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Toros
Feria de Jerez
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Más de un millón cien mil puntos de luz iluminan la Feria del Caballo 2017. Todo parece que suena con el ritmo de una guitarra flamenca cuando uno llega a la ciudad donde los monjes cartujos le dieron belleza y movimientos al caballo español. Hoy Jerez está de Feria, y todo se hace, misteriosamente, a compás. Compás en sus barrios de Santiago y San Miguel –Calle Sol y calle Nueva; La Merced y La Plazuela–, en los «soníos negros» de Manuel Torre, y en el baile racial de Lola Flores (a quien va dedicada esta feria). Compás en el cante de Terremoto y Tío Borrico, en el vaivén de la túnica del Prendi y en la melena del Cristo de la Expiración. Tras asistir a los toros, en la centenaria Plaza donde debutó de niño Joselito El Gallo con traje verde y azabache, el visitante llega hasta el recinto ferial buscando, en cualquier esquina, esa chispa de arte que surge del soniquete flamenco y que nace del embrujo de la bulería. Con el albero en los zapatos, por el Parque de González Ontoria, de la caseta de la Peña Tío José de Paula a la de los Cernícalos, uno va recitando los versos que Pemán dedicó a esta Feria tan íntima y auténtica. Llega la noche, y antes de regresar, el viajero piensa en los años pasados, y vuelve, hechizado por la cadencia y el compás de esta Feria y de sus familias gitanas... Jerez, la cuna del arte,/Jerez, la tierra del vino,/ principio y fin de un destino,/ Jerez para enamorarte./ Jerez para emborracharte/ en mayo, por primavera/ escuchando a los Sordera,/ a los Zambo y los Moneo/ y Paula sueña el toreo/ y le canta La Paquera.
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