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Carmen Sevilla: La última del trío «Las del olé»

La que un día explotó como ninguna el ideal «made in Spain» celebrará hoy su santoral sin las que un día triunfó: Paquita Rico y Lola Flores

Carmen Sevilla
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La que un día explotó como ninguna el ideal «made in Spain» celebrará hoy su santoral sin las que un día triunfó: Paquita Rico y Lola Flores.

Paquita Rico murió esta semana con 87 años, la edad de Carmen Sevilla, única superviviente de quienes fueron conocidas como «Las del olé». Un trío que completaba Lola Flores, años aquellos del «Pena, penita, pena» o las «Violetas imperiales» (se cumplen 65 de su estreno en el París, rendido a Luis Mariano, que lanzó a la Sevilla, hija del gran músico García Padilla). Venía de familia artística. No fue el caso de Paquita, que en el reciente «remember» casi nadie recordó su éxito como Reina Mercedes («una dalia cuidaba en Sevilla, en el patio de los Montpensier»), que también consagró a Vicente Parra como galán indiscutible de nuestro cine.

Luego fue desaprovechado cinematográficamente hasta que Eloy de la Iglesia lo recuperó en «La semana del asesino». Ahí cambió de orientación y hasta triunfó escénicamente en el abarrotador «Cherie» de Colette, donde hizo debutar a Lola Herrera, comadre y gran amiga con la que haría varios estrenos. Vicente se la jugó haciendo de Freud en «El hilo rojo», nada que ver con su patillludo y solo aparentemente romántico soberano, Alfonso XII, al que más tarde interpretó. En la vida real ese monarca era un pendonazo y rompía el idílico esquema hecho canción: «¿Dónde vas, Alfonso XII? ¿dónde vas, triste de ti? voy en busca de Mercedes, que ayer tarde no la vi», tarareaban los corrillos infantiles creyéndose la verdad de lo idealizado.

Carmen compartiría con él «La guerrillera de Villa», sustituyendo a Sara Montiel, que se negó a trabajar en México para no enfrentarse a un antiguo amante resentido. Tuvo miedo y echaron mano de Sevilla aprovechando el vestuario hecho a la medida (más bien desmedida) de la manchega más pechugona. Se perdía en lo esbozado con glamur. Hizo «Pan, amor y Andalucía» enseñando piernas, pero no sus muslazos, menos mal. Aunque el gran «boom» fue, sin duda, reunirse con Paca y Lola en «El balcón de la luna». Resultó frustrada, pese al atractivo de saber los piques entre ellas hasta anunciarlas con sus nombres formando zigzag. Hacían trío cantando «¡Ay qué calor bajo la luz de la luna!» y exigieron tener los mismos planos. Podía haber sido antológica, un documento histórico del «arza y toma», pero no pasó de mediocre, arruinando a Luis Sanz.

Era la época del productor Cesáreo González, un vigués que impulsó nuestro cine flipado con sus folclóricas hasta hacer malpensar. Con alguna ahondó más bajo sus volantes aprovechando así estar entre las preferidas del caprichoso pagador que, además de por sus quereres, también hizo grandes filmes. De ellas sobrevive Carmen, apagándose aunque bien cuidada en una residencia de Aravaca, donde tras vaciar su piso de Rosales la ingresó su único hijo, Algueró Jr. Además de los suyos, solo puede verla Moncho Ferrer, que anteayer estuvo con ella. He visto fotos actuales donde apenas se la reconoce. Estremecen y no serán publicadas.

Mejor final tuvo Paca Rico. Hace años supo retirarse a tiempo en su piso de Sevilla, cuidada (supongo que admirablemente) por sus sobrinos. No solo competían en «¡arza y toma!», también en joyerío, testimonio y alarde de tronío, aunque ninguna del trío reunió lo de Sara Montiel. Era la envidia de todas su «babero» de esmeraldones de tres pisos (qué habrán hecho con él Thais y Zeus), igual que los solitarios de diamantes de siete (un poco amarillo, como gusta ahora) y cinco quilates. Deslumbraban y Zeus jugaba con ellos.

Carmen siempre fue menos exhibicionista, incluso al casarse por vez primera vez con Augusto Algueró, el rompecorazones compositor que le dedicó «Eres diferente, al resto de la gente que siempre conocí», casi rompedora marcha nupcial. Lo cegó la pasión. Su hermana Rosa tenía en Barcelona y Madrid tiendas discográficas, que entonces las había, no como hoy.

Eso trae el recuerdo de tiempos heroicos en los que Carmen destacó internacionalmente con «La venganza», escogida por Bardem como pareja del entonces famoso Raf Vallone, personaje dramático y rústico, poco creíble con su carita de Macarena y mejillas de porcelana. También hizo de Magdalena con Charlton Heston en «Rey de reyes». Tenía un aspecto cándido de niña que no ha roto un plato ante el desbordante sexy de Sara, el desmadre racial de la Flores o el gesto recatado (más bien prevenido) de Paquita, nada que ver con su vida privada muy activa, pero quizá menos aireada por discreción que la de sus compis.

Carmen contrajo matrimonio ante la Pilarica y parecían la pareja perfecta. Otra era la realidad porque al músico lo acosaban por su buena facha y fama. De ella apenas se sabían rolletes, salvo unos escarceos mexicanos con Carlos Arruza y Cantinflas, al que volvió loco. Con Valerio Lazarov probó un ensayo escénico. Se tituló «Carmen en persona» y lo estrenó en Barcelona sin apenas impacto. No congeniaban los criterios modernos ante los clasicorros de Valerio, Algueró y ella. «El techo de cristal» fue otra intentona dramática ya casada con el valenciano Vicente Patuel, por el que volvió a dejarlo todo.

Su último filme de l978 fue «Rostros», formando con Bárbara Rey una pareja con atisbos lésbicos. Escandalizó sabiendo de qué iba, por ser algo intocable en la época, la Transición, y más aún hecho por esta Carmen de España y no la de Mérimée. Así lo proclamaba, sostenía y cantaba ella, constante en sostener la recatada imagen de resignación doméstica ideal de cierta mentalidad «made in Spain» que explotó como ninguna.