Estados Unidos
Souvenirs de la mente
Si olvidamos los álbumes de fotos, las camisetas de «I Love...» y el lugar que hayas visitado, los ceniceros, las figurillas típicas y cualquier otro objeto físico que nos transporte a las vacaciones pasadas, lo único que nos queda es la memoria, la de lo ocurrido y la de las emociones provocadas por lo vivido. Si a eso le agregamos las horas de vuelo para llegar a destinos evocadores, la incomodidad del viaje, las posibles enfermedades o molestias y todo lo que hace de un destino una duda, no es extraño que en 2020 hubieran comenzado a surgir en nuestro país las primeras agencias de viaje emocionales, empresas especializadas en implantes que instalan un microchip en el cerebro para crear memorias de vacaciones paradisíacas.
Todo comenzó once años atrás, cuando Christof Koch, director científico del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, anticipaba que «los implantes cerebrales de hoy se encuentran en el mismo punto que la cirugía ocular láser dos décadas atrás».
Michele Tagliati, del Hospital Cedar-Sinai, plantó una de las primeras semillas utilizando electrodos para borrar memorias traumáticas o curar desórdenes mentales en pacientes. Muchos expertos comenzaron a investigar entonces si era posible no sólo borrar memorias, sino implantar también nuevos recuerdos. Uno de los que logró responder afirmativamente esta incógnita fue Ted Berger, de la Universidad del Sur de California. Por medio de electrodos, Berger consiguió estimular el hipocampo (donde se alojan las memorias) para crear evocaciones falsas. Básicamente el mecanismo era el mismo que el de los implantes cocleares, neuroprótesis que capturan el sonido con un micrófono y estimulan el nervio auditivo permitiendo que el cerebro interprete los sonidos.
Una vez que se consiguió modelar en un ordenador un cerebro humano, a partir del Blue Brain Project europeo y de la iniciativa Brain, de Estados Unidos, las neuroprótesis facilitaron la estimulación de las áreas implicadas en el resto de los sentidos. Nuestro conocimiento se amplió cuando desde el Instituto Kavli desentrañaron el proceso que hace que el olfato desencadene recuerdos.
Así comenzaron a surgir lo que Alik Widge, del Hospital General de Massachusets denominó «interfaces afectivas cerebro-ordenador», dispositivos que alteran nuestras emociones y se graban en la memoria.
Ése fue el momento en el que los viajes a la carta se convirtieron en una realidad. Se implanta un microchip en el que se estimulan los sentidos y las emociones, convirtiendo la memoria en experiencia: un atardecer en un restaurante a la orilla del mar, la escalada a un volcán activo o un viaje a otro planeta, con el miedo, la incertidumbre y la sorpresa propias de esos destinos.
Claro que parte de un viaje es poder compartirlo. Eso también es posible gracias al ingenio desarrollado por la doctora Marianna Obrist de la Universidad de Sussex, Inglaterra. Esta experta en neuroestimulación y tecnología fue quien creó la hoy habitual caja Ultrahaptics, un cubo que transmite emociones por medio de corrientes de aire proyectadas hacia diferentes zonas de la palma de la mano: felicidad, tristeza, alegría o miedo pueden compartirse por este medio. Hoy, se puede sentir lo mismo que experimentaron familiares o amigos que regresan de sus vacaciones. Y pensar que veinte años atrás nos sometían a tardes de álbumes de fotos y, con suerte, una caja de bombones compradas en el aeropuerto.
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