompañamos esta cena con el Champagne PERRIER-JOUET Grand Brut (en realidad fueron cuatros copas en total), que maridaba de maravilla con todos y cada uno de los platos. Hay que destacar el trato fantástico trato recibido. Nuestra mesa se situaba en la terraza y nos ofrecieron unas mantas para protegernos de las frescas noches portuguesas. El precio de la comida no superó los 150 euros.

5. Yakuza: una chapuza

Situado en el interior del lujoso Sheraton de Cascais, creímos que YAKUZA iba a ir más allá de la tradicional y aburrida tempura de verduras, sashimi cuyo sabor iba a ser aplastado por la soja, y otros platos convencionales, cuya calidad y originalidad brillaba por su ausencia. Además, no es especialmente barato, y el tiempo de espera para que nos atendieran podía alcanzar los 15 minutos, como poco. Ni recuerdo el vino que pedimos, dada mi decepción con el restaurante, decorado, por cierto, al más puro estilo clásico de restaurante chino teñido de rojo rococó. El aroma a fritura fue el ‘eau de Yakuza, cual chapuza’ como regalo para mi indumentaria. Lo siento por la dirección del hotel y del restaurante, pero este sitio necesita, como agua de mayo, un consultor experto en cocina asiática para modificar por completo la carta, jubilar al jefe de cocina, mejorar la decoración y formar a sus trabajadores.

6. Hotel Casa Palmela: te camela

Ubicado en medio de unos viñedos de Setúbal (donde tienen curiosamente viñedos con mi amada Syrah), este hotel de cinco estrellas, lleno de encanto, paz y silencio, cuenta con un restaurante bastante óptimo: ZIMBRAL. Muy íntimo y silencioso. La atención, muy cariñosa. Yo me decidí por el pulpo acompañado de crema de batata. Este restaurante merece la pena, sobre todo, si uno se queda a pernoctar en el hotel, experiencia que merece la pena. El precio medio de plato en Zimbral ronda los 20 euros. Maridamos la cena con una copa de vinho verde de la casa. Aun estamos esperando que nos manden las camisas que nos olvidamos (y ya han pasado dos semanas). Os seguiré informando de cómo va el asunto xD Quizás deba cambiar mi visión del hotel y su servicio.

7. D’uportinho: portento y por tanto, con vistas

En plena Playa do Portinho de Portugal, D’UPORTINHO es uno de los sitios más frecuentados por los turistas, gracias a esas impresionantes vistas a un mar verde turquesa, tranquilo en un día soleado y con escaso viento. Disfrutamos de un arroz con gambas, además de las clásicas almejas a la marinera (o almejas al perejil :P , la tradición aquí). ¿El arroz? demasiado caldoso a mi gusto, no obstante estaba muy sabroso y yo fui generosa con el picante que le adherí. Lo maridamos todo con la famosa cerveza SUPER BOCK, la equivalente a nuestra Estrella Galicia, quizás, pero menos rica, todo hay que decirlo. El mejor postre fue el baño en esas aguas tan cálidas (ironía aparte) que aceleraron mi digestión. ¿Repetiría? Una, y mil veces. Pero sin discusiones, por favor.

Para todos lo demás, siempre nos quedará Galicia.