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La decadencia de Julio Iglesias: cae del cartel del «Starlite» marbellí

La decadencia de Julio Iglesias: cae del cartel del «Starlite» marbellí
La decadencia de Julio Iglesias: cae del cartel del «Starlite» marbellílarazon

Deprimía ver a Julio arrastrándose por un escenario que antaño le quedaba pequeño. Vacilaba renqueante buscando el apoyo, respaldo y desahogo de un alto taburete muy estilo Sinatra. Así lo vi en sus últimos conciertos, afortunadamente no póstumos, en «Starlite» y en el Casino de Aranjuez. Fueron muy aburridos, lentos y bajos de tono vocal. Ni los terminé. Se imponía descansar, que lo operasen. Lo hizo y, pese a eso, hasta cinco veces anuló reaparecer. Nos tuvo alarmados. Casi un año de incertidumbre, rumores y temores. Estaba en juego la vida del artista, o eso suponíamos, tras darse de baja voluntaria en su concierto marbellídel pasado 5 de agosto, en el que no había entradas. Hubiera supuesto su cuarta participación desde que Sandra García Sanjuán ideó este salvavidas que devolvió a Marbella el impacto tenido en los polémicos adinerados años de Gil y Gil, donde cada noche había un evento concentrador de vips. Entonces lo eran y las convocatorias se hacían tradición desde el 14 de julio con Olivia Valère festejando el Día Nacional de Francia.

El castañazo de Cela

Hoy, es «lo más» del verano costasoleño. A la gala de la Triple A, promovida por Sandra Hohenlohe, seguían la festejadora noche engalanada del cáncer, los fiestorros en el Marbella Club, el festival de cine y conmemoraciones como el quinto aniversario (1980) del Hotel «Coral Beach», donde Camilo José Cela me dio el castañazo de mi vida. Fue captado por todas las cámaras tras pillarme desprevenido recibiéndolo con los brazos abiertos. Y todo porque deseché la posibilidad de que Marina Castaño pudiera ser madre porque fue acompañada al ginecólogo por Cuca García de Vinuesa. El puñetazo le hizo salir por primera vez en la portada del «Hola». Nunca me lo agradeció, ni cuando Rafa Ansón activó nuestra reconciliación. Yo sí me emocioné con la repercusión del golpe, un Nobel no te arrea todos los días. Y Cela pegó bien sin hacerme caer en la piscina, que era su propósito. Tuve reflejos.

De Julio Iglesias, parece que redivivo tras su reentré en Dubái días atrás, cuentan y no acaban. Jesús Carrero, amigo y seguidor del que tanto triunfó, la otra tarde me justificó comiendo en Lucio que no viajaba «porque no está claro que actúe». Me preocupé al conocer sus dolencias de espalda que lo han tenido retirado 14 meses. Una eternidad para quien acostumbra a ir «de aquí para allá» en plan truhán, pocas veces señor. Ví cómo en su primer viaje japonés le regaló a Carrero su primer equipo Nikon. Durante años formé con ellos, enviado por «Interviú», ya que lo adoraba Antonio Asensio, mundo adelante. Pagaba la revista y yo cubrí desde su audiencia en Alejandría con el presidente Sadat, cuando Julio vendía amores con Jahin, la guapa hija del que un mes después –era septiembre y lo mataron en octubre– fue asesinado. Actuaciones chocantes iniciadas en El Cairo y Alejandría, luego continuadas en la piscina del sultán de Jerusalén.

Compartí la angustia cuando un 28 de dicembre secuestraron al doctor Iglesias, luego cómico «papuchi», que siempre nos decía a Peñafiel y servidor que «mi hijo os ha hecho millonarios». El maestro del corazón aún luce el Rolex de oro macizo –hoy vale 30.000 euros– que Julio le ofreció agradecido tras apadrinar su miamera boda con Carmen Alonso, una señora como pocas. Padecí cómo perdía los nervios cuando su madre paseaba por Indian Creek en bata y rulos; a fin de cuentas, se sentía en casa. Le decía de todo y nos enrojecía hasta el nerviosismo cuando, como en Palma y antes de un concierto, el recuperado papi le desquició tras quince días sin saber de él. Peñafiel y menda no sabíamos dónde meternos. Qué manera más desagradable y bronca de reñirle.

Porque lo que Julio tiene de artista lo tiene de carácter excesivo. Es libra igual que yo, que me comportocon similar destemplanza histriónica. El próximo 23 de septiembre cumple 73 años. Estuve en los 40, matados en el Cala di volpi de Porto Cervo, aunque luego los repitió en el Pre Catalán parisiense. Apoteósico resultó, como su debut en el Olimpya, entonces inalcanzado donde, casado con Isabel, ella invitó a Carmen Martínez-Bordiú, Ana Obregón y Beatriz Valdenebro. Llegaron en el intermedio y tenían disculpa. Aún veo la cara de Preysler y cómo se descompuso el cantante del «hey, no vayas presumiendo por ahí»: «Nos hemos entretenido merendando y hablando de nuestras cosas», se excusó Isabel y ni le pidió perdón por el retraso de dos horas en aquel domingo vital para el éxito del artista.

Colección de mujeres

Podría contar también su obsesión por las mujeres pechugonas, tal la francesa Natalie de la canción. Lo aguantó poco y luego se lió con el dueño del Ritz parisino, íntimo de Julio. El mozo era Al Fayed, hermano de Dodi, que murió trágicamente con Lady Di. No le escribió ninguna canción a la dulce Vaitiare, creo que por entonces menor de edad, ni tras el viaje a Sun City (Suráfrica). Nos aburrimos tanto que con Carlos Iglesias, Tonxo Naval y Alfredo Fraile nos poníamos a jugar a los bolos hasta la hora de su actuación. Duró siete días y hubo un intento de romance con una chilena llamada Susana, que salió por piernas. Vaitiare no tuvo tanta fortuna, prisionera en el superlujo, porque Julio no quería enseñarla hasta que se arreglase los dientes. Tenía los de arriba demasiado sobresalientes. Más de una vez lo comentamos divertidos cuando, libre, se instaló en Marbella y fue contando vivencias de tele en tele. Era deliciosa y desaprovechada por el ego del que va de gallego sin serlo. Tan solo a medias, sacándole jugo a la «terra do meu pai» que nos ha tenido inquietos por esa espalda problemática. Pero no es un mal repentino ni de ahora: no olvido un concierto en Toulouse que casi cancela y en el intermedio le envolvían en papel como de aluminio tras inyectarlo y masajearlo.

No veremos su voluntad triunfadora en el «Starlite» marbellero cubriendo la baja de hace casi un año. Entonces anunció que «lo dejo para el verano que viene». Pero Sandra García Sanjuán, acaso temerosa de otra justificada espantá, prescinde de él y de su gancho: «Actuó tres años seguidos, el pasado hubiera sido el cuarto y conviene variar de artistas. Julio ya dio de sí», me cuenta sin tener aún rematado el elenco de su próxima cita. El año pasado reunió, además de a Antonio Banderas y su novia canadiense, a Valeria Mazza, que copresentó. Allí Enrique Ponce nos cantó boleros con el mismo arte que con la espada. Larga vida a Julio Iglesias en esta parece que doble resurrección. Fue premonitorio su «me olvidé de vivir».