Lifestyle
El sucesor del «príncipe que pedía limosna»
Un «Gatopardo» para el siglo XXI. El noble italiano Gioacchino Lanza Tomasi custodia el legado del escritor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien lo ahijó poco antes de morir. «Era muy pobre, decía que sólo en Palermo había cuatro príncipes que pidieran limosna»
Gioacchino Lanza Tomasi es uno de esos aristócratas que, al decir de Agustín de Foxá, «trepan por la desnudez de su árbol genealógico hasta llegar a la pureza del octavo apellido». Hijo del conde de Assar y de la española María Conchita Ramírez de Villaurrutia y Camacho –hija a su vez de un ministro de Alfonso XIII–, este palermitano nacido en Roma y criado entre algodones no necesitaba títulos con los que dar lustre a su estirpe ni dinero para sostenerla cuando Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de «El gatopardo», se fijó en él (primo lejano y más joven) para convertirlo en su heredero.
«Tomasi di Lampedusa tenía muchísimas deudas, era verdaderamente pobre –cuenta–. En una de sus bromas decía que Palermo era una ciudad extraordinaria, la única donde hay cuatro príncipes que piden limosna; después, se giraba muy serio y añadía: “Yo soy el único que no pide”». De este hombre sin descendencia no recibió más patrimonio que un palacio ruinoso con vistas al mar. Y, en lo inmaterial, el título de duque de Palma di Montechiaro y algo que, andando el tiempo, se ha convertido en un valor más distinguido que cualquier grandeza nobiliaria: su legado artístico.
- Decadencia y caída
«El gatopardo» es el mayor monumento literario a la decadencia. El éxito de esta novela crepuscular –llevada al cine por Visconti con un elenco ya legendario: Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale– llegó poco después de la muerte de su autor, aquel príncipe siciliano que vivió junto a Gioacchino Lanza Tomasi y su círculo de amigos una segunda juventud en su etapa más oscura. Lanza Tomasi sonríe al recordarlo. Fue en torno al año 48 cuando se encontró por primera vez con su futuro «padre»: «Yo tenía 14 años y fui admitido en la vida social, como se decía en aquel tiempo. Mi familia vivía en el palacio Mazzarino y mis padres solían recibir a muchos aristócratas. “Todos caballeros”, decía mi madre. Pero ella era muy internacional –con su padre diplomático había residido en todas las grandes cancillerías de Europa– y Palermo le parecía muy provinciana. Así que tenía un subgrupo, una especie de ‘‘happy few’’, donde recibía a una señora americana y a un par de personajes excepcionales, dos príncipes sicilianos, uno de ellos casado con una báltica».
Aquél era Giuseppe Tomasi di Lampedusa, un tipo cuya vida social se reducía a frecuentar los cafés de Palermo y vivir, malamente, de las rentas; un ser corroído por la decadencia, que había tenido que abandonar el fastuoso Palacio Lampedusa, bombardeado en la guerra, y trasladarse a unos apartamentos más modestos en lo que hoy es el Palacio Butera. Su esposa, Alexandra Wolff Stormesee, ejercía como psicoanalista; él leía y languidecía. El germen de su obra y el portentoso personaje del Príncipe de Salina, el aristócrata que trata de adaptarse a la llegada de los burócratas garibaldinos, ya estaban ahí.
Prosigue Lanza Tomasi: «La verdadera amistad surge en el 53, cuando paso tres días en Messina con él visitando una exposicion de Antonello de Messina en el Ayuntamiento para la que él había prestado cuadros. Al cabo de esos tres días éramos amigos». Fue la esposa del noble siciliano quien le animó a interactuar con aquellos «chicos tan intelectuales». Eran Gioacchino Lanza Tomasi, Francesco Orlando y Francesco Agnello. Lampedusa comenzó a dar lecciones de literatura inglesa y francesa para Orlando, al tiempo que leía autores españoles con Lanza Tomasi. Todos ellos admiraban al envejecido Lampedusa y él disfrutaba en compañía de estos jóvenes pujantes. Sin embargo, a la hora de ahijar a uno de ellos, lo tuvo claro. «El sentía que tenía más afinidad biográfica conmigo. Mi familia dejó Palermo en 1903, cuando murió mi abuela, y se lanzó al mundo, a la vida, desde esta ciudad provinciana. El palacio de mi abuela era como el de la bella durmiente. La vida estuvo allí parada durante 30 años. Así que mis recuerdos del palacio de mi abuela y los de Lampedusa de su infancia eran la misma cosa».
Poco antes de la muerte del escritor, acaecida en Roma en julio del 57, el rey Umberto en el exilio bendice el ahijamiento y la sucesión del ducado de Palma di Montechiaro. En aquella época, Lampedusa ultimaba su obra, «El gatopardo», que compartía en largas lecturas con Lanza Tomasi y cuyo borrador envía a varias editoriales. Casi en su lecho de muerte recibe un último desengaño: Mondadori y Einaudi rechazan su novela. Será Feltrinelli poco después quien saque a la luz la obra de este desconocido siciliano que nunca conoció la inmensa fama de su gran novela. Lanza Tomasi fue uno de los encargados de corregirla. Y lo hizo con el mismo mimo con el que años después rehabilitaría el Palacio de Via Butera, que es hoy su residencia, y con el mismo gusto con el que gestiona una biblioteca que se expone estos días en Madrid.
✕
Accede a tu cuenta para comentar