Moda
Un grito de alegría por la moda española
La segunda jornada de la semana de la moda de Madrid englobó la posmodernidad de Ana Locking, las reminiscencias del pasado egipcio de Roberto Verino, el luminoso color de Ágatha Ruiz de la Prada y una cena de lujo con duyos
La segunda jornada de la semana de la moda de Madrid englobó la posmodernidad de Ana Locking, las reminiscencias del pasado egipcio de Roberto Verino, el luminoso color de Ágatha Ruiz de la Prada y una cena de lujo con duyos.
El público de Oteyza posiblemente sea el más elegante de la Fashion Week Madrid. Antes de las 10:00 muchos de los asistentes conversaban en las puertas del Teatro Español; las capas, sombreros y abrigos de la firma eran la norma. Una vez más, Paul Oteyza y Caterina Pañeda apostaron por ofrecer un espectáculo en lugar de un desfile al uso. En esta ocasión, al tiempo que los modelos subían al escenario y caminaban entre las butacas, el artista Fernando Mastretta, también sobre la tarima, realizaba una obra gráfica que se proyectaba en gran formato y bebía de los tonos de la colección: gris plomo, azul marino, amarillo ocre y camel. Además de las piezas que ya son insignia de la casa, como sus abrigos abotonados, aparecen en esta colección diseños que reinterpretan la tradición –es el caso de los pantalones escalonados y su versión del sombrero cordobés– y otros que rompen las líneas limpias típicas de la casa para introducir suntuosos pliegues.
De regreso en Ifema, el desfile de Ana Locking es un golpe de posmodernidad. Las modelos se suben a la pasarela con cascos y máscaras que las unifican, privándolas de su identidad. Sobre ello ha querido reflexionar la diseñadora, cuya propuesta bebe de la historia de Kaspar Hauser, un adolescente de mediados del siglo XIX que pasó gran parte de su vida en cautiverio. Los tonos metalizados, el encaje y el terciopelo en azul marino fueron la constante en vestidos y monos repletos de volantes. Una colección romántica y urbana a la vez, esto último subrayado por los jerseys «oversize» combinados con faldas asimétricas. De lo mejor: el estampado a cuadros en naranja y azul que demostraba la androginia del concepto de Locking válido para pantalones y cazadoras tipo «biker» o americanas perfectas para ella o para él. El broche lo pusieron dos vestidos bordados en pedrería dorada con lazos de terciopelo a la cintura y escote en la espalda. Por su parte, Hannibal Laguna fue coherente con las siluetas femeninas y favorecedoras por las que se le conoce. En esta ocasión combinó tops de estampado floral, unicolores o de «animal print» con voluminosas faldas ceñidas en la cintura que recordaban, por qué no decirlo, a las del último desfile que Carolina Herrera presentó como directora creativa de su marca. No faltaron la pedrería y las transparencias, típicas de la casa. De hecho, lo mejor fueron una serie de tops transparentes con bordados negros en patrones geométrico y flores en morado, rojo y rosa, además de detalles en plumas negras que Laguna combinó de manera acertada con pantalones amarillo limón. Al describirlo así parece algo exagerado, pero el resultado en pasarela fue sutil y elegante. «Hace casi 4.000 años existía ya la capacidad para sorprender, emocionar y seducir», se maravilla Roberto Verino. Se refiere a la cultura egipcia, en específico a una tumba descubierta casi intacta recientemente en Luxor, cuyo hallazgo fue la inspiración detrás de su nueva colección. Los frescos de ocas que se encontraron en ese lugar y los motivos geométricos se trasladan a ligeros vestidos y camisas de gasa que se sobreponen para contrastar ambos estampados. El lino en blanco y en tonos arena tiene gran presencia en la propuesta de Verino, una decisión del diseñador para honrar uno de los tejidos más representativos del país en que se inspira. Además, los bolsos, cinturones, vestidos, saharianas y pantalones cortos en napa toman protagonismo en la pasarela. El denim y el encaje se combinan en vestidos y en conjuntos de falda y top, y el «look» explorador –saharianas, gabardinas y pantalones cargo– contrasta con la ligereza y feminidad clásica de los pantalones y camisas en jacquard de seda.
Después de la brisa de verano que fue el «show» de Verino llegó «el grito de alegría» de Agatha Ruiz de la Prada, como ella misma describió su desfile. La diseñadora dedicó un minuto de silencio a su amigo Elio Berhanyer antes de que las modelos, enfundadas en faldas globo y tops en forma de caramelo, tomaran la pasarela. Minutos antes de que comenzara su «show», Agatha observaba su colección otoño verano al completo: «¿A quién se te parece?», pregunta. «A Cósima. Cuando la vi finalizada me di cuenta de que su espíritu estaba presente en cada prenda», explica. En efecto, la influencia de su hija se nota cada vez más. «La mujer Agatha se expande ahora hasta convertirse en dos mujeres», afirma Cósima al respecto. Sus propuestas son más urbanas, contemporáneas y prácticas, mientras que las de su madre beben de los símbolos –corazones, nubes, flores- que siempre la han representado. La lucha entre ambas identidades deja un magnífico sabor de boca. Y por si no fuera evidente el peso de la hija en la colección, ambas salieron juntas a recibir los aplausos del público.
El plato fuerte del día fue Duyos, que engalanó la pasarela como si de una lujosa cena se tratara. El negro, el azul noche y los distintos tonos de lila, así como los detalles en plumas, tanto en vestidos como en los fabulosos sombreros, fueron el hilo conductor.
Flecos y terciopelo
Lo mismo podría decirse de los flecos, detalles que otorgan movimiento a camisas largas de seda y protagonistas en faldas tubo, capas y vestidos dignos de la alfombra roja. El terciopelo, liso o estampado, en vestidos amplios y guantes, exageraba aún más la sensación de lujo decadente, como de la corte de María Antonieta. El diseñador quiso rendir homenaje a los paradores de España y las señas de identidad de cada región del país, desde los patios de Andalucía hasta los campos de cerezos de Extremadura. Un cierre de jornada que nos deja deseando más moda española.
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