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ANÁLISIS: Tres mil muertos en el armario

La Razón
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Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística son concluyentes: 3.158 personas decidieron quitarse la vida durante el año 2010. Y estos son los últimos, es decir, que las estadísticas de 2011 y 2012 ni siquiera han sido publicadas todavía. Mientras que los datos sobre el maltrato de género salen instantáneamente, o los de los accidentes de tráfico, que también son publicados constantemente en los medios de comunicación, el INE tarda casi dos años en publicitar las víctimas de la depresión que deciden suicidarse.

Pero no sólo es el INE. En muchos medios continúan planteándose en sus consejos de redacción la posibilidad de publicar o no estos datos. Había una opinión en el mundo periodístico que decía que si se publicaban noticias sobre los suicidios éstos aumentarían por un «efecto-contagio». Esta teoría, ya descartada por las nuevas corrientes periodísticas y por los médicos especialistas, sigue muy arraigada en la sociedad. Habría que preguntarse ¿y por qué se publican datos sobre accidentes producidos por «kamikazes», o los del maltrato? ¿No producen éstos los indeseables «efectos- contagio»?

Tal vez debamos ser serios y empezar a plantearnos si no estamos cometiendo un error. No hablar de un problema no significa que no exista. Las cifras son evidentes: que las administraciones no abordan la situación aplicando planes eficaces; las familias siguen teniendo vergüenza de reconocer el problema de una depresión y, por tanto, no acuden a los especialistas; muchos medios tampoco denuncian la situación y, mientras tanto, continuamos teniendo más de tres mil muertos anuales.

Por otro lado, muchos especialistas reconocen que la depresión puede ser la gran pandemia del siglo XXI. Las sociedades desarrolladas y el Estado de Bienestar, apoyado totalmente en una sociedad competitiva y consumista, son el perfecto caldo de cultivo para que muchas personas de las próximas generaciones caigan en estados depresivos que les lleven a aumentar el número de suicidios.

No es raro encontrarse hoy en día a una familia en el comedor de su casa con este cuadro: el padre hablando por teléfono constantemente mientras come, la mujer enviando «whatsapp» y el hijo dedicado a la misma labor o con la «play» jugando mientras come.

Eso sí, el televisor estará encendido para hacer ruido, mientras cada uno va a lo suyo. Muchos jóvenes pasan casi todo el tiempo libre que tienen enganchados en sus ordenadores navegando por la red, con sus vídeojuegos o recibiendo y enviando «whatsapp».

Años más tarde muchos padres se preguntarán por qué sus hijos les parecen perfectos desconocidos. En muchos casos compramos el tiempo de nuestros hijos facilitándoles los aparatos electrónicos para que estén ausentes, no hagan ruido en casa y para que nos dejen tranquilos.

Ahora es el momento de actuar. Cada día que pasa se producen nuevas víctimas que con una atención adecuada podrían haber superado el problema.

Existen tratamientos, terapias, profesionales, soluciones, en definitiva. Pero esto lo debe conocer la sociedad. Se debe hablar en voz alta y ver las líneas de actuación. Si no hacemos nada, si miramos para otro lado, continuaremos teniendo cada año tres mil nuevos muertos en el armario.

María del Mar Castaño García-Donas

Presidenta de la Fundación Asistencia Nacional de Ayuda al Enfermo de Depresión (Anaed) (www.fundacionanaed.es)