Investigación científica
Por qué se nos pone la piel de gallina
Lo reconozco, pensar que ésta es la última entrega de esta sección veraniega y que he de despedirme de ustedes después de todo un verano de visitas diarias me emociona. Me ha puesto la piel de gallina, la verdad...
Lo reconozco, pensar que ésta es la última entrega de esta sección veraniega y que he de despedirme de ustedes después de todo un verano de visitas diarias me emociona. Me ha puesto la piel de gallina, la verdad...
Pero, ¿por qué me pasa eso? ¿No es éste un efecto más propio de la temperatura que de la emoción?
La piel humana es un aislante magnífico. Una de sus funciones es evitar que se escape el calor interno producido por el propio funcionamiento de los órganos y por el metabolismo. En este sentido actúa como una manta. Seguro que todos hemos experimentado alguna vez que la manta en invierno está caliente por dentro y fría por fuera. Por dentro se calienta al conservar el calor de nuestro cuerpo. La parte exterior de la piel humana suele estar al menos dos grados más fría que la interior.
Pero la piel es algo más que un aislante. También es un termostato. Apenas un milímetro por debajo de ella habitan unas células llamadas termorreceptores. Son células especializadas en detectar la temperatura y obrar en consecuencia. Si el interior de la piel empieza a enfriarse o a calentarse más de lo normal envían señales al cerebro para que responda de algún modo. Si la temperatura baja hay que generar energía y calor. Si la temperatura sube, es necesario expulsar energía y calor.
Una forma de producir calor es activar la circulación sanguínea, sobre todo en los lugares más sensibles, los órganos vitales. Para ello, muchos animales, incluyendo al humano, poseemos un mecanismo llamado intercambiador por contracorriente que permite conservar calor. Se trata de un sistema venoso que corre en sentido contrario al de la sangre de los brazos y las piernas. En lugar de bombear sangre del interior del cuerpo (corazón) al exterior, este sistema lleva sangre de la periferia al núcleo. De ese modo transporta el calor hacia donde más falta hace: alrededor de los órganos vitales. El cerebro usa otro truco para darse calor: contrae los músculos erectores de la base de los folículos pilosos y con ello bombea sangre al interior del cuerpo. Además, este mecanismo hace que se levante el vello. En los animales peludos esto es muy importante, ya que genera una capa de aire más amplia en contacto con la piel y se evita la pérdida de calor. En los humanos, que tenemos menos pelo, el único efecto de este instinto es que se nos pone la «piel de gallina». Pero ¿por qué ocurre esto también cuando nos emocionamos? Este reflejo está regulado por la adrenalina. Ésa es la hormona que elige el cerebro para transmitir sus órdenes a los folículos pilosos. Y la adrenalina también se activa cuando estamos excitados, emocionados o asustados. Todas estas emociones pueden producir el mismo efecto de escalofrío en nuestra piel.
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