Andalucía
Cónsul fake
En Lourdes, como en cualquier lugar con aglomeraciones frecuentes, menudean los carteristas. Unos chorizos, españoles por más señas, pescaron el otro día en el aeropuerto pirenaico la billetera del bolsillo de un primo –un primo mío, me refiero, no es que sea lelo– romano, que acudió a la oficina consular que Italia mantiene en un hotel propiedad de su jefe de legación, un pícaro que excede las competencias propias de un cónsul honorario y expide pasaportes provisionales previo cobro de un óbolo. «Úsalo sólo para coger el avión de vuelta. Cuando llegues a casa, denuncia el robo de tu documentación como si hubiese sucedido allí», le advirtió en un despacho donde, literalmente, se amontonaban los pasaportes transalpinos sustraídos en la última semana. Mi pariente, que conoce la habilidad de ciertos compatriotas suyos para vivaquear a ambos lados de la Ley, siempre rozando la raya del delito, se preguntaba si acaso el personaje no estaría conchabado con los cacos para que desvalijasen a quien oyesen hablar la lengua de Petrarca... El caso es que el tipo, a un módico precio, lo sacó del apuro de andar indocumentado por tierra extranjera, lo que no es servicio pequeño habida cuenta de que el Consulado General más próximo lo tenía en Marsella, a casi seis horas de coche. Para celebrar la feliz conclusión de la gestión, sirvió unos chupitos de «la verdadera agua de Lourdes», un mejunje que sirvió de una botella decorada con una imagen de la Inmaculada Concepción y que resultó ser un recio orujo de doble destilación y unos setenta grados de alcohol. Inquirieron los presentes que por qué no brindaban con los exquisitos caldos del sur de Francia. «¿Y cómo quiere que la gente se crea que es agua de Lourdes si saco vino tinto?», repreguntó ofendido. Hay cada personaje suelto por el mundo...
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