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Raphael: «Me parece muy bien que Pablo Iglesias se compre un chalé»
Cantante precoz, a los cuatro años necesitaban voces para la escolanía y su hermano dio su nombre. A los 9 ganó su primer premio y a los 15 ya tenía carné de artista y cobraba un sueldo
Cantante precoz, a los cuatro años necesitaban voces para la escolanía y su hermano dio su nombre. A los 9 ganó su primer premio y a los 15 ya tenía carné de artista y cobraba un sueldo.
Raphael aprovecha las reuniones familiares para lanzar sus «bombas», esas ocurrencias que requieren el consenso de la familia. Cuando las críticas, coordinadas por su mujer, Natalia, alcanzan el apogeo, coge las de Villadiego y se quita de en medio: «Me subo a mi habitación y cuando todo se ha tranquilizado, bajo». Raphael lleva tantos años siendo Raphael, exactamente 57, que hay quien le pregunta cómo se apellida porque el nombre se comió hace años al árbol genealógico. «Mi padre tiene que estar revolviéndose», dice. Y, como siempre ocurre, en casa del herrero cuchillo de palo, y la de los Martos-Figueroa no iba a ser menos. Natalia, la esposa del cantante de Linares, es escritora, pero nunca le ha compuesto una canción a su marido («cuando llegue a casa le voy a preguntar por qué», asegura). El intérprete tiene unos vaqueros del año 68, de cuando hizo la película «El golfo», que se pone para estar en casa o para comprobar si ha engordado de cintura. Son su vara de medir los cambios corporales desde hace 50 años. Con un mes de diferencia, Madrid y Linares le han homenajeado. En la capital se convirtió en mito –«aquí hice mi carrera, conocí a mi mujer y nacieron mis hijos»– y de la localidad jienense «salí con nueve meses, pero soy andaluz por los cuatro costados. Mi padre me contaba de Linares y mi madre me cantaba de Linares». No tiene más máster que los 57 años de profesión, pero sí es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá de Henares con un disco de uranio, de los cuatro que existen en todo el mundo, «que no tiene uranio, como tampoco los de oro son de oro, ni los de plata tienen plata, si acaso un bañito», comenta.
–¿Qué hace la gente con sus «selfies»?
–No quiero imaginar nada porque luego puedo aparecer en cualquier lado que no te esperas. Todo eso es espantoso, pero no puedo poner trabas porque el 99,99% de la gente lo hace sin mala intención. Aunque no solo son «selfies», es que también me han grabado durmiendo en el avión. Noto cuando alguien me está mirando, pero no puedo hacer nada porque tengo educación.
–¿Una educación con máster?
–No, máster no, pero pienso hacerlo porque ahora es muy fácil. Voy a usar todas las influencias que pueda (risas).
–¿Emplea eso de «sabe usted con quién está hablando»?
–No, porque lo saben (ríe). Tengo una cara muy vista y, además, nunca lo diría porque es muy feo y a mí me han educado bien.
–Le reconozco que nunca, hasta hoy, había conocido a alguien con la precocidad de comenzar su carrera a los cuatro años.
–Es que el que ha nacido con una voz, lo sabe. En la escolanía del colegio necesitaban una muy aguda e infantil y mi hermano dio mi nombre. Así empecé, con cuatro años, como niño de coro. A los 9 gané un premio en Salzburgo y con 14 o 15 años ya tenía mi carné de artista y ganaba mis primeros sueldos.
–Con todas esas cotizaciones a la Seguridad Social no tendrá problemas para cobrar una buena pensión.
–Cuando me retire ya no habrá dinero para jubilaciones. Además, ahora hay pocos niños y mucha gente en paro, así que a nosotros los mayores nos van a dejar a dos velas.
–Durante sus 57 años de carrera, ¿ha sufrido algún tipo de acoso?
–No, afortunadamente eso no me ha pasado nunca. Me han pasado otras cosas, como que me echaban del colegio todos los días porque era muy mal estudiante. Yo siempre he tajeado con la voz; como era el solista no podían prescindir de mí. Así que, cuando me echaban, me iba a la sacristía y el fraile que se ocupaba de mi educación musical intercedía y me volvían a admitir.
–El colmo de la comodidad es que su mujer le lea los libros...
–Es que las cosas son mejores cuando ella me las lee . Y las películas, también. Natalia es una gran lectora y desde hace cuatro años me lee los libros porque los interpreta muy bien. También va por mí a los sitios y luego me lo cuenta.
–Parece persona tranquila, quizá, ¿en vez de pelearse se pone a cantar?
