Andalucía

Expirando en diferido

La Razón
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La insistencia de Juan Marín, que algo había que darle al hombre a cambio de su permanente blanqueo del régimen, ha deparado un inicio de año francamente macabro en Andalucía, donde «los que viven de manos y los ricos» (Jorge Manrique) se han afanado en no certificar la defunción del abuelo hasta callado el eco de las campanadas. La costumbre de las doce uvas, al cabo, no es más que un rito de tránsito y como no hay frontera más rotunda que la existente entre la vida y la muerte, se ha dotado al ingreso en 2018 de una dimensión mucho más prosaica que la simbólica: la fiscal. Sabemos desde el clasicismo grecolatino que el hombre (aviso al feminismo «enragé»: entiéndase «homo-hominis» y no «vir-viri») es la medida de todas las cosas, también de las consecuencias administrativas del óbito, con las que naturalmente arrostran los vivos, pues bastante tiene el fiambre con pagarle el billete a Caronte. Y el año entrante, por merced a regañadientes del gobierno regional, ha llegado con una ventaja para los deudos andaluces. Unos minutos más de aliento suponía, para la familia del moribundo el 31 de diciembre, varios miles de euros de plusvalía. Motivo más que suficiente para retrasar el tránsito a la eternidad, que como su nombre indica es lo suficientemente larga como para no molestarse con la espera. Ha venido una ola de frío en auxilio del contribuyente, o sea, para compensar con facilidades en la conservación los estragos de una gripe que viene esta temporada de una cepa ciertamente agresiva. Porque las lenguas viperinas hablan de agonizantes artificialmente conectados desde el Día de la Raza, maledicencia creíble en la tierra de los dedos índices en el congelador para poder seguir cobrando la pensión. Ahora sí se puede descansar en paz... con Hacienda.