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Pilar de Borbón: «Por respeto a la institución, nunca escribiría mis memorias»

Pilar de Borbón: «Por respeto a la institución, nunca escribiría mis memorias»
Pilar de Borbón: «Por respeto a la institución, nunca escribiría mis memorias»larazon

Reticente a las entrevistas, abandona momentáneamente su habitual discreción para anunciar una nueva edición de El Rastrillo de Nuevo Futuro y para hablar de su juventud, su familia y «su hermano del alma».

El Rastrillo de Nuevo Futuro comienza el viernes 21 en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo de Madrid. Desde hace casi medio siglo cuenta con la Infanta Pilar como una de sus grandes valedoras. Recibe a LA RAZÓN, sonriente y vestida con traje de chaqueta primaveral, en una entrevista excepcional: «Yo sólo hablo para promocionar El Rastrill; de mi familia, no», aclara. Pero, al final, hablamos de todo, porque ella forma parte de la Historia y sería imperdonable no preguntarle por ello. Doña Pilar ha participado en 45 ediciones de El Rastrillo. La Infanta, que fue invitada a formar parte de la asociación no por su imagen, sino por lo bien que trabaja, ha estado al pie del cañón en todas las ediciones, excepto en una que «acababa de perder un bebé y mi marido no me dejó. Siempre me ha gustado encargarme del bar, porque no veas cómo servía de bien las copas. Los primeros diez años había que lavarlas a mano porque no teníamos máquinas; hasta las hemos limpiado en el lavabo de señores, que olía regular y pasábamos un frío espantoso y sin guantes. Ahora tenemos unas máquinas que lavan cien vasos de golpe y eso es una maravilla».

–¿Cuál es el cóctel que mejor prepara?

–Ninguno, porque no servimos muchos, quizá el bloody mary. Lo que más preparaba eran whiskies, Coca-cola con ron y, si no lo sabes preparar, se coge un libro y se aprende, o lo buscas en internet, que salen todos.

–¿Cuál es su trabajo en El Rastrillo?

–Lo mío es el bar, aunque lo que ahora me toca es recorrer los puestos y dar las gracias a todo el mundo. Pasearte por ochenta sitios te lleva todo el día y voy haciéndome vieja y me canso.

–¿Cada vez hay más gente que quiere ayudarlos?

–Ahora la cosa se complica, por los estudios o porque el matrimonio tiene que trabajar para sacar su familia adelante. Mis nietos venían todos. El que está en tercero de «teleco» era un «barman» estupendo, otro hijo ayudaba en una tómbola porque le gustaba vender y Simoneta en el bar... la vida se complica, pero no nos faltan manos.

–¿Cuántas lágrimas ha derramado?

–Muchas, muchas. Y te emocionan los casos más tristes, que son los de psiquiatría, porque suelen ser por malos tratos.

–¿El Rastrillo es la mayor fuente de ingresos para Nuevo Futuro?

–Nos alimentamos de este evento para darles ese plus a los hijos que tenemos recogidos, que son menores del Estado: la patria potestad siempre es suya. Nuestros niños están en sus pisos, donde viven entre siete y ocho chicos. También tenemos unas Unidades Dependientes, que son señoras que están en el tercer grado de cárcel y tienen hijos menores de tres años. A las madres les buscamos un trabajo y el niño está en una guardería fuera de prisión.

–¿Hay quien, cuando la ve rehúye porque siempre está pidiendo?

–Sí, sí, me ocurre. Pero la gente en España es muy generosa y tengo que decir que siempre estoy pidiendo y siempre me dan. Le contaré una anécdota. Una vez un señor me dijo: «¿Usted aceptaría para su rastrillo unos muebles que no quiero?». Y yo, que no digo «no» a nada, ahí que nos fuimos a Loeches a por ellos. Estando allí vimos que al lado había una fábrica de verduras cortadas y nos dijimos: «Vamos a llamar a pedirles». Nos abre la puerta un señor y nos dice: «La conozco perfectamente: usted es Doña Pilar, y nada de darles, vamos a llevarles todos los días verduras y fruta recién cortada al rastrillo». Con lo cual tenemos unas ensaladas magníficas.

–¿Ser enfermera le ha servido?

–No me ha servido de nada para esto, a lo mejor un día una de mis niñas se cortó un dedo y le puse una tirita, pero hasta ahí llegó la puesta en práctica de mis conocimientos.

–¿Trabajó como enfermera?

–Hice tres años en la escuela del Estado y luego tres más en los hospitales civiles de Lisboa, que son los públicos. En total he trabajado de enfermera seis años. Soy enfermera del Estado de Portugal.

–¿Se ha sometido a jefes y horarios?

–Claro que sí. Había que estar uniformada a las ocho menos cinco de la mañana y he tenido jefes. Eso te viene muy bien para el carácter, aprendes humildad a toda velocidad. Era un trabajo regladísimo, estaba a lo que me tocara: limpiar la porquería, poner alguna cura o hacer camas, que, desde luego, he hecho un montón.

–¿Ha cotizado a la Seguridad Social?

–En Portugal, no, porque no me podían contratar. Lo que hacían era tenerme en la enfermería escuela como directora de una sala o profesora, pero sin cobrar un céntimo, aunque cumplía igual, puesto que me había apuntado a eso. En España, desde que murió mi marido dirijo la empresa familiar y cotizo como autónoma.

–Entonces, ¿le quedará poco de pensión?

–Poquito, pero tengo una de mi marido, que cotizó 22 años y no te digo que se pueda vivir con ella, pero teniendo los hijos ya mayores, pues me arreglo. Cuando murió mi esposo tuve mucha ayuda moral de parientes y amigos, aunque fue una época un poco complicada.

–Ha educado a sus hijos de la misma forma, pero no es costumbre en su familia, porque usted, al igual que la Infanta Elena, han sido discriminadas por ser mujeres. ¿Cómo lo acepta?

–No me ha molestado nunca, gracias a Dios. Mire, con cuatro años tuve un ataque de celos porque a mi hermano le dieron un uniforme de Capitán de Caballería y a mí, que era más alta y más fuerte, no. Hasta que no me pusieron el de marina no cejé. A los cinco años entendí que me habían puesto en la Tierra para proteger a mi hermano y, como yo era mucho más grande y fuerte que él, al que le zurraba, yo lo zurraba. Claro que ahí yo tenía derecho y le decía: «Ahora haces lo que yo te diga».

–¿Y entonces aprovechaba para mandar a su hermano?

–Ah, bueno, no vea cómo le ordenaba. Le mandé hasta que creció, hasta los quince o dieciséis años.

–¿Nunca le molestó que los derechos pasaran a su hermano por ser hombre?

–Es que ni lo pensé, «pá’qué». Las cosas son como son y no vale la pena discutir ni tampoco se me ocurrió. Era para mi hermano, pues muy bien, le tocó a él la china, porque es difícil y lo ha hecho muy bien y ha estado toda su vida dedicado a esa tarea. Eso sí, mi padre nos educó a todos igual en una cosa, él nos decía: «Si no sirves a tu país, no sé de qué sirves». Eso sí que está metido en nosotros desde pequeñitos, el servicio a España.

–Usted fue testigo de dos renuncias; la de su padre y la de su hermano, ¿cómo las ha vivido?

–Son muy emocionantes en el momento, pero es un paso natural en la vida y hoy en día la gente vive mucho más tiempo y si tienes un hijo perfectamente preparado, pues le cedes los derechos porque mi hermano decide que ha llegado el momento y quiere hacerlo él en plenas facultades porque siente que era la hora.

–Durante la abdicación de Juan Carlos I recordé a su sobrina, la Infanta Elena, que es el mismo caso que usted...

–Elena ha pensado lo mismo que yo, que esto es así. Hasta que crecieron las Infantas hacíamos un montón de cosas; ellas se hicieron mayores y nos fuimos apartando. Es que no hace falta decirlo, es automático, es tan normal que nadie en mi familia se hace la pregunta, las hacen ustedes; para nosotros es ley de vida y punto, no se discute.

–¿Este año dónde se tomarán el pavo en Navidad? Porque en La Zarzuela se está complicando...

–Pavo nunca cenamos porque lo odiamos todos y desde hace cuatro años lo celebramos en mi casa porque yo me muevo con el 54 por ciento del personal y ya éramos muchos para La Zarzuela, con mucho niño pequeño, así que en la familia lo hacemos en mi casa y, al día siguiente, almuerzo con mis hermanos.

–¿Cómo está el Rey Juan Carlos?

–Lo he visto antes de ayer, en casa de mi hijo y está estupendo. Ahora, que lleva muchos meses sin tomar cortisona, está más delgado y con un color normal. Lo encuentro estupendo y alegre. Ha tomado la decisión, pues está tomada y no se discute. En familia no se da la importancia que ustedes le dan fuera. Para mí es mi hermanito del alma, con el que sigo hablando como siempre.

–¿Usted nunca escribirá todas estas historias que ha vivido?

–No, nunca, porque aún hay gente viva a la que puedes hacer daño y que puede que no esté de acuerdo. Por respeto y cariño a la institución, no lo haré nunca. No leo nada sobre mi familia porque me pone muy nerviosa lo que se inventan y lo que sacan de contexto. Y tampoco voy a dejarlo escrito para no poder enterarme y reírme con lo que digan sin estar yo delante. Eso no quiero perdérmelo, así que no lo escribo y se acabó.