Exploración científica
¿Duermen los árboles?
Los abedules reducen la altura de sus ramas tras la puesta de sol unas pocas horas
Los abedules reducen la altura de sus ramas tras la puesta de sol unas pocas horas
La vida de una planta puede parecer cómoda. Siempre aferrada a su pedacito de planeta Tierra, sin necesidad de desplazarse. Nada de atascos, broncas en la oficina, tareas domésticas... Basta con que haya un poco de agua, sol y minerales para crecer frondosa y sana.
Pero un día entero de fotosíntesis, sobre todo en las largas jornadas del verano, deja exhausto a cualquiera. Tras la labor, habrá que descansar algo. ¿Será verdad que los árboles se echan a dormir por la noche?
En realidad, depende de qué consideremos «dormir». Pero todo parece indicar que efectivamente la mayoría de los miembros del reino vegetal relajan su actividad tras el ocaso. Algo así como una pequeña siesta verde.
Lo curioso que es que sólo existe un estudio científico serio que haya profundizado en las raíces (nunca mejor dicho) de este fenómeno. Es como si a la ciencia el sueño de las plantas le haya importado un comino.
Los sujetos de la investigación fueron dos tipos de abedul que habitan en Austria y Finlandia del género Betula pendula. Un grupo de científicos analizó el comportamiento de las ramas de este árbol desde el ocaso al alba durante muchas noches de septiembre (época de menores vientos en las zonas analizadas y cerca del equinoccio en el que los días y las noches tienen la misma longitud). Para poder ver bien las ramas durante la noche, los expertos usaron cámaras infrarrojas. Al analizar los datos, se llevaron una grata sorpresa. Los abedules reducen la altura de sus ramas unas pocas horas después de la puesta de sol. Su tronco se comba y las ramas y hojas caen ligeramente hacia el suelo. Lo hacen poco, sólo unos 10 centímetros, una minucia comparada con la altura media del abedul, que puede llegar a los 5 metros. Pero es evidente que cada noche estas joyas vegetales curvan su cabeza para descansar. Echan una cabezadita. La ciencia no sabe aún por qué lo hacen. Sin duda tendrá que ver con el sutil juego de balanzas entre la disponibilidad de agua y la presencia de sol que marca el devenir de una planta. Pero el sueño de los árboles parece cerrar una vieja polémica. El naturalista Carl von Linneo observó en el siglo XVIII que las flores seguían abriéndose incluso encerradas en un cuarto oscuro. Las flores no dormían, pensó. Pero poco después, el mismísimo Darwin le contradijo advirtiendo patrones de conducta nocturna en algunas hojas y tallos a los que llamó «sueño». Ganó Darwin.
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