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Llega «Pepe Luis Vázquez, torero de culto», a la Monumental de Las Ventas

Antonio Lorca y Carlos Crivell presentan su libro, mañana martes, en la Sala Antonio Bienvenida de Las Ventas

Pepe Luis Vázquez posa en el patio de cuadrillas de la plaza de toros de Las Ventas
Pepe Luis Vázquez posa en el patio de cuadrillas de la plaza de toros de Las Ventaslarazon

Antonio Lorca y Carlos Crivell presentan el libro mañana, martes en la Sala Antonino Bienvenida de Las Ventas

Fue un 19 de mayo de 2013, en plena feria madrileña de San Isidro, cuando desde Sevilla llegó la noticia. De la capital hispalense al mundo entero. Fallecía Pepe Luis Vázquez a los 91 años de edad. Torero y ganadero, el primero de una corta saga de matadores. El mundo del toro le rindió el último adiós con honores. Y el Salón Apeadero del Ayuntamiento de Sevilla se quedó pequeño para despedir al Sócrates de San Bernardo, como así se le conocía. Pero su leyenda, la de un mito que en el siglo pasado revolucionó la tauromaquia por su personalidad, volverá a revivir este martes 23 de mayo en la Monumental plaza de Las Ventas. Concretamente a las 12.30 horas en la Sala Antonio Bienvenida, donde se presentará el libro «Pepe Luis Vázquez, toreo de culto», por los autores Antonio Lorca y Carlos Crivell.

Este ejemplar narra la historia tanto del Pepe Luis torero como la vertiente humana que encubría bajo el vestido de luces. Vázquez nació en el distrito sevillano de San Bernardo, el famoso «barrio de los toreros», a las orillas del Guadalquivir y en las proximidades a la Real Maestranza de Caballerías, su plaza. Y en su Sevilla, en junio del 38, debutó como novillero con picadores compartiendo cartel con Manuel Rodríguez «Manolete», el gran ídolo de la posguerra. La rivalidad con él le llevó a compartir numerosos paseíllos a partir del momento en el que el de San Bernardo tomó la alternativa también en su Sevilla natal. Ambos forjaron temporadas jalonadas de grandes éxitos, 45 paseíllos trenzaron juntos en la temporada del 42. En aquella ocasión, la tarde de la alternativa, Pepe Bienvenida ejerció sus labores de padrino y «Gitanillo de Triana» las de testigo. Atrás quedaban ya los años de su juventud. Los de la inocencia. Aquellos en los que con tan sólo 13 primaveras forjó los pilares de su concepto entre los muros del matadero municipal donde trabajaba su padre. Fue su escuela taurina.

Destacó por su naturalidad e inteligencia en el ruedo, por la hondura del trazo de sus muletazos, la variedad con el capote y la muleta, pero sobre todo, Pepe Luis Vázquez resaltó por encima de todo por su capacidad lidiadora que no dejaba indiferente a nadie, conocedor absoluto del comportamiento del toro y de la técnica. La espada fue constantemente su talón de Aquiles. La culpable de emborronar las grandes faenas. Fue considerado uno de los 10 toreros más importantes del siglo XX, según los cronistas y aficionados del momento.

Pepe Luis Vázquez, torero de Sevilla. Ésta se rendía ante él cada vez que hacía el paseíllo en su Maestranza. Pero también lo fue de otras capitales. Madrid y Barcelona se convirtieron en testigo de grandes tardes de historia. 49 paseíllos atesoró a lo largo de su trayectoria en el coso madrileño, uno menos en la desaparecida Barcelona. Pero su huella, el sello de identidad que le hizo diferente, distinto, lo marcaba cuando ejecutaba el pase del cartucho del pescao. Esa forma de citar, a pies juntos, en el centro del ruedo, y desplegando la muleta cuando el toro se encontraba a escasos palmos de él, no fue invención suya, lo rescató de El Espartero, pero aún así, la afición caía rendida ante su ejecución.

Tras liderar durante las temporadas del 41 y 42 el escalafón, éste se retiró de los ruedos en 1953, pero el veneno sano del toreo hizo que fugazmente en el 59 volviese a los ruedos para torear en torno a 20 festejos. Uno de ello para ejercer como padrino en la confirmación de Curro Romero. Este fue el año definitivo ya, en el que tras grandes triunfos en Madrid y Barcelona, se despidió definitivamente. Pasó a dedicarse a la cría de ganado bravo.

A lo largo de su trayectoria, y tras su retirada, «El Dios rubio de San Bernardo», como también se le conocía, recibió numerosos reconocimientos como la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes que el consejo de ministros del Gobierno de España le concedió en 1998, o el monumento que en 2003 le instauró el consistorio de Sevilla para rendirle homenaje en las proximidades de la Real Maestranza.