Sociedad
Rosario Bermudo, hermana de los Medina Sidonia: «El ADN confirma que mi madre siempre dijo la verdad»
Horas después de que la prueba de paternidad le diera la razón, responde en LA RAZÓN sobre todas las acusaciones que durante cinco años le han hecho sus hermanos.
La reacción de los hijos de Leoncio González de Gregorio no se ha hecho esperar, tras conocerse que las pruebas de ADN confirman en un 99,99 por ciento que Rosario Bermudo es hija del aristócrata. La protagonista, de 66 años, por fin puede decir que su madre, Rosario Muñoz Centeno, que trabajó como criada en casa de los padres de Leoncio hasta que quedó embarazada, no mentía. «El ADN confirma que mi madre no me engañó nunca», afirma muy contenta.
–¿Qué opinión le merecen las declaraciones de Pilar de Gregorio, en las que afirma que no le perdonará nunca haber tenido que exhumar el cadáver de su padre y le acusa de querer también la herencia de su madre, «la duquesa roja»?
–Es mentira. Los hijos de Leoncio, mis hermanos, están haciendo afirmaciones que no son en absoluto ciertas. Nunca he pensado reclamar la herencia de la duquesa de Medina Sidonia. Mi única intención ha sido siempre sacar a la luz la verdad de mi madre, su historia de amor con Leoncio. Intenté hasta el último momento evitar que se exhumara el cadáver de mi padre, pero fueron ellos quienes no quisieron someterse a las prueba de ADN. Los trámites fueron los habituales, después de esperar un año hay que exhumar el cadáver para tomar muestras.
–¿Cómo recibió la noticia del resultado de las pruebas de filiación?
–No lo podía creer. Siento una gran alegría, pero más aún una enorme sensanción de tranquilidad después de tanto tiempo de angustia. Sobre todo porque al final se tuvo que exhumar el cadáver de mi padre para demostrar la verdad y yo hubiera preferido que no se llegara a eso. Cuando me llamó mi abogado para darme los resultados de la prueba de ADN me quedé helada. Yo sabía que mi madre no me engañó nunca. Y estaba convencida de que la prueba nos daría la razón, pero me quedé tan sorprendida que mi hija, Nuria, pensó que me estaban dando malas noticias y era todo lo contrario.
–A la espera del dictamen del juez, en el juicio que se celebrará en Madrid el 20 de septiembre, ¿ha pensado en cambiar su apellido?
–Por supuesto. Me cambiaré el apellido con mucho gusto y lo llevaré con orgullo en cuanto el juez dé por cerrado el caso. Se ha demostrado que soy tan hija de Leoncio como lo son sus otros cuatro vástagos. De hecho, puedo decir que soy la primogénita porque mis padres me concibieron y yo nací cuando ellos estaban aún solteros.
–Según su abogado, queda ahora por determinar qué parte de la herencia del aristócrata le pertenece, que en principio es la quinta parte del tercio de mejora. ¿Ya ha pensado que hará con ese dinero?
–Nunca he querido ese dinero para mí. Llevo toda la vida trabajando, pero quiero mejorar la de mis tres hijos, que son los que más han sufrido durante todo este proceso, que ha durado casi cinco años. Con la herencia podré ayudarles a pagar la hipoteca.
–¿Quién le contó la historia de amor entre su madre y Leoncio González de Gregorio?
–La conozco desde pequeña. Mi abuela, con la que pasé toda la infancia, me la contó primero y luego mi madre, cuando tenía casi 10 años. Todo el mundo en Écija lo sabía. A mis abuelos los he querido como si fueran mis padres. Mi madre me dejó a su cuidado al poco de nacer porque ella tenía que trabajar y no me podía mantener. Me visitaba muy poco. Cuando supo que Leoncio se había comprometido y que nunca volvería a estar con ella decidió casarse y vino a buscarme al pueblo. A pesar de ser mi madre, me costó mucho dejar a mis abuelos. No la quería ni a ella ni a mi padrastro, aunque con el tiempo las cosas cambiaron. Él me dio sus apellidos y, por respeto a él, no quise reclamar los de mi padre biológico hasta que falleció.
–¿Es cierto que en Écija le llamaban «la condesita»?
–Sí, desde pequeña me han llamado así. En la familia nunca hemos escondido la historia que contó mi madre sobre quién era mi padre. Ella me decía que me parecía mucho a mi abuela, pero sobre todo a mi padre. «No puedes remediar ser de la familia de tu padre», repetía siempre. Ella nunca le olvidó. Se resignó a no estar con él y cuando la despidieron de la casa no volvieron a tener más contacto. Alguna vez, pasado el tiempo, le vio pasear por la Castellana con Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la duquesa. Se miraban, pero nunca volvieron a hablar.
–¿Por qué no reclamó en vida su apellido? ¿Por qué esperar a que su padrastro muriera?
–Lo intentamos cuando era pequeña. Un día mi madre me llevó a casa de mi abuela, la madre de Leoncio, pero nos echó escaleras abajo. Casi nos mata. Leoncio le aseguró a mi madre, a través de su abogado, que cuando se jubilara le recompensaría por todo lo que había sufrido. Pero nunca lo hizo. Fueron mis hijos, sobre todo Alberto, el que me dijo que había un abogado que ayudaba a las familias a encontrar sus raíces y contactó con él. Yo realmente no necesitaba demostrarlo. Sabía que era hija de Leoncio González de Gregorio desde pequeña.
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