Casa Real
Don Juan Carlos, de Galicia a Canadá
Si por él fuera pasaría la mitad del año en Sangenjo (Pontevedra), allí donde, alejado de los focos, puede ser él mismo y disfrutar entre amigos de la mayor de sus pasiones: la vela, que le hace sentir vivo
Si por él fuera pasaría la mitad del año en Sangenjo (Pontevedra), allí donde, alejado de los focos, puede ser él mismo y disfrutar entre amigos de la mayor de sus pasiones: la vela, que le hace sentir vivo.
Cuenta un regatista íntimo de Don Juan Carlos que una noche, tras un día intenso de navegación, se sentaron a tomar unas cervezas para comentar la jornada cuando el entonces monarca de España se les acercó y, en su habitual tono bromista pero con cierta envidia, les dijo: «Vivís como reyes, hacéis lo que queréis». Y uno de ellos le contestó: «Vivimos como le gustaría vivir a un rey». Una sentencia que bien podría asignársele ahora a Don Juan Carlos, que disfruta del privilegio de estar en segunda línea, lo que le permite variar su modo de vida. Alejado de los focos, siendo él mismo. Será el olor a mar que uno percibe según va adentrándose en la tierra gallega de Sangenjo o la quietud y sencillez que transmiten las montañas que bordean las playas y su puerto marítimo, pero lo cierto es que el que ha sido el máximo representante de los españoles durante casi 40 años aquí se relaja. Se percibe en su expresión y su «look»: vaqueros, zapatos náuticos y ademanes distendidos, típicos del que se siente como en su casa. Es la presentación de la Volvo Ocean Race que protagoniza el equipo Mapfre y el padre de Felipe VI no pierde detalle del vídeo sentado en la primera fila de la sala del club náutico junto a su hija, la Infanta Elena. Después, antes del ágape que se ofrece en la terraza, se disculpa unos minutos para atender unos asuntos y vuelve de forma absolutamente inusual: solo. Sin un enjambre de personas que quieran presentarle sus respetos, sin la escolta pegada. Resulta llamativo verle caminando como uno más por el club náutico. Y le encanta. Porque Sangenjo es su reducto, donde confiesa que por él estaría «desde marzo hasta noviembre», donde se siente acogido y tiene junto a él a sus íntimos de toda la vida, como el presidente del club, Pedro Campos, en cuya casa pasa las noches en lugar de irse a un hotel por su cuenta. Afirma que le gusta venir porque se come muy bien y, además, puede dedicarse a una de sus mayores pasiones: «Es muy importante potenciar el deporte de la vela en España», asegura, a la ves que transmite su admiración por el equipo que competirá en la vuelta al mundo, gesta que considera muy dura por sus nueve meses de duración rindiendo al máximo. Además, en esta nueva edición participarán dos chicas entre siete hombres, lo que produce la máxima admiración del monarca. En el aperitivo no toma nada y se mantiene de pie apoyado en su bastón sin intención de buscar una silla. Se reserva para la comida que le espera después a bordo de un mejillonero en compañía de su inseparable hija, un día anterior de competir en la tercera regata Rey Juan Carlos I, que durará hasta mañana, para luego poner rumbo a Canadá y competir en el campeonato del mundo de la clase 6mR a bordo del Bribón XVI. Una pasión que ha retomado después de que tuviera que suspenderla el mes pasado debido al trágico atentado yihadista perpetrado en Barcelona, tras el que, por motivos obvios, consideró inoportuno lanzarse a los mares.
El Bribón XVI es un barco de 11 metros de eslora adquirido en Finlandia, una embarcación en la que se siente muy cómodo, ya que la parte interior del casco, donde se sienta, es muy estrecha, y cuenta con humor que le cuesta entrar, pero tiene la ventaja de que una vez dentro ya no sale. Para el ex Jefe del Estado –cualquier tratamiento menos el de Emérito, que lo detesta–, participar en las regatas es una de sus mayores ilusiones, que le hace sentir vivo, ahora que al frente de la Corona está su hijo. De la coyuntura política prefiere no hablar, solo en tono de broma para comentar los vídeos que le mandan por el móvil. Y con razón. No sería la primera vez que un mensaje suyo es tergiversado.
Por eso en Sangenjo habla con tranquilidad, porque como explica el alcalde, Telmo Martín, no tiene la presión mediática de otras zonas del territorio español: «Para nosotros es un privilegio que venga, da gusto estar con él». Según el edil, su presencia en el municipio de Pontevedra se ha incrementado durante el último año y medio desde que eligió Sangenjo como escenario perfecto para competir. Dicen sus más íntimos que no se lleva nada bien con la derrota. Le gusta ir el primero. Y, de hecho, Don Juan Carlos se entrena estuvo aquí la semana pasada, donde ha pasado gran parte de sus vacaciones de verano, además de viajar a Grecia y pasar unos días en Irlanda el mes de julio. Por el contrario, el Palacio de Marivent, en Palma de Mallorca, no ha estado en sus horizontes, al contrario que el año pasado, que sí se dejó ver por la isla y salió a cenar con la Familia Real. Don Juan Carlos se ha anclado en Sangenjo.
Su bastón, de Guadalajara
Los últimos años del reinado del padre de Felipe VI fueron duros. Las continuas operaciones de cadera, a la vez que trataba de levantar la imagen deteriorada de la Corona con continuos viajes al extranjero, no fueron demasiado bien llevadas por el ex Jefe del Estado. Ahora, con la distancia, echa la vista atrás e incluso presume de bastón. Es de fibra, no pesa nada... Y, sobre todo, es español. De Guadalajara. Afirma que quiere comprar al vendedor muchas más piezas para otras cosas, porque así ayuda al comercio del país, y considera que es un deber por su parte. En definitiva, ya sea el deporte o el comercio, Don Juan Carlos no pierde de vista la «Marca España» que tanto representó, pese a que sea desde miles de kilómetros entre las olas. Queda demostrado que piensa que, desde un muy discreto segundo plano, como ciudadano que nunca será, sigue con-
tribuyendo.
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