María José Cantudo
Un libro descubre el pasado más negro de la Cantudo
Ya pasaron cuarenta años y parecen un vendaval como el que por entonces conmovió al cine español durante la Transición: en «La trastienda» de Jorge Grau se vio el primer desnudo integral –integral, integral, no escondía ni lo más secreto–. Pasó a la historia tal abundancia pilosa, aunque semejante exhibición nada gratuita sólo dura dos segundos y medio. Lo exhuma su ya casi biógrafo, pero sobre todo devoto «desde que era niño». Habla Tony Aliaga, que la otra noche soportó el cabreo barcelonés de Sabrina en una actuación para un «envelat» de Hospitalet. Cuenta y no acaba: «Sabrina se marchó indignada porque pretendían que se cambiase en un lavabo maloliente. Optó por salir vestida del hotel camino del concierto». «España ha cambiado mucho», fue su comentario, tras lo que consideró menosprecio del contratante. Un bolo inmundo para quien fue «sex symbol» italiano y hoy va tirando con su pechuga sobresaliente.
Calentón estival recién iniciado julio. Buen momento para exhumar momentos tan épicos. Lo fue, provocó infartos y tuvo tres millones de espectadores embobados con el más que destape. Un gesto consagrador y arriesgado en el que María José Cantudo se jugó todo, que entonces tampoco era mucho. Un libro de 200 páginas y casi 400 ilustraciones recoge un ayer siempre polemizando si era más guapa que actriz. Saltaba a la vista con una fotogenia muy española. José Frade, embobado con ella, como más tarde con Norma Duval, con la que estuvo casado nueve años, imponía como productor a Ana Belén, aunque no creo que la sí gran intérprete se hubiera destapado tanto.
«Pero exigí a María José Cantudo», asegura Jorge Grau, que en «Tuset Street» pretendió cargarse al mito de Sara Montiel y en seguida le echaron. La acabó Luis Marquina. Pudo ser la consagración de Sara, pero le pusieron de galán a Patrick Bauchau, el soso cuñado de Brigitte Bardot, casado con Mijanou. Los conocí bien porque vivían temporalmente en la gaudiniana Pedrera, que puede escalofriar tanto como las películas terroríficas de Paul Naschy, también apasionado de Cantudo; la escogió junto con Ágata Lys como pareja protagonista de «El huerto del francés». Y allí quisieron llevarlas. Acabaron deshaciéndose el moño y Cantudo con el cuello lleno de arañazos. Lo recuerda su semi historiador. Queda mucho que contar. Y que callar: «A las dos les habían prometido ser cabeza de cartel, promesa que sólo cumplieron con María José. Ágata se enfureció y durante el rodaje fue a por ella creyendo que había dado algo a cambio».
Me pregunto qué podría ser para enloquecerlos así. Lo hizo comprensiblemente con el remaduro Frade y también con el muy lúcido Pedro Ruiz. Tuvimos nuestros piques por mis comentarios excesivos para aquel tiempo. Pedro la acompañó a Radio Nacional –era la de «Protagonistas»–, se indignó con Jorge Arendes, entonces poderoso en el ente, me pusieron a caldo y Cantudo hasta lloriqueó, porque no le costaba. Conmovió y me dejaron dos semanas sin empleo ni sueldo. Son mis heridas de guerra. Nunca cicatrizan.
Años más tarde, ella me contaría que «lo de Pedro no llegó a profundidades; me llevaba de paseo y le encantaba cepillarme la melena». Convendría ahondar, aunque ella además asegura que «apenas conocí al mexicano Ramiro Garza», supuesto regalador del enorme piso que ocupa en la parte alta de Serrano. Tenía capilla rociera y una blanca biblioteca, donde un libro dedicado por Pedro Ruiz la ponía por las nubes. Me sonrojé al leer, entendiendo su pasión, luego repetida con Bárbara Rey, que también fue diciendo esto y lo otro. Pedro también debería ir cual Karina al baúl de sus recuerdos y dejar claro qué hubo, o más bien no hubo, con este par de singulares bellezones tan arrebatadoras en los 80. Anímate.
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