Investigación científica
¿Tomar el sol engorda?
En un día soleado la ciudad de Chicago pesa 140 kilos más, según un estudio
Sé que así, en pleno verano, esto no se hace. Que ahora que probablemente se encuentre usted tumbado al sol, pensando en tumbarse o recordando cuando ha estado tumbado estos días no quiere que le diga esto. Pero sí: la luz engorda. Y no me refiero al recibo de la luz, que todos sabemos que tiene últimamente un serio problema de obesidad. Los rayos que recibimos del Sol son energía intangible, pero están compuestos de fotones que tienen masa y «empujan» levemente aquello sobre los que se posan. En la superficie de la Tierra, cada parche de seis centímetros cuadrados recibe un empuje de los rayos de sol equivalente a media milmillonésima de kilo. Aplicado a los más o menos dos metros cuadrados de piel de nuestro organismo, el dato significa que un día soleado podemos pesar 0,000003 kilos más que uno nublado por culpa del «peso» de la luz.
Si se quiere adelgazar, hay que salir de casa únicamente por las noches porque la luz que entonces se recibe, rebotada por la Luna, pesará menos. La báscula de nuestro cuarto de baño no va a notar la diferencia, pero, a gran escala, el fenómeno puede llegar a notarse. Algunos expertos han calculado el peso de toda la luz que cae en verano sobre una ciudad como Chicago. En un día soleado la urbe pesa 140 kilos más. Eso quiere decir que la ciudad es más ciudad de día que de noche.
El dato puede resultar irrelevante. A no ser que usted sea ingeniero o ingeniera aeroespacial y tenga el encargo de enviar una nave a otro planeta. La luz del Sol pesa tanto que puede arruinar una misión espacial. Para enviar una sonda a Marte, por ejemplo, los ingenieros tienen que calcular la desviación producida por el impacto de los rayos solares sobre ella. Cuado la luz rebota en el fuselaje la nave puede llegar a variar el rumbo en 1.000 kilómetros: suficiente para no acertar en su objetivo.
La idea de que la luz «pesa» ya la advirtió el astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler en el siglo XVII. Percibió que las colas de los cometas siempre apuntan en dirección contraria a donde está el Sol y pensó que aquello se debía a la presión de los rayos solares. Tenía razón.
De manera que si estamos de pie en la playa recibiendo gustosamente un baño de sol, nuestro cuerpo pesará un poco más; el suelo que nos rodea, también. Pero el área que cubre nuestra sombra y que no recibe la presión de los rayos pesa algo menos que el resto. Nuestra sombra es liviana como un fantasma.
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