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Rappel interpretará a un adivino en su debut teatral

Animado por Carlos Sobera, el vidente de 72 años se une al elenco de una comedia dirigida por Zenón Recalde, que se estrenará en el Teatro Rialto de Madrid el 28 de julio, en la que encarna a un futurólogo que asegura el triunfo del Atlético.

«Llevamos dos meses de ensayos», dice Rappel sobre la obra que prepara
«Llevamos dos meses de ensayos», dice Rappel sobre la obra que preparalarazon

Animado por Carlos Sobera, el vidente de 72 años se une al elenco de una comedia dirigida por Zenón Recalde, que se estrenará en el Teatro Rialto de Madrid el 28 de julio, en la que encarna a un futurólogo que asegura el triunfo del Atlético.

Mayo es el mes de las novias y las primeras comuniones. Hoy en Jaén recibe su Comunión la hija de Enrique Ponce y Paloma Cuevas, ya de diez años. Siguen las tradiciones por encima de otras circunstancias, como el tardío debut teatral de Rappel. Ni siquiera sus consolidadas dotes adivinatorias –según certifican sus adictos– pudieron adivinarlo. Deja los pronósticos tranquilizadores y desde el 28 de junio se dedicará a debutar como actor, no sé si en plan galán. Facultades e histrionismo no le faltan. Están sobradamente revalidados en sus actuaciones televisivas siempre de impacto. Predice con la seguridad de quien cree poseer la verdad. Y así lleva muchos años. Ahora se lanza al teatro animado por Carlos Sobera y el director de «El rey león», éxito que sigue llenando en Gran Vía después de seis años. Parece que durará y acaso llegue al récord neoyorquino de quince. Ver las interminables colas ante el teatro es un estimulante reflejo de una pujanza teatral no demostrada con otros espectáculos, aunque resiste –y lleva meses– el «show» de Belinda Wasghinton, Edith Salazar, Marta Valverde y Charo Reina, ahora con veinte kilos menos (y no se echan en falta).

Estreno en el Rialto

Rappel me anticipa su porvenir, es lo suyo: «Me ofrecieron esta comedia de tres personajes donde el adivino tiene que asegurar un triunfo del Atlético. Les dije que estaban locos. La leímos junto a Carlos Sobera, que no dejó de reír. Llevamos dos meses de ensayo. Solo lo sabía Paloma Gómez Borrero, la única a quien le conté esta locura y por eso le dedicaré la primera función. Después de debutar en el Rialto madrileño haremos gira por el Norte en lo que antes era la temporada estival, repartida entre las Semanas Grandes de San Sebastián –ya ni rastro de lo que fue– y Bilbao. También haremos Valencia, una de mis plazas fuertes, allí hice “Tómbola” durante ocho años, programa aún instituido. Todo son remedos, caricaturas, intentos fallidos. Solo “Sálvame”, con mayor maldad, podría asemejarse», exalta nostalgico.

La otra noche coincidí con Lidia Lozano, a la que en Canal Nou sentaban a mi derecha para alejarme de la enervante Karmele Marchante, que hoy reside en Madrid y comparte piso con una antigua compañera. Se ve que superó sus siempre proclamadas ansias independentistas; ella es contra revolucionaria. Parece una derrota. Noté a Lidia con el cutis seco y agrietado y me limité a recomendarle algo parecido al tan de moda hidrolifting caviar de las Massumeh. Encanta desde a Rafa Nadal hasta a Enrique Iglesias, Doña Letizia e Isabel Preysler. Un toque de luz rejuvenecedor antes de salir. Rappel aún no necesita aplicárselo, tiene una piel siempre tersa. «Pero, ¿tanto atrevimiento con 72 años, sin necesitarlo?», objeto. «Es una experiencia que me divierte, y espero que el público lo comparta. Zenón es un maravilloso director y ahí tenemos “El rey león”. Creo que no me la pegaré», afirma. Algo verá en su bola de cristal para echarse a esta piscina escénica. Lo encontré muy seguro del paso a dar.

No dejaron de comentarlo en un cumpleaños de lo más sentido por los cien amigos que lo festejamos en el casino de Gran Vía, que bajo el bagaje de Juan Pedro Ruíz ha incorporado también un hotel. Vimos desde a las folclóricas hermanas Jara a la modernidad de las Pegamoides. América, la madre de Alaska, a la que sigue llamando Olvido –con todo derecho–, casi es nonagenaria. Nadie lo imaginaría ante su lucidez mental, ánimo juvenil y un cutis que ya quisiera mi querida Lidia. No pudo compartir el día con su íntimo Víctor Sandoval, con el que en Sitges convive grandes temporadas con mesa puesta en el Kansas del Paseo Marítimo. Le gusta su placidez, menos en el tumultuoso verano con 56 trenes-tranvía diarios acercándolo a Barcelona. Son 36 kilómetros, media hora, que evitan las curvas de Garraf. Aún marean solo con verlas y en mi época las hacía cuatro veces al día. Hasta que descubrí el tren. Ahora me reaficioné a él por lo que tiene de relax frente a lo estresante del avión.

«La edad no me perdona», dice América, aunque no es el caso, jaleada por su yerno Mario Vaquerizo, que abrazó a su madre vestido con una camisa negra de lunares rojos como para un tablao. Alaska se ciñó, como le gusta, en terciopelo negro con ramas de lentejuelas verde. Y América, eternamente joven, bebió champan, «que aclara las ideas y pone luz donde no la hay», y combinó su encanto y ternura con un sedoso «body» de color turquesa con bailarinas y un bolsito a tono. Lloró con «Las mañanitas» del mariachi, habló de cómo salió de Cuba. Luis Aguilé hizo el mejor himno nostálgico en «Cuando salí de Cuba», aunque iba de frívolo con «El tío Calambres» y otras bobadas musicales. Llenó una época y sus temas eran «canciones del verano», pero hizo «La ópera de tres peniques» y hasta algo de García Lorca. Era sorprendente y recuerdo su boda en la francesa Amèlie-le-Bains, cercana a Perpignan. Fue el más suntuoso banquete que tomé en mi vida. Ahí prodigó no solo dinero sino también inéditas dotes de gourmet.