Radio
Carlos Alsina: «Se habla poco del populismo mediático, pero se ha disparado»
Carlos Alsina / Periodista. Les sonará su voz, sin duda. Tuvo que cambiar las noches de «La brújula» por la más temprana mañana con «Más de uno». Y a pesar de llevar un año largo, asegura, «ni en sueños me acostumbro a madrugar»
Les sonará su voz, sin duda. Tuvo que cambiar las noches de «La brújula» por la más temprana mañana con «Más de uno». Y a pesar de llevar un año largo, asegura, «ni en sueños me acostumbro a madrugar»
Carlos Alsina (Madrid, 1969) lidera la franja política e informativa de «Más de uno», el programa de Onda Cero que dirige y presenta junto a Juan Ramón Lucas. Premio Ondas en 2015 y antiguo timonel de «La brújula», Alsina simultanea el fragor matinal de «Más de uno» con «La cultureta», un refugio de libros, cine, música y series para la noche del viernes. Antítesis del periodismo de bufanda, su trayectoria es un monumento a la independencia, la brillantez y el estilo.
–¿Quién o qué le inoculó el veneno de la radio?
–El coche. Las muchas horas que pasaba, siendo crío, yendo y viniendo –y esperando– en el coche de mi padre con mis hermanos. La radio siempre estaba puesta. Cada día escuchaba pronunciar nombres que acabaron resultándome familiares: Pepe Domingo, Iñaki, Fernando Ónega; más tarde, Miguel Ángel Nieto, Antonio Herrero, Jesús Hermida. Se convirtió en un hábito querer saber de qué hablarían hoy «estos señores».
–¿De niño soñaba con estar delante de un micrófono?
–No, que yo recuerde. De adolescente, sí. Mi más feliz descubrimiento fue saber que todas estas personas que hablaban por la radio y parecían pasárselo muy bien, además cobraban por hacerlo. ¡No era un entretenimiento, era un empleo! Guau. Qué más podía pedir. Descubrí el periodismo a través de la radio y gracias a ella me aficioné a leer los diarios.
–Después de casi año y medio de «Más de uno», usted, que hacía «La brújula», ¿logró acostumbrarse a los madrugones?
–Ni en sueños.
–¿Cómo es el día a día de un magazine informativo? ¿Tan electrizante y absorbente como uno imagina?
–Lo es. La parte absorbente es la menos visible. «Más de uno» es resultado de una maquinaria muy sólida, un equipo profesional con muchas horas de vuelo que funciona como una carrera de relevos: en cualquier minuto del día hay algún integrante del equipo trabajando. La labor de carpintería, de trastienda funciona como un reloj. A las seis de la mañana empezamos a ofrecer el resultado de ese trabajo ante el público. Ésa es la parte electrizante, la de abrir el micrófono sabiendo que, en cualquier momento, todo puede cambiar. Sabes cómo empiezas, pero nunca puedes estar seguro de qué estarás contando cuando den las diez. Un suceso, un documento, la respuesta que dé un entrevistado pueden modificar, de pronto, la perspectiva que tenías de por dónde iba a discurrir, informativamente, la jornada.
–Usted siempre ha buscado una radio informativa alejada, según definición suya, del «púlpito» y el «adoctrinamiento». Entonces, ¿es posible?
–A la vista está. Y, para gustos, los estilos. Yo creo en la radio informativa que responde a la personalidad de su autor: la información tamizada por quien la narra y la interpreta. Me resulta más estimulante el análisis –provocar la reflexión, hacer preguntas– que la prédica. No digo que al oyente no le interese lo que yo opine, digo que opinar no es lo más relevante de mi oficio, tal como yo lo entiendo. No aspiro a ser un «creador de opinión», soy alguien que intenta entender las cosas que pasan para explicárselas a quien me escucha. Y en lo que no creo, o no va conmigo, es en la radio faltona, arrogante, sectaria, pagada de sí misma y populista. Se habla poco del populismo mediático, pero se ha disparado en todos los soportes. Esa forma de hacer que sugiere que quien comulga con las opiniones del comunicador es un ser humano entrado en razón y quien no lo hace es un inmoral o un necio. Esa forma de atribuirse el «sentido común» y el «sentir de España». Huyo de quienes nos dan lecciones de ética todos los días y más aún de los salvapatrias.
–Uno tiene la sensación, escuchándoles, de que intentan mantener la calma, la elegancia, incluso en los peores temporales...
–Es posible. Pero no resulta premeditado. Los programas de radio reflejan la actitud y la forma de ser de quienes los hacemos. Hay una doctrina por ahí –sueca, creo– que sostiene que el presentador del programa debe reaccionar a las noticias como lo haría un oyente tipo. Yo opino justo lo contrario: el conductor no es un oyente, es el conductor. Debe reaccionar como lo que es: un profesional capaz de explicar las cosas ordenadamente, sin sofocarse y sin sobreactuaciones que no serían aplaudidas ni en el teatro.
–¿Por qué algunos mezclan con tanta frecuencia información y opinión?
