Moda

Dior: la revolucionaria y censurada «mujer flor» cumple 70 años

Se acerca el aniversario de su línea Corola, que debutó en París en 1947, donde fascinó a Marlene Dietrich y Rita Hayworth, y que cambió para siempre la historia de la moda.

La imagen de Willy Maywald que convirtió al «look» Bar en un ícono
La imagen de Willy Maywald que convirtió al «look» Bar en un íconolarazon

Se acerca el aniversario de su línea Corola, que debutó en París en 1947, donde fascinó a Marlene Dietrich y Rita Hayworth, y que cambió para siempre la historia de la moda.

Cuentan que la mañana en que la moda cambió para siempre era fría y lluviosa. Pero el mal clima no desalentó a la destacada concurrencia que se acercó aquel 12 de febrero de 1947 hasta el número 30 de la Avenue Montagine, en París, a conocer lo que la nueva casa de costura Christian Dior iba a presentar bajo la protección del multimillonario del textil Marcel Boussac (considerado uno de los hombres más ricos de Francia). Aquella colección de primavera verano y, sobre todo, la línea Corola, llamada así en referencia a las flores que siempre estuvieron presentes en el imaginario del francés –«He diseñado una mujer flor», afirmaba él mismo–, marcaría un antes y un después en la historia. En los salones de aquel palacete y ante la atenta mirada de Rita Hayworth, Marlene Dietrich, Jean Cocteau, Christian Bérard y Carmel Snow, la prestigiosa directora de la edición americana de «Harper’s Bazaar», se dejaron atrás la silueta de la posguerra y la economía de materiales y se dio forma a lo que la propia Snow denominó de manera entusiasta tras la finalización del desfile el «New Look».

Si la mecha que prendió la explosión del motín de Esquilache en nuestro país fue la prohibición de la capa y el chambergo, lo que Dior propuso en su primera colección como diseñador independiente provocó una reacción a nivel mundial que llegó a causar manifestaciones en Estados Unidos contra el largo de sus faldas. «Burn Mr. Dior» se leía en los carteles que portaban las manifestantes. Además, se generó el movimiento «The Little Below the Knee Club» (El club de por debajo de la rodilla) y comenzaron a repetirse los ataques a las mujeres que lucían las creaciones del modisto por la rue Lepic de París: resultaba insultante para los comerciantes que en una época de racionamiento y carestía se luciera tal cantidad de tela en una falda. Lo tomaban como una provocación. El fotógrafo Walter Carone inmortalizó aquella situación, que acabó con los vestidos hechos trizas.

Censura en reino unido

Hasta el Gobierno británico –de la mano del que más tarde fuera primer ministro, Harold Wilson– censuró en «Vogue» a Dior: prohibió que se hablara del «New Look» por miedo a que pudiera provocar una demanda de tejido para la que el país no estaba preparado. Eso sí, su veto no impidió que la firma realizara un pase secreto para la hermana de Isabel II, la princesa Margarita, en la Embajada de Reino Unido en París. Pero poca repercusión tuvieron las medidas. La semilla de este aire fresco ya estaba sembrada y empezó a germinar. «Es la primera gran moda tras la guerra. Todas las líneas son circulares, no hay ángulos, los hombros se curvan suavemente. Lo más destacado es una silueta de día curva y opulenta, que es lo más elegante que se ha visto en la moda desde hace décadas», así describía «Harper’s Bazaar» aquella colección.

Estaba conformada por 94 salidas que lucieron «las chicas», como se denominaba a las modelos en la casa de moda, Marie Thérèse, Yolanda, Paula, Lucile, Noëlle y Tania, que le acompañarían desde entonces durante los diez años que duró la carrera del maestro nacido en Granville. La clave de la propuesta la encontramos de manera clara en el «look» que se convirtió en símbolo de esa revolución: el Bar, compuesto por una chaqueta muy entallada con solapas y cuello en pico en seda salvaje color marfil y almohadillas de gomaespuma debajo de la cintura que acentúan más la cadera, y una falda en tafetán de algodón color negro, largo a media pierna y plisado «du soleil», según leemos en la descripción que hace el Museo del Traje de la pieza, que conserva como uno de sus mayores tesoros. Este conjunto se convirtió en el más icónico de la moda del siglo XX tras las instantáneas que le hizo el fotógrafo Willy Maywald en las calles de París. Como anécdota, pocos saben que el encargado de dibujar el patrón de este vestido y confeccionarlo fue un sastre que empezaba su carrera en el atelier de Dior: Pierre Cardin.

Una gran inversión

Tras la aparición del «New Look» la carrera de Christian Dior fue meteórica, un alivio para Boussac, que había confiado una gran cantidad de dinero en el proyecto del costurero: se llegó a hablar de una inversión de unos sesenta millones de francos. De hecho, su idea inicial era que Dior se hiciera cargo de la firma Philippe et Gaston, algo que rechazó, consiguiendo convencer al empresario de la importancia de lanzar una firma nueva. No era una apuesta sobre seguro, pero tampoco resultaba un neófito en el negocio: llevaba diez años trabajando para la industria en algunas de las casas más conocidas del París de los 40. Dior había desarrollado su carrera en Robert Piguet y Lucien Lelong, firma esta última que se mantuvo abierta durante la II Guerra Mundial con la idea de preservar el arte de los maestros franceses. Allí, además, coincidió con Pierre Balmain.

El éxito acompañó aDior desde entonces hasta su muerte diez años después. En tan solo una década, el hombre hecho a sí mismo, nacido en una familia acomodada víctima de la crisis del 29, galerista de artistas de vanguardia como Picasso, Dalí, Braque y Dufy, y que decidió saltar al mundo de la costura animado por su amigo Jean Ozenne y tras unos meses de retiro en Ibiza (donde la vida era más barata), había revolucionado la moda para siempre. Las 22 colecciones que llegó a diseñar asombraron al planeta e, incluso, provocaron que Coco Chanel, indignada por la silueta de Dior que volvía a constreñir a la mujer tras la liberación que ella y Paul Poiret habían liderado años atrás, reabriera su casa: «No viste a las mujeres, las tapiza», llegó a decir la «dama de las camelias». Sin embargo, la «maison» de la Avenue Montaigne exportaba en el momento de la muerte de su fundador el 50% de toda la alta costura francesa y contaba con una legión de incondicionales. Entre ellos, la protagonista de «Pánico en la escena»: «No Dior, no Dietrich», le dijo la actriz a Alfred Hitchock cuando el director le propuso participar en su filme. Su amigo Jean Cocteu llegó aún más lejos, definiéndolo como «ese genio ligero, apropiado a nuestros tiempos con un nombre mágico que une las palabras Dios y oro».

Aunque muchos aseguran que él no fue el primero en concebir el «New Look» (Balenciaga, Balmain y Fath ya habían trabajado ese tipo de patrón), él fue el que lo popularizó e hizo que la alegría volviera a la indumentaria. Se atrevió a bajar el largo de la falda hasta sus famosos 30 centímetros del suelo y rodeó a las féminas de metros de tela (con una de sus faldas se podían hacer diez normales), algo insólito para las mujeres de posguerra. Tal fue el impacto que, al poco tiempo de la línea Corola, todo París estaba inundando con copias de sus creaciones. «Soy miembro del Jockey Club desde hace cuarenta años», le contaba a Dior el conde Lasteyrie en Nueva York, «y nunca nadie había mencionado a un diseñador: ahora, sólo se habla de Dior». Y sesenta años después de su muerte y setenta de su gran revolución, todavía seguimos hablando del maestro.