Sevilla
Felipe González frente a la bestia
Sucedió en la Campiña sevillana durante el convulso reinado de Isabel II. El campo andaluz andaba revuelto del Bajo al Alto Guadalquivir, desde Utrera hasta Loja, y la intelectualidad republicana, ansiosa del cambio de régimen que llegó lustros después, no dudaba en pescar en cada río revuelto que brotara a la mano. En el olivar andaluz, los republicanos lo hicieron fenomenalmente y resolvieron recolectar desesperación en la seca tierra roturada de asco. Lo lograron. El 1 de julio de 1857 fue proclamada la república de El Arahal, un motín que duró, naturalmente, el ratito que tardaron en llegar las tropas desde Sevilla. Dos días. La historia de España, como la de todos los estados antiguos, está cosida a través de un hilo de sublevaciones, levantamientos y revueltas. Es lo que vino a recordar con el episodio arahalense Felipe González, que el miércoles dijo unas palabras en la Academia de la Medicina de Sevilla. Que el ex presidente está ungido con el don de la elocuencia no es cosa novedosa; sí lo es, en cambio, que su parla haya ganado en hondura. Desde Borges a Azaña, de Cervantes a Ospina, González habló de la deriva del separatismo, del 155, de la reforma constitucional, sí, pero principalmente llegó a Sevilla, a su «nación cervantina», para compartir un grito que provenía más de la incredulidad y la confusión que del horror del hecho consumado: «Nos encontramos bajo el peligro del nacionalismo». Cómodo ante las reformas por venir, consciente de la gravedad del instante, el jacobinismo de Felipe se conserva indudable, así como su irredenta defensa de los derechos de ciudadanía. Pero ojo a responder con pasiones, clamó. El nacionalismo despierta a todas las bestias. Y los hombres no somos más bestias porque no queremos ser bestias.
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