Fútbol
El duelo de la otra Champions
La «capitana blanca» y el talismán del «Cholo» son el mayor apoyo de los técnicos en Milán. Véronique es discreta; Carla, espontánea, pero ambas son el reflejo en la grada de las personalidades de sus parejas en la zona técnica
«Primera dama del Real», «capitana blanca» o «jefa merengue». La esposa del entrenador del Real Madrid es conocida por tantos sobrenombres como expectación genera, algo que causaría estupor a aquella joven Verónique de 17 años que estudiaba danza clásica en París con el sueño de convertirse algún día en bailarina y que entonces odiaba el fútbol: «Mi padre nos obligaba a ver partidos, pero yo hacía todo lo posible por evitarlo; lo detestaba. Incluso cuando conocí a Zinedine ni siquiera sabía las reglas del juego. Él me las ha ido enseñando».
Véronique acompaña a su marido hoy en Milán a la final de la Champions. Para seguir ejerciendo luego de amante, esposa y madre, ya que su hijo Enzo, centrocampista del Castilla, se juega el ascenso a Segunda el lunes. Estará como es ella, de espectadora silenciosa, respondiendo así al dicho de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Aunque ella no se haga notar, en el binomio Verónique-Zidane, la franco española ha tenido mucho que ver en lo que hoy es su marido. ¿Quién se esconde detrás de ese nombre? Fernández Ramírez eran sus apellidos antes de que en 1993 contrajera matrimonio con el entrenador argelino. Unos apellidos que la vinculan con España, más concretamente con El Chive, pedanía del municipio almeriense de Lubrín, de donde un día sus padres, Antonio y Ana, partieron hacia Francia en busca de una mejor vida. «No sólo es guapísima, sino también discreta y encantadora», opinan de ella los vecinos de El Chive. Antonio y Ana se asentaron en Rodez, en el departamento francés de Aveyron, y allí tuvieron a Véronique y a su hermana, Sandrian. La pequeña Véronique ya apuntaba maneras en el mundo del baile. Llegó a ser capitana del grupo de majorettes del Rodez Aveyron Football. Más tarde, ya con Zidane, se volcaría con el equipo local de su ciudad natal, al que en 2013 apoyaron económicamente: «Vengo de la calle, de un barrio difícil. No por estar en un gran club me olvido de todo», confiesa el futbolista. Pero la Véronique que se marchó a París con apenas 17 años desconocía que su vida iba a estar junto a uno de los mejores jugadores del mundo. En aquel entonces ella sólo tenía un sueño: ser bailarina. Decidida, se marchó a la capital gala con una beca bajo el brazo para estudiar danza, estudios que compaginó con los de Biología. Los sueños de aquella bailarina se vieron truncados una noche de 1989, cuando en mitad de la pista de una discoteca parisina el amor llamó a su puerta de la mano de un tímido Zidane de 17 años. «Todo empezó con un “hola”, otro al día siguiente y a las pocas semanas éramos inseparables. Lo dejé todo para ir a Burdeos con mi marido. Valió la pena abandonar la danza por él». Véronique se mudó así a Cannes y de ahí a Turín, donde el futbolista alcanzó la fama antes de fichar por el Madrid. Fue entonces cuando pudimos descubrir el carácter de una influyente Véronique. «Quiero retener a Zidane, pero su mujer es la que manda», admitía el ex presidente de la Juve en 1999, cuando Florentino Pérez fichó al internacional francés. Llegó incluso a hablarse de Véronique como la gran aliada de Florentino. «Todo hubiera sido más difícil, o incluso imposible, sin los deseos de ella por venir a España», reconocía el presidente madridista. El sueño de la «capitana» de tener una niña bailarina parece frustrado hasta el momento por el sencillo hecho de que sus cuatro hijos (Enzo, Luca, Theo y Elyaz) siguen los pasos de su padre y son ya jóvenes promesas del fútbol. Alguno le hubiera gustado que saliera bailarín, pero en su casa el balón manda.
Por contra, Carla Pereyra actúa, disfruta y apoya como fan al Atlético, club del que es seguidora desde que llegó a España hace diez años. Un amor a los colores rojiblancos que se ha intensificado desde el que le profesa al «Cholo». Así, el Instagram de Carla está plagado de fotos en el Calderón, mensajes de ánimo al equipo y, las últimas, del viaje a Múnich, que le valió al Atlético el pase a la final de la Liga de Campeones, con «The Simeone’s Team»: los padres de él, su hermana y representante, Natalia Simeone, y el hijo de ésta, al que Carla llama «sobrino», como muestra de lo integrada que está en la familia. El flechazo entre Carla y el «Cholo», aunque ambos son argentinos –él de Buenos Aires; ella, de la provincia de Entre Ríos– surgió en Madrid. En un restaurante, a la puerta de los lavabos, y también comenzó con un tímido «hola». Cuando Carla se levantó para ir al baño, Simeone la siguió y la esperó haciendo que hablaba por teléfono. Al salir, la saludó, ella le felicitó por su labor en el Atlético y él le confesó que no estaba hablando sino que había sido una estrategia para hablar con ella. Se rieron y hasta hoy, embarazada del que será el cuarto hijo para el técnico –tiene tres de su primera esposa, Carolina Baldini: Giovanni (20 años), Gianluca (18) y Giuliano (14)–, pero su primera niña.
La edad no importa
En ellos queda demostrado que el amor no tiene edad (se llevan 18 años; con Joaquín Cortés, otra pareja de la joven, la diferencia era de 19), menos aún si se convierte en tu mejor talismán. También a Carla, como a Verónique, se la considera el mejor fichaje. Desde que «Carlita» le abrió su corazón, el Atlético ha despegado definitivamente: una Liga, una Supercopa y una nueva final de la Liga de Campeones. Es empresaria, experta en arte y pintora. Se considera religiosa. Cuando conoció al Papa Francisco no dudó en hacerse un «selfie». Toda naturalidad, como su amor, que no esconden.
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