Literatura

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Angelika, el amor que compartieron Bousoño y Nieva

Uno de los dibujos que Francisco Nieva pintó de Angelika Theile-Becker. Conserva cinco, todos con trazo suelto. Datan de los años sesenta
Uno de los dibujos que Francisco Nieva pintó de Angelika Theile-Becker. Conserva cinco, todos con trazo suelto. Datan de los años sesentalarazon

Conoció al poeta asturiano cuando ella tenía 19 años. Le fascinó. Mantuvieron una relación durante seis y su amistad se ha conservado de por vida. «Nunca olvidaré aquellos años», recuerda.

Lúcido, ingenioso, cercanísimo y humano. Francisco Nieva en esta puro. Días atrás recordaba al amigo muerto en estas páginas, Carlos Bousoño (que falleció el pasado sábado), a quien tuvo el privilegio de conocer y cuya amistad se fraguó con los años como el cemento armado. El autor teatral confiaba, y mucho, en el poeta: «Conocía todo lo que yo escribía porque se lo dejaba leer. Y él se comportaba de manera benévola», recordaba. Una complicidad que, volvía la vista atrás, alcanzaba hasta a los amores. «Me los legaba, incluso», decía. Ese «legado» del que hablaba Nieva tuvo la forma de una mujer menuda, Angelika Theile-Becker, poeta y alumna de Carlos Bousoño. Nieva la recordaba como una «magnífica criatura. Él estaba enamorado de ella, y yo, también, aunque entre nosotros no hubo litigio alguno». Ambos creadores tuvieron con el tiempo otras relaciones, algunas más desveladas que otras, que aún hoy siguen arropadas por el misterio y la ambigüedad.

Hoy, esa mujer que compartió el amor y la amistad con ambos, primero salió con Bousoño, a cuya relación seguiría otra con Nieva, tiene 73 años. Es vienesa. Estudió en la Universidad de Viena, en la Complutense y en la de Berna, donde se licenció en Filosofía y Letras en 1989 doctorándose en 2002 (fíjense cuál era el grado de unión entre los tres) con tesis sobre el teatro de Francisco Nieva a través de la teoría literaria de Carlos Bousoño. A éste le recordó en un importante homenaje que en 2003 y con motivo de su 80 cumpleaños le rindió la Fundación Juan March y en el que participó también Alejandro Duque Amusco con la ponencia «Potencial interdisciplinar de las teorías de Carlos Bousoño».

Su voz suena un poco apagada por teléfono, pero su memoria está viva. Habla muy pausadamente, como si quisiera expresar en el mejor español posible cada una de sus palabras. Las «erres» la delatan, pero sólo levemente. La joven aterrizó en España con 19 años. Además de las ansias de querer conocer mundo, le movía el interés por adentrarse en el universo de otros poetas, «por eso me inscribí en un curso para extranjeros sobre Teoría de la Expresión poética. Quien lo daba era el profesor Bousoño. Yo me quedé absolutamente fascinada por lo que explicaba y cómo lo explicaba. Mi deseo después de escucharle es que se pudiera traducir al alemán, pero finalmente no resultó, a pesar de mi empeño y mis gestiones». Angelika no pierde el hilo de la conversación y se emociona cuando recuerda: «Desde 1961 hasta ahora mismo nuestra amistad se ha mantenido todo estos años».

Seis años de relación

El poeta había dejado huella en aquella jovencita vienesa. «Nuestra relación duró aproximadamente seis años. Salimos en los sesenta. Paseábamos, íbamos a tomar algo, en fin, lo que hacían los jóvenes en aquella época». Un Madrid, recuerda la protagonista de esta historia, que poco o nada tiene que ver con el actual donde el tráfago parece fagocitar cada minuto. «Bueno, era muy distinta la ciudad. Me gustaba caminar por sus calles». A Francisco Nieva le conoció después de trabar amistad con Bousoño, hacia 1964: «Me puse a estudiar sus textos porque mi empeño era que se pudieran traducir al alemán, pero le confieso que por desgracia tampoco tuve la suerte de mi lado, aunque se llegaron a publicar dos obras teatrales que yo traduje, lo que para mí tuvo su importancia». Siguieron viéndose hasta hoy. Nieva guarda en su casa esa residencia teatral adornada con cortinones en burdeos, imposible de imitar, ese casa única que lleva su firma en cada esquina, fotografías de ambos, más jóvenes.

De aquellos años de amistad y efervescencia juvenil son los retratos a lápiz e iluminados con rotulador (con un punteo cercano al pop en el que ella luce guapísima, con su larga melena) que pintó de Angelika. También le hizo uno a su amigo Carlos. ¿Cómo recuerda ella con el paso del tiempo aquellos tiempos junto a Bousoño?: «Fueron dos temporadas en mi vida, la que pasé con Carlos y después con Nieva, que no he olvidado nunca. Se han quedado junto a mí. Y cuando nuestra relación terminó siguió la amistad entre nosotros». ¿Cómo era el profesor Bousoño que fascinó a la jovencita que aún no había cumplidos los veinte?: «Era extraordinario, un hombre atento, divertido. Él y Francisco eran extraordinarios. Bousoño no era un hombre introvertido, para nada. Quien pueda pensar eso se equivoca. Fueron años muy importantes en mi vida», explica ella, que trae a la actualidad, al recuerdo de ahora, «las tardes en el cine, las cafeterías», pero que es incapaz de quedarse con un momento. Fueron muchos. Y están ahí.

La amistad con Bousoño, y con su familia, con su esposa, hoy viuda, Ruth, continuó con el tiempo. Incluso se llegó a alojar en su casa. «Fue un momento muy importante», repite en varias ocasiones a lo largo de la conversación. A veces da la sensación de que el pudor la invade. Otras, se arranca a hablar, despacio, pero sin pausa. «Han acompañado ambos mi vida todos estos años porque, además de mantener una relación amorosa con ellos escribí una tesis sobre su obra. Ha sido un verdadero privilegio contar con su amistad. Eran tan divertidos».

Consejo de Aleixandre

Y esa alumna que sintió fascinación por el profesor asturiano también escribió poesía. ¿Alguna vez tuvo la tentación de mostrarlos a Bousoño? Lo hizo, claro que sí. «Él y Vicente Aleixandre me decían que más me valía que escribiera en mi idioma, que seguro que me salían mejores versos. Y yo no me arredré, al contrario, me dije: ‘‘Ahora vais a ver’’. Y escribí un poema que no debió de disgustarles demasiado porque me dijeron que había escrito buen material. Le enseñé a Carlos lo que había escrito, mis poemas, y me animé hasta darle forma a un libro. Los que no le gustaron se quedaron fuera». Gozó, como ella recuerda, también de la amistad del autor de «Espadas como labios», a quien iba a ver a su casa de la calle Velintonia. «Era un hombre entrañable. Le visité algunas tardes. No se me olvida», señala.

Hace un tiempo que no viene a España, «ya tengo 73 años», comenta quizá para justificar esa ausencia. Y tiene ganas de regresar. De aquellas tardes que se convertían en noches trae al ahora el buen ambiente. «Se nos hacía bastante tarde, la verdad, pero nunca regresaba a casa sola». Eran noches con Bousoño, con Clara y Claudio Rodríguez, Ángel González, Francisco Brines... «Menudo grupo, todos estupendos. Lo pasábamos muy bien».

¿Nunca le dedicó un poema Carlos Bousoño? «Sí, pero no me acuerdo de su título». Y Angelika Theile-Becker se despide con exquisita educación.