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Tatuajes en Do mayor
En el lado oscuro del virtuosismo se esconden las cicatrices del compromiso, el esfuerzo, el sacrificio y la pasión por una profesión tan gratificante como esclava. Porque ser músico profesional es, literalmente, un deporte de élite
En el lado oscuro del virtuosismo se esconden las cicatrices del compromiso, el esfuerzo, el sacrificio y la pasión por una profesión tan gratificante como esclava. Porque ser músico profesional es, literalmente, un deporte de élite.
La dedicación por entero a la música clásica requiere del mismo entrenamiento diario, intenso y constante que el de cualquier atleta profesional. Su estudio es estricto y regular, y sus días libres se reducen a la mínima expresión con el objetivo de no perder ni una sola de las percepciones que han ganado en los últimos días porque, para ellos, la continuidad es una de las bases más importantes de su trabajo. En esta profesión avanzar significa no retroceder. Estos profesionales hacen uso de su memoria sensorial siendo conscientes de cómo se sienten, sabiendo qué están haciendo y por qué está funcionando todo cada vez que hacen sonar su instrumento. Ir mejorando, en su jerga, es ir poco a poco tocando una obra y avanzando en velocidad, sabiendo qué es lo que quieres transmitir, mostrando hacia dónde quieres que vaya la melodía y tratando de llegar a ella. El sobresfuerzo, el estrés y una media de horas de estudio muy alta hacen que estos profesionales sufran lesiones, dolores y distonías a lo largo de su carrera. Un 75% de estos ha presentado algún problema médico de este tipo corriendo el riesgo de que, si no se coge a tiempo, se cronifique llegando hasta a incapacitarles. Por eso, al igual que en el terreno de juego o en la pista, aquí también se calientan los músculos de manera previa y se estira tras cada estudio, con la única meta de prevenir las lesiones que las posturas forzadas y la repetición de movimientos puedan provocarles. Así han nacido Unidades de Medicina de la Música y las Artes Escénicas especializadas para atenderles exclusivamente a ellos como la del Hospital de Manises o la Unidad de Medicina del Arte del Hospital Quirón, ambos en la Comunidad Valenciana. Pero éstas son tan solo algunas de las consecuencias que sufren los músicos y que, cualquiera de nosotros ha podido experimentar en algún momento de estrés, esfuerzo o presión. Pero, ¿qué hay de las cicatrices que les dejan sus instrumentos?
Las huellas de la música clásica
Lara Fernández y Fernando Arias, viola y chelo respectivamente y protagonistas de estas páginas, llevan dedicándose a la música desde que tenían siete años. Ambos explican que la práctica diaria durante seis horas y media con el instrumento les ha llevado, con el paso de los años y el aumento del estudio, a tener sobre su piel las cicatrices de la música. Aunque por regla general todos los músicos tienen marcas –visibles o no– de su instrumento, ellos aclaran que también depende de la piel y de si utilizas métodos o no para evitarlas. Fernando forma parte del Trío VibrArt, es Catedrático de Violonchelo del Conservatorio Superior de Música de Aragón y profesor de violonchelo de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Su chelo le ha dejado marcado el esternón y unas yemas de los dedos plagadas de callosidades. A Lara, viola del Cosmoquartet, el apoyo de su instrumento sobre el hombro le ha dejado dos durezas, una en la clavícula y otra en el cuello. Ella explica que estos callos dependen mucho del tipo de piel, de la sensibilidad que tengas, de las horas de estudio, de cómo repartas el peso y hasta de la localización y el material con el que esté hecha la barbada –el aparato donde se apoya la barbilla sobre la viola–. «El callo del cuello es más habitual pero el de la clavícula es porque toco sin almohadilla, podría evitarlo pero me gusta sentir el contacto de la madera contra el cuello». Además, el uso de este tipo de almohadillas tapa la vibración del instrumento haciendo que suene menos y hasta que pueda cambiar la calidad del sonido: «Puede que desde fuera no sea notable pero nosotros sí lo percibimos. La almohadilla es cuestión de libertad, te hace estar mucho más encorsetado en una posición más fija. Sin ella tienes mucha más libertad de movimientos y esto también influye en que aparezcan estas cicatrices». Pero no solo los instrumentos de cuerda dejan marca sobre la piel, en mayor o en menor medida todos los músicos tienen cicatrices físicas, lo que cambia es la zona del cuerpo donde se quedan plasmadas. Adrián Monforte empezó a tocar el clarinete con 9 años. A día de hoy, después de estudiar en Holanda, Alemania y Suiza, es solista y colaborador de varias orquestas. Y es que los clarinetes no se libran de estas cicatrices: «Tenemos una hendidura dentro de la boca porque forramos los dientes de abajo con el labio inferior y apoyamos el clarinete encima. Tocar –o estudiar como lo llaman entre ellos– es como un puzzle que tienes que montar todos los días, si lo dejas un tiempo se pierde. Por eso es una profesión tan dura, cada vez que dejas de estudiar necesitas un periodo de adaptación que implica volver a empezar de nuevo otra vez, paso a paso, hasta poder volver a hacerlo con normalidad y recuperar el ritmo», explica Monforte. Para Andrea Fernández comenzar a tocar el chelo a los seis años fue algo muy natural ya que sus dos hermanas, Lara (en la foto) y María (profesora de piano), han tocado siempre un instrumento. Tiene 25 años, ha estudiado en Madrid, Dusseldorf y desde el pasado abril es academista de violonchelo de la Orquesta de la Ópera de Frankfurt. «Los callos de mis dedos son símbolo de esfuerzo, cuantos más tengas, mejor, porque así no duele al tocar. No podemos evitarlos porque si no a la hora de estudiar nos dolería». Esta frase la corrobora Manuel Ascanio, viola de la Orquesta Sinfónica de Madrid: «Son una protección propia contra el roce constante de un cuerpo extraño. Cuando dejo de tocar me duelen mucho los dedos hasta que me vuelven a salir». Otro de los problemas que tienen los músicos, y que practicamente se considera tabú, son las distonías. «Lo preocupante de estas lesiones es que su origen es probablemente psicológico. Hay un momento en el que tu cabeza entra en colapso y deja de dar una determinada orden a tus dedos perdiendo el control sobre ellos. Ya no eres dueño de tus decisiones», explica Fernando. «Se considera un tema tabú porque parece que es perder la batalla o la fortaleza que nosotros necesitamos para seguir hacia delante».
Esternón
«El callo del pecho de los chelistas depende del tipo de piel que se tenga y del tipo de apoyo. Hay personas que ejercen más presión sobre el suelo y otros lo hacen sobre el pecho».
Yemas de los dedos
«Lo preocupante de las personas que sufren distonías es su origen. Hay un momento en el que tu cabeza entra en colapso y deja de dar una determinada orden a tus dedos perdiendo el control sobre ellos».
Cuello
«Depende mucho del tipo de piel, de la sensibilidad, de las horas de estudio, de cómo repartas el peso de la viola sobre el cuerpo y hasta de la localización y el material con el que está hecha la barbada».
Clavícula
«El callo del cuello es más habitual, pero el de la clavícula me sale porque toco sin almohadilla. Es una marca que podría evitar pero me gusta sentir el contacto de la madera contra el cuello»
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