–En la mayoría de los casos, admitámoslo, vienen mezcladas ya de serie. La información política es el ejemplo más claro. Las posiciones y afirmaciones de los partidos raramente responden a un escrupuloso compromiso con la realidad, son meras opiniones travestidas de datos. Creo que el oyente es capaz de distinguir dónde hay relato e interpretación y dónde hay pura opinión. Lo inaceptable es mezclar la información con la ficción, distorsionar la realidad, tergiversarla a tu gusto para que el sermoncito te quede redondo. Los fabuladores, a hacer radionovelas.
–Y el tópico de que la objetividad no existe, de ser cierto, ¿no imposibilitaría el ejercicio del periodismo?
–Defina «objetividad» y le damos una pensada. En mis días malos tengo la impresión de que leemos periódicos y escuchamos la radio para corroborar nuestras intuiciones, para reafirmarnos. A mí me ocurre lo contrario. Frecuento a quienes acostumbran a tener puntos de vista distintos a los míos como estímulo neuronal.
–Por cierto, ¿no nos iría mejor si siguiéramos el proverbio chino (creo que era chino)? Ya sabe, puesto que tenemos dos orejas y una boca, escucha el doble de lo que hablas.
–Me parece un buen consejo. Sobre todo si eres el entrevistador.
–Las declaraciones de los políticos, todo el día retroalimentándose, ¿no le agotan un poco?
–Lo insólito es que no les agote a ellos mismos. El debate público en España lo tenemos monopolizado (o casi) los dirigentes políticos y los periodistas. Por «debate político» parece que entendemos un par de frases sueltas de los «líderes» en entrevistas matinales, cuarto y mitad de rueda de prensa al mediodía y un intercambio de tuits a la hora de la merienda. Hay 350 diputados en el Congreso, le reto a que me diga el nombre de ¿el diez por ciento? Hay politólogos haciendo de comentaristas diarios, algún sociólogo y varios economistas. El resto de profesiones se prodiga poco en el debate público. En parte porque los medios se lo requerimos poco y en parte porque son reacios.
–¿Todavía es posible aquello del «Buenas noches y buenas suerte» de Edward R. Murrow, cuando el veterano locutor estadounidense desarboló al senador McCarthy?
–Es posible el periodismo honrado, documentado y crítico. Desde luego. Aunque de Murrow yo me quedo con sus transmisiones desde Europa. «This is London calling».
–Aunque otras formas de periodismo sufren por la aparición de internet, la salud de la radio parece robusta. ¿Será que ofrece algo emocional? ¿Compañía, tal vez? ¿Empatía? ¿Un «sparring» al que maldecir? ¿Consuelo?
–Hábito. Intuyo que la mayoría de los oyentes lo siguen siendo porque abrazaron la costumbre en sus años de juventud. Y por ahí, quizá, pueden venir nuestros problemas. En el relevo de las audiencias. Hoy la salud parece robusta, cierto, pero en época de cambios de costumbres «mediáticas» tan notables como los que estamos viviendo, sería raro que la radio quedara exenta. Dudo que estemos inmunizados. Y si eso nos espolea, lo celebro.
–Hábleme de esa doble vida como «prescriptor» cultural (perdón por el palabro).
–Jaja, imagino que se refiere usted al programa semiclandestino de los viernes, ¿no?. «La cultureta» es una reunión de amigos que hablan (y hablan y hablan) de cine, series, libros, historia, documentales, música y otras hierbas. Tiene un público inexplicablemente fiel y actúa como descompresor de la semana. Es el programa que nos gustaría hacer de lunes a viernes a las nueve de la mañana, pero entendemos que ya es milagroso que nos permitan emitirlo una vez cada siete días teniendo en cuenta las trazas de podcast que ha ido adquiriendo.
–Eso sí, tengo que decirle que escuché a algunos de sus cómplices en «La cultureta» haciéndole un panegírico a Bud Spencer. Que, bien, vale, de niños vimos sus películas, pero...
–Sabía que el programa sobre Bud Spencer nos debilitaría, pero los culturetas a menudo se encaprichan, ¿sabe usted? En rigor, la filosofía del programa es un poco ésa: tipos que aparentan consumir sólo productos «delicatessen», pero que se chupan los dedos con el pollo frito. De ahí que el segundo apellido de «La cultureta» sea, desde su nacimiento, «autoparódico».
–¿Cuáles son las películas o los libros a los que usted regresa?
–Soy poco de regresar. Releo a Shirer, a Chaves, a Oliver Sacks. Aunque este mes estoy disfrutando con Aramburu y Roncangliolo. Vuelvo a las películas de Nolan para preguntarme, en cada nueva ocasión, si realmente las entendí del todo.
–¿Y el lugar, si existe, donde le gusta perderse?
–Saldría perdiendo si se lo digo.
¿Mar o montaña?
Una cosa está clara, que Carlos Alsina aprovecha las vacaciones para despertarse, si no tarde, sí a una hora «normal». Y si lo hace rodeado de montañas, mucho mejor.
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