Navidad

El artículo de Lomana: Reafirmación frente al terror

Un «brunch» de Chanel
Un «brunch» de Chanellarazon

Más que nunca se hace necesario que vivamos y defendamos la Navidad frente al terrorismo islámico que nos ataca. Significa defender lo que somos, una civilización nacida de un misterio de amor y de esperanza de un niño que nació en Judea. Cuando Occidente empieza a avergonzarse de nuestros símbolos, ellos lo combaten precisamente por ser el núcleo de una tradición de fe de cultura y con mensajes de paz.

Pienso en esos muertos de Berlín comprando sus árboles, sus adornos, bebiendo el delicioso «glühwein», que da calor y reconforta de los fríos del norte, personas que celebraban el Adviento con la alegría de la convivencia y el reencuentro. Recordándolos, hago un repaso de nuestra cultura cristiana y del anclaje que supone no perder aquello que nos ha hecho felices en tantos momentos, por la memoria de nuestra niñez y la calidez del abrazo de nuestros padres que nos hacían creer que el mundo estaba bien hecho, que nos arropaban en el calor del hogar aunque el frío arreciase fuera de él. La Navidad da sentido a todo lo que estos fanáticos quieren des-truir. Nos devuelve lo mejor de nosotros mismos, las emociones, la sociabilidad, la belleza, el afecto y la ternura de conmemorar la in-fancia como patria y el hogar co-mo refugio. No tenemos derecho a renunciar a nuestras tradiciones y a lo que estaban disfrutando y viviendo esos muertos de Berlín. Vivámosla por nosotros y por ellos, por nuestras personas queridas que nos faltan y con las que compartimos momentos de alegría y felicidad en estas fechas. Recordándolas se me llenan los ojos de lágrimas.

Nunca olvidaré la ilusión de mi padre montando el belén, uno enorme con grutas de escorias naturales y musgo, ese olor a tierra mojada y verdor que me encantaba... y los niños queriendo ayudar con enorme delicadeza para no romper nada: los pastores alrededor del fuego, el ángel anunciándoles la buena nueva, los Reyes a lo lejos y nuestro precioso portal de Belén, en el cual no poníamos al niño hasta las 12 de la noche del 24. La mayor ilusión es que me dejasen colocar la estrella, el colofón final. Mis hermanos pequeños bailaban alrededor del belén después de la cena... Era la felicidad. En casa de mis padres tardó mucho en ponerse el árbol porque, según ellos, era una tradición pagana de los países del Norte que nada tenía que ver con nosotros, de la misma forma que los regalos eran el día de Reyes. En Nochebuena unos amigos de mis padres, que siempre cenaban con nosotros, nos traían un pequeño detalle que colocaban en nuestros asientos y nos parecían lo más. Ella, Isabel, tenía un estupendo gusto y siempre acertaba. Dejemos, pues, fluir dentro de nosotros esos instantes que nos ayudaron a crecer y creer. Ahí están las luces, las calles, y esa mezcla de sentimientos para disfrutarlos cada uno a su manera con sus recuerdos y sus sentimientos más íntimos. Ese punto de anclaje de nuestra voluntad de seguir siendo libres.

Estos días de paseos familiares pueden aprovecharlos para visitas culturales, lugares de nuestras ciudades que no solemos visitar, precisamente por tenerlos a ma-no. Ahora es el momento de enseñárselos a nuestros hijos o a nosotros mismos y darnos un homenaje visitando el Palacio Real en Madrid, con la preciosa exposición sobre el ornato en los escenarios de nuestro mejor alcalde, el Rey Carlos III. Después, almuerzo en una de las muchas terrazas y restaurantes que rodean la Plaza de Oriente y, por qué no, una noche en la ópera. En estos días, recomiendo una impresionante producción de «El holandés errante», dirigida por Heras Casado, quien por primera vez se enfrenta a Wagner con enorme maestría. Feliz y alegre Navidad es mi deseo para todos mis lectores.