Eurovisión
Las eurovisivas transexuales serán homenajeadas en Israel
Previsible. Seguimos sin suerte en Eurovisión. Massiel y Salomé marcaron hitos con «La, la, la» y «¡Vivo cantando!», con también buenos resultados de Betty Missiego, a quien el jurado español le robó la victoria en un absurdo y desfasado «España y yo somos así». Fuimos de quijotescos cuando ahora ya no lo somos con el aniversario de Cervantes. Choca. Y así nos pinta internacionalmente en una cita cantora que muchos años viví «in person» cuando no todo había cambiado y los países del Este no se ayudaban como en los últimos años. La competencia musical la abanderaban la eterna Italia, Inglaterra, Francia, Luxemburgo y, ocasionalmente, España con mañas de Artur Kaps, que desde la barcelonesa Miramar controlaba votos. Estaba en el circuito y sabía corresponder el apoyo, decían que invitando a la Costa del Sol y Benidorm o montándoles gira por las plazas de toros y la mejor gastronomía. Entonces todo estaba en venta y no ponían remilgos en apoyar candidaturas, como ahora ya sólo lo hacen esos países apenas reconfigurados.
Estuve en Estocolmo con Sergio y Estíbaliz, ella enmarcada por dos enormes trenzas. También con Jaime Morey, Mocedades y su «Eres tú» superando los años, y padecí en Ámsterdam con un almidonado Julio Iglesias, vestido de terciopelo turquesa, que no le pegaba nada a su sobriedad «british». Entonces se montaba una película en torno a cada representante. En ello iba el honor patrio, ¡qué cosas! Toda España vivía emocionada, angustiada o jaleadora, los resultados que evidenciaban qué países estaban a nuestro lado y cuáles nos despreciaban. Buena estrategia política, imposible actualmente bajo el dominio del Este. Barei podrá llorar porque peleó gravemente, incluso rompiendo moldes cantando en inglés defendiendo a España. Otro síntoma del cambio. Nunca lo harían los israelitas, tan celosos de lo suyo, como cuando Dana se colocó encabezando el palmarés, como luego haría Anne-Marie David y Helena Paparizou. Pronto –el 1 de junio– serán homenajeadas en Tel Aviv por el Día del Orgullo Gay, cuya cabalgata reunió el año pasado a millón y medio de seguidores apretados en su imponente paseo marítimo, que mucho recuerda al de Sitges, otro veterano paraíso de semejantes reivindicaciones homo. En pleno franquismo, Barcelona entera bajaba a la Blanca Subur de Sitges cada martes de carnaval y aquello enloquecía. Fue pionero –reducto batallador pero consentido gubernalmente a 30 km de Barcelona, como para pasarlo por alto– y lo mismo daba quién estuviera en el Gobierno civil. También era permisivo con los bares gays del Barrio Chino donde había espectáculos –¡hablo de 1960!– de travestis, mientras en el jaleado Paralelo Antonio Amaya, Escamillo y Johnson triunfaban en la revista vendiendo equívoco.
Tel Aviv convoca nuevamente su Día del Orgullo gay, que en primera versión habanera caliente-caliente Marta Sánchez acaba de amadrinar en la capital cubana, ahora descarado objeto de deseo mundial. Todos se apuntan al nuevo y exótico mercado de fruta tan apetitosa como inexistente. Mejor meterle el diente a sus carnes morenas más accesibles dada la calidez e ímpetu raciales que distingue a los caribeños de la más española de nuestras antiguas colonias malvendidas en el 98 por unos políticos tan chapuceros como los actuales. Las eurovisivas darán en Tel Aviv un concierto repasador de éxitos, buena ocasión para comprobar cuánto han cambiado físicamente, si llevan barba, bigote o cejas tan repintadas como las rectas de cine mudo de Baryshnikov, imitando a Nijinsky en su nada redondo y desaprovechado espectáculo donde no dio cuanto puede de sí con 68 años muy trabajados. Fue sucesor de Nureyev como mejor bailarín del mundo y aquí no dio ni un paso. Cierto que la nostalgia no es un error. Frustrante.
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