Crítica de libros
Reeditada la biograf...
Reeditada la biografía esencial del poeta
Reeditada la biografía esencial del poeta
La Fundación José Manuel Lara reedita la biografía «Miguel Hernández. Pasiones, cárceles y muerte de poeta», escrita hace 15 años por José Luis Ferris en el LXXV aniversario del fallecimiento del autor de «Perito en lunas». Con nuevas aportaciones de gran importancia, como la correspondencia completa que envió a su mujer, Josefina Manresa, el volumen rescata aspectos hasta ahora casi desconocidos para los lectores de una de las grandes voces de la poesía española del siglo XX.
–¿Cuántas cosas no sabíamos aún de Miguel Hernández?
–Bueno, pues depende del nivel del que hablemos, porque en general había muchas que no se conocían porque en algunos casos se sigue cayendo en los tópicos de que vivía en la pobreza, de que no tenía estudios, alejado de la generación a la que él se quería acercar, la del 27; y, sin embargo, las cosas no son realmente así. Posiblemente, el padre de Miguel Hernández tuviera más recursos económicos que los de otros, aunque es verdad que vivió en una cierta austeridad. Por otra parte, no podemos decir que era autodidacta porque, por ejemplo, tiene más estudios que Rafael Alberti. Estuvo diez años escolarizado, que no era poco entonces, y luego se preparó mucho por su cuenta con libros que le dejaban sus amigos. Ese mito hay que derribarlo ya porque nos va a servir para entender mejor a un poeta que llegó a cotas tan altas en la poesía.
–Su destino era ser poeta por encima de cualquier cosa.
–Cuando uno tiene un sueño en la vida y lucha por ello pese a todos los elementos que se ponen en tu contra. Sí que es verdad que sabes cuál es tu oficio en la vida. Luchó por él y lo consiguió a pesar de los pesares, y durante mucho tiempo, aunque mucho tiempo en su vida son escasos años, porque murió con 31. Cuando se da cuenta de que la poesía no sirve para comer, Machado tiene que dar clases para sobrevivir, lo intenta con el teatro; pero él tenía claro que había venido al mundo para ser poeta.
–Su biografía tiene casi 700 páginas. ¿Cambia mucho la personalidad de Miguel conforme pasan los capítulos?
–Evidentemente, no tiene nada que ver el poeta que desde un pueblo se intenta enterar de quiénes son los que hacen poesía en su país, porque las noticias llegan tras años, con el que muere en la cárcel. Conforme vamos avanzando en esos ciclos se monta en el tren donde va el resto de poetas y, poco a poco, se acerca a la locomotora. «Con el rayo que no cesa» ya está muy cerca de los poetas del 27 y con «El hombre acecha», ya está a su altura en plena Guerra Civil, cuando escribe el último, «Cancionero y romancero de ausencias». Me atrevo a decir que en muchos aspectos superó a algunos autores que no supieron hacer poesía comprometida cuando hubo que hacerla. Evoluciona desde un poeta que se complica la vida con grandes metáforas a un poeta que alcanza una madurez admirable cuando muere.
–¿La Generación del 27 le aceptó bien?
–Bueno, un poco de todo, aunque tuvo tres amigos importantes, esenciales, casi hermanos como los llamaba él: Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez; podríamos hablar también de Pablo Neruda, que estaba aquí como cónsul de Chile, pero está considerado como un poeta del grupo. Creo que hay quien le abrió los brazos pero también quien pensó que su poesía no era de interés, porque hubo ciertas distancias de quienes no habían leído aún el «Cancionero y romancero de ausencias», como es el caso de Cernuda y Lorca.
–Y en esto llega Maruja Mallo.
–Sí, y además tiene un papel que históricamente no se le había valorado, quizás porque ella misma no le había dado cierta importancia a esa etapa en la que estuvo laboral y sentimentalmente ligada a Miguel Hernández. Hubo un tiempo, en el año 1935, en el que Miguel lo pasó muy mal, porque hasta entonces no había tenido relaciones sexuales con mujeres, ya que todas las anteriores habían sido muy idílicas y casi pseudoreligiosas. Con Maruja ocurre y eso le afectó mucho, hasta el punto de que la mayoría de los poemas de «El rayo que no cesa» se los dedica a ella. Eso no se ha tenido muy en cuenta ya que poco que los leas te das cuenta de que no siempre es la misma mujer a la que le dedica los poemas.
–Cuénteme el episodio de la bofetada.
–Bueno, esto sucede al acabar la guerra, en los últimos meses. Miguel Hernández la había pasado en diferentes frentes aunque, de cara a su familia y para el correo, su residencia la tenía en Marqués de Duero 7, donde vivía casi toda la intelectualidad que defendía la República, toda esa gente que se quedó en Madrid escribiendo y organizando actos culturales. En los últimos días, en una de las últimas fiestas que se realizaron, se indignó porque vio que ya estaba todo perdido y que se hacían este tipo de cosas. No pudo más y gritó delante de Alberti, Antonio Aparicio y José Bergamín algo así como «aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta». Eso le sentó mal a Alberti porque su mujer, María Teresa León, fue la que lo había organizado. En aquella tensión llegó a los oídos de ella que eso había pasado y le dio una bofetada. Miguel se calló y se marchó, lo que propició un encontronazo entre las dos posturas ante la guerra. Los que dan la cara en el frente y los que lo hacen de otra manera. Esa bofetada trajo una enemistad, no oficial, y a la hora de tomar una decisión para abandonar Madrid, a Alberti le pusieron un coche oficial y a Miguel Hernández lo dejaron tirado.
–Y Alberti hoy tiene mejor prensa que Cossío.
–(Silencio) Bueno, eso es otra reparación histórica que hay que hacer, porque siempre parece que se clasifica a las personas por las simpatías políticas que tenía y no por la bonhomía. Desde luego, Cossío fue el que más ayudó a Miguel Hernández en aquellas circunstancias. Aleixandre también, en especial económicamente. Cossío hizo lo que pudo, le salvó de la pena de muerte y, después, de algunas circunstancias más. No pudo sacarlo de la cárcel porque no se prestaba a hincar la rodilla, pero sí es verdad que hizo muchísimo por él. No sé cómo están las cosas hoy, pero la imagen de Alberti empieza a llenarse de matices y perspectivas. Aunque la imagen de Cossío para mucha gente no sea positiva respecto a Hernández, para ser justos, Miguel Hernández tuvo amigos de verdad, como Cossío y Aleixandre, mientras que Alberti no se portó como tal. Una vez muerto, claro, todo el mundo hizo cosas por él y lo quería mucho.
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