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Instagram, enemigo público número uno de los paparazzi
Los reporteros gráficos sienten que el fin de su profesión está cerca. Cada vez más famosos comparten en las redes sociales lo que antaño hubiera sido una suculenta exclusiva
Los reporteros gráficos sienten que el fin de su profesión está cerca. Cada vez más famosos comparten en las redes sociales lo que antaño hubiera sido una suculenta exclusiva
Joaquín Reyna, un paparazzi bien curtido en eso de agazaparse con un teleobjetivo, dice cruzar los dedos con fuerza cada vez que entrega una exclusiva a las revistas. A veces, antes, cuando aún está en el vuelo de vuelta tras seguir a algún personaje famoso durante sus vacaciones y el reloj no avanza lo suficientemente rápido para que la publicación descanse ya en los kioskos. Un tiempo largo, pues en tan sólo cinco segundos, la «celebrity» de turno puede colgar en su red social una fotografía que dé al traste con la noticia. Reyna piensa en lo que ha costado el avión, el alquiler del coche y del barco, el hotel, la comida, los informadores, la protección solar y demás gastos que puede que nunca sean amortizados si el sujeto que sale en sus fotos opta por entrar en aplicaciones como la de Instagram o Twitter y compartir con sus seguidores la langosta que está a punto de zamparse con, por ejemplo, su nueva novia. Y es que más de una vez su teléfono ha sonado para decirle que el tema en el que tantas energías y dinero invirtió ha caído.
«Hay revistas que ya montan las páginas con imágenes que ponen los famosos en las redes sociales y, claro, el coste es cero. Y no sólo son ellos, sino que cualquier ciudadano puede destripar la noticia, porque las cámaras de los móviles tienen cada día mejor calidad; a veces te preguntas si está hecho con un teléfono. No es raro que el cliente de un restaurante cuelgue en su propio perfil una fotografía de, por ejemplo, Claudia Schiffer comiendo con su familia en Mallorca», reconoce Reyna. Antes, el contacto que el reportero tenía en el local daba el soplo y la exclusiva estaba asegurada. Ahora, los paparazzi entregan su trabajo y rezan para que no se destripe en internet.
«Creo que pasará como con la irrupción de la televisión. Cuando las cadenas empezaron a dar imágenes de bodas reales y demás acontecimientos de las vidas de los famosos, en la Prensa nos reinventamos. En vez de dos fotos de un enlace, pasamos a dar un reportaje de 30 páginas con detalles de los invitados, del vestido de la novia, del convite, etcétera. En el caso del nacimiento de un bebé publicábamos el primer baño o su habitación», explica Javier de Montini, ex director de la revista «Lecturas» y una de las leyendas de este género periodístico. Para este experto hay que saber diferenciar entre el valor de una fotografía y el de la noticia que lleva consigo la imagen. «Si la instantánea que nos traía el fotógrafo, por ejemplo, era de una pareja de famosos en su viaje de luna de miel y nadie conocía el destino, la fotografía es la noticia y su valor sube considerablemente. Por el contrario, si ya se sabe el paraje donde van a pasar los novios sus primeros días y, además, se encargan ellos mismos de publicar en las redes sociales sus movimientos, el valor cae en picado», razona De Montini.
Así lo confirma el gremio, que ve cómo su profesión «está en decadencia» y la negocación se ha vuelto el pan de cada día. Y siempre a la baja. «Antes de comprar, los jefes de redacción miran las redes sociales. Si ya ha salido, el precio se reduce drásticamente. Esto ha pasado con Sergio Ramos, que colgó hace poco en su Twitter una fotografía impresionante de Pilar Rubio y él besándose en el Cañón del Colorado», expone Antonio Montero, otro veterano del sector. Esa reinvención que menciona Javier de Montini pasa, según este reportero gráfico, por indagar en lo que las caras conocidas no quieren que se sepa: desamores, tensiones familiares, disgustos e infidelidades. Aunque incluso estos momentos difíciles también acaban por compartirse en la red, como hace cuatro días hizo la hija de Annie Lennox, Tali, al despedir a su novio a través de las redes sociales poco después de que encontrarsen su cuerpo en el río Hudson. «Mi corazón se ha cerrado. Mi mejor amigo, mi alma gemela, mi compañero en el crimen y en la creatividad, el amor y la luz de mi vida ya no está junto a mí», escribió Tali en su perfil de Instagram, para un día después publicar una serie de fotos con él junto a las que rezaba la frase: «Sigue la luz». Una forma de que la opinión pública sea partícipe del duelo.
Esta situación también tiene aspectos positivos, aunque para estos profesionales no llegarían nunca a compensar el impacto pernicioso que tienen en su medio de vida. «Hay veces en las que el personaje te da pistas en su cuenta de Facebook, Twitter o Instagram a algo que termina siendo una buena noticia. Pero, claro, tienes a los colegas que también se lo han olido vendiendo el mismo tema, de tal forma que poco ganas», explican.
La línea entre vida privada y pública se diluye, y cada vez son más los famosos que optan por abrirse cuentas en las redes sociales para tener el control de lo publicado. Desde Ana García Obregón a Nati Abascal y Belén Esteban. Esta última, por ejemplo, decidió a comienzos de verano colgar una fotografía suya en bikini para reventar las potenciales exclusivas de las revistas. Fiestas locas en compañía de amigos, hijos durmiendo la siesta o construyendo castillos en la arena, besos tiernos o tórridos, cuerpos serranos libres de la opresión de la ropa... la revancha de las «celebrities» se libra entre «hashtags», filtros de color y muchos «me gusta».
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