Sevilla
Gloria al ariete culón
Ben Yedder, en estado de gracia, desactiva las ganas de remontada de un Lazio que tuvo claras ocasiones para empatar mientras jugó contra diez tras la roja al Mudo Vázquez pero que claudicó cuando fue expulsado Marusic
Noventa meses, dieciocho eliminatorias y tres títulos después, desde que el Hannover 96 lo apease en la ronda previa de la (todavía) Copa UEFA 2011-12, el Sevilla sigue sin perder un duelo directo en la competición en la que es pentacampeón y rey absoluto. No anda bien el equipo de Machín, desde luego, pero ninguno de sus quince rivales de mañana en el bombo de octavos querrá encontrárselo, por mucho Chelsea e Inter que se llame o por muchas ganas que tenga un vecino ciertamente venido arriba, con toda la razón del mundo, por hincarle el diente en una batalla de rivalidad europea.
El Lazio, el rival más temible en la víspera del anterior sorteo, quedó en la cuneta tras dos derrotas y sin estrenar su marcador. No anda bien el Sevilla, de acuerdo, pero... dos goles de los de siempre, Ben Yedder y Sarabia, le permitieron solventar un partido con más peligro del que el marcador final pregona.
El inicio fue aterrador. Para empezar, porque Escudero añadió un capítulo más a la película de terror de las lesiones; para seguir, porque el manojo de nervios que fue goleado en Villarreal comparecía frente a un Lazio dispuesto para la remontada por gracia, sobre todo, del reaparecido Milinkovic-Savic, cuya clarividencia amenazaba a la frágil defensa local. Un envío interior suyo pésimamente negociado por Mercado estuvo a punto de causar un estropicio que evitaron la tempestiva salida de Vaclik y un semi-penalti del argentino sobre Caicedo, que andaba por allí con aviesas intenciones. Ronroneaba disconforme el graderío, con esos murmullos que devienen estallido de furia a nada que se tuerza la tarde.
Sin embargo, ocurrió lo contrario. El maltrecho Sevilla cuenta en estos momentos con un futbolista claramente diferencial en la persona de Wissam Ben Yedder. El francés pertenece a una larga estirpe de delanteros que hoy se definen con la eufemística expresión de «centro de gravedad bajo», pero que en realidad son, de toda la vida, paticortos y culones; e increíblemente hábiles y potentes también. Nieto del Torpedo Müller, hijo de Romario y hermano de Kun Agüero, la estrella del Sevilla agarró el balón junto a la banda izquierda, lo condujo treinta metros entre varios rivales, descargó para Sarabia y se quedó merodeando cerca de Strakosha, por si las moscas. El portero albanés despejó en corto el tiro del socio predilecto de Ben Yedder quien, ¡bingo!, estaba allí para empujar el 1-0.
La vida, así, transcurrió con cierta placidez hasta el cuarto de hora de la segunda parte, cuando el árbitro le mostró una rigurosa segunda amarilla al Mudo Vázquez, que tampoco anduvo diligente en la disputa, sabiendo que estaba amonestado. Durante once minutos, hasta una compensatoria expulsión por roja directa a Marusic, se desató el pánico en Nervión, ya que el Lazio dispuso de tres ocasiones a cual más clara: un remate de Acerbi a bocajarro que sacó Vaclik; un mano a mano Immobile cuya vaselina se escapó alta por tres centímetros; y un tiro maligno de Rómulo en el que se interpuso Kjaer.
Nada más restablecer el amigo inglés -Anthony Taylor se llama el inepto colegiado- la igualdad numérica, se desperezó el Sevilla y, a la segunda llegada con intención, marcó el nunca mejor denominado gol de tranquilidad. Navas llegó al pico del área y metió un pase al espacio para el zurdo Sarabia, que definió con la derecha. Tanto se relajó el personal, que hubo tiempo incluso para ver debutar a Marko Rog, cuyos diez minutos fueron un puro ni-chicha-ni-limoná.
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