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Syd Barret, el lado oscuro del amor

El cóctel que formaron el LSD y la esquizofrenia que sufría el guitarrista de Pink Floyd fue una dinamita indomable que terminó con el músico fuera de la banda por sus idas de olla

Todo el grupo arropó a Barret, pero dos años después de formar la banda decidieron alejarle de los escenarios
Todo el grupo arropó a Barret, pero dos años después de formar la banda decidieron alejarle de los escenarioslarazon

El cóctel que formaron el LSD y la esquizofrenia que sufría el guitarrista de Pink Floyd fue una dinamita indomable que terminó con el músico fuera de la banda por sus idas de olla.

En 1967, el verano del amor de San Francisco se aglutinó, aparte de alrededor del pacifismo y las flores, en torno a la experimentación con sustancias psicodélicas. Como siempre, aparecieron audaces que quisieron investigar artísticamente sus efectos. Esperaban una ampliación de su campo mental (visiones o algo parecido) que pudiera mejorar sus obras.

Buscando el jugo de ese fruto, apareció en Inglaterra Syd Barret. El guitarrista había formado en 1966 el grupo musical Pink Floyd con tres amigos. Era una banda dedicada a pasárselo bien tocando blues pero, en cuanto crecieron un poco, se salieron de los cauces del género y Barret empezó a componer unos temas nunca vistos y muy personales. Eran canciones con súbitos cambios de enfoque, de punto de vista, de sonido, armonía y estructura que corrían parejos a sus letras. Conjuraban además emociones de todo tipo, desde las más cotidianas y delicadas a pesadillas sórdidas o metafísicas. En esos terrenos tan complicados, donde los demás naufragaban en cursilería lírica o épica, Barret conseguía expresividad y emoción. El primer disco del grupo «The Piper in the Gates of Dawn», grabado en la primavera de 1967, es una muestra de variedad y exuberancia muy poco frecuente. Era tan multiforme que influyó incluso decisivamente en el trabajo de exploración que The Beatles desarrollaban por esa época («Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band»).

Al poco, Barret empezó a dar muestras de trastornos mentales y comportamientos lunáticos. Nunca se supo bien si fue debido a su ansia de exploración mental, a un cuadro de esquizofrenia y autismo larvado desde la infancia o a las cuatro dosis diarias de LSD que se metía entre pecho y espalda. Probablemente fuera una mezcla de las tres cosas, pero lo cierto es que Barret empezó a presentarse a los conciertos de Pink Floyd viviendo cada uno de ellos como un experimento escénico y sónico, no como un espectáculo profesional por el que el público había pagado. Decidía un día, por ejemplo, desafinar adrede su guitarra para saber qué cacofonías sónicas eran capaces de extraer. O se quedaba quieto todo el concierto, sin tocar una nota, por ver cómo reaccionaba el público. Sus mánagers y compañeros lo empezaron a considerar un peligro para el éxito y renombre recién conseguido. Aprovechándose de sus evidentes dificultades para socializar, lo apartaron del grupo menos de dos años después de que él mismo lo formara. Nunca trataron mal a Barret, que había enloquecido ya definitivamente. Se ocuparon incluso de que en su cuenta hubieran dos millones de euros en el momento de su muerte. Pero mostraron una preocupación un tanto virtual, más en los discos que con compañía, lo cual no compromete tanto.

Empieza a partir de ese momento una historia triste y desalentadora. Le daban dinero, pero le hicieron firmar en 1972 un documento por el que renunciaba a cualquier derecho sobre el grupo. Luego, empezaron a pelearse entre ellos mismos por cuestiones económicas, con grandes juicios y elevadas minutas de abogados. Su fama, que en el fondo nacía de un concepto de Syd Barret que ahora explotaban, les convertía en una máquina de generar dinero. Sin las emociones cambiantes de Syd, la música del grupo se limitó al mejor sonido de grabación y a elaborar paisajes sonoros con un punto de misterio pero simplemente elegantes. Buscaban temáticas de protesta correctas, siempre atentos a la revisión de conceptos que estuviera en boga, pero no había sorpresas: el sonido y la ejecución era solo modernos y previsibles.

La historia entró ya directamente en los terrenos de la hipocresía cuando siguieron interpretando «Money»: una canción que habían compuesto al hilo de las inquietudes del 67 como crítica a la codicia. Años después, aún la difundían impertérritos, a pesar de saber todo el mundo que estaban enfrentados en los tribunales precisamente por no dejar escapar ni un duro.