–No peleo mucho, discuto. De chico sí me peleaba y tengo una pedrada en la cabeza donde no me crece el pelo. En Cuatro Caminos, que era nuestro barrio, nos peleábamos los de la calle Carolinas contra los de la calle Tiziano a pedrada limpia.
–¿Conquistó a su mujer cocinándole bullabesa?
–No, porque entonces yo tampoco sabía que tenía esas aficiones culinarias. Pero siendo hijo de andaluza aprendes a guisar aunque no quieras. Me llamaban mucho la atención los guisos de mi madre, los olores los tengo en mi cabeza. Tengo toda mi niñez muy presente.
–¿No encuentra que Eurovisión ha sido muy machacona y, al final, Amaia y Alfred han quedado fatal? Usted con menos publicidad fue 6º y 7º en 1966 y 1967.
–Ahora Eurovisión es un espectáculo tremendo que no tiene nada que ver con mi Eurovisión, pero no hay que ser machacón nunca. ¿Ve cómo machacar tanto no es bueno? Yo tuve una época muy larga de mi vida en la que existía «La Hora de Raphael» en todas las radios y llegué a pedir que por favor me quitaran porque el público estaba harto, yo me daba cuenta, porque tan malo es lo poco como lo mucho.
–¿Le ha molestado no ser marqués, con lo cerca que estuvo de serlo?
–No, por qué, si nunca lo he sido, en todo caso habría sido «con suerte». Mi mujer estaba en su derecho de pedir el marquesado de su familia, pero, de pronto, salió una voz por ahí diciendo que los de ahora sí, pero que con efectos retroactivos, no. Así que mi mujer lo perdió. Tampoco veo a mis hijos de marqueses. Y ser Raphael es un titulazo que me ha costado mucho trabajo y tengo que mantenerlo y alimentarlo para que siga siéndolo
–Es curioso que en tantos años de celebridad no le hayan salido hijos, como, por ejemplo, a Julio Iglesias. No es hombre de escándalos.
–No, no me han salido porque parece ser que los he tenido con mi mujer solamente. ¿Qué escándalo me propones? (risas). El único escándalo mío es mi canción.
–¿En Linares se han picado con Madrid y, por eso, con un mes de diferencia recibe dos distinciones de sus dos ciudades de referencia?
–No, yo tengo en Linares lo más importante, mi museo, una calle y una placa en la casa en la que nací. El título de hijo predilecto ya lo tenía, lo que faltaba es que yo les diera tiempo para ir a recogerlo, buscar una fecha en la agenda. Llevan años diciéndome que cuándo. Linares siempre se ha portado muy bien conmigo y estoy muy orgulloso de haber nacido allí.
–¿Le quedan ganas de presentarse a alcalde de Linares?
–No, porque mi mejor amigo es el alcalde y no le voy a quitar el puesto.
–¿Qué le parece el chalé que se han comprado Pablo Iglesias e Irene Montero, líderes de Podemos?
–Pues muy bien, si pueden pagarlo porque los dos ganan su dinerito y les han dado una hipoteca, pues por qué no lo van a tener. Nos metemos mucho en la vida de los demás. Que tengan un chalé, si lo están pagando, pues muy bien, a mí esas cosas no me asustan.
–¿Le emociona especialmente cantar en Barcelona?
–Siempre me han tratado muy bien allí, mis noches en el Liceo son apoteósicas, pero igual que en Madrid, Sevilla, México o Nueva York, yo me sigo emocionando en todos los lugares en los que canto. En mis conciertos reúno a cinco generaciones, eso es muy fuerte, diría que es un milagro.
–No llora. ¿Le han enseñado a controlar las emociones como a la familia real británica?
–Yo soy muy llorón, pero me controlo. Y me encanta la familia real británica, esa Isabel II. Y además me encanta la Reina Sofía, que también sabe llorar porque la he visto muchas veces; es una maravilla de señora. He cantado muchas veces estando ella y la he visto mucho en Palacio y en actos particulares. Doña Sofía se sabe mis canciones.
–¿El secreto de llevar 46 años casado es como el secreto de la marmita de Obelix?
–No hay más secreto que quererse y levantarse por las mañanas empeñados en que ese día tiene que ser maravilloso. Nos damos los buenos días y las buenas noches, intentamos comer juntos y seguimos viajando juntos. En cuanto tenemos cuatro días nos hacemos un viajecito que no esté a más de dos o tres horas de avión. Hablamos de todo lo que pasa y luego tenemos ocho seres de los que tenemos mucho que hablar.
–¿Y ninguno de esos seres le llama abuelo?
–Ninguno me llama así, me llaman Raphael porque es lo que han oído siempre, excepto la mayor, Manuela, que tiene 14 años y me llama Pepel, y vete ahora a decirle que me llame abuelo o Raphael.